La gran falacia de la educación
Quienes
defienden al modelo neoliberal vigente, tanto en la Derecha como en la Nueva
Mayoría (aunque usted no lo crea, hay bastantes allí), sostienen que la
educación es el único vehículo viable para superar la enorme desigualdad que
existe en nuestra sociedad. Argumentan que sólo por su intermedio, en el largo
plazo ―no establecen, eso sí, cuál es la real dimensión de éste―, las
diferencias individuales tienden a reducirse y las brechas económicas que éstas
provocan, por lógica consecuencia, a estrecharse.
¿Están
en lo correcto?
Lamentablemente
(para nosotros, que sufrimos las consecuencias de sus decisiones), no. Están
equivocados.
En el mundo, las estructuras ocupacionales de los países tienden a ser similares. Todos cuentan con profesionales (médicos, ingenieros, abogados, periodistas, arquitectos, etc.), pero también con técnicos, estafetas y operarios. Hay grandes, medianos y pequeños empresarios, pero también albañiles, gasfíteres y electricistas. Existen profesores, artistas, deportistas, diseñadores, secretarias, pero también operarios de call center, cajeros, dependientes y recogedores de basura. Tal vez varíe la importancia relativa de cada profesión u oficio (dependiendo de las especializaciones de las economías), pero necesariamente todos deben estar presentes.
Si
la educación fuese al responsable más relevante de la desigualdad, todos los
países del mundo deberían tener distribuciones del ingreso similares. Si sus
estructuras laborales son parecidas, también deberían serlo las de
remuneraciones. ¿No le parece? Mal que mal, un albañil sigue siendo un albañil,
sea en Chile o en Alemania; un estafeta sigue siendo un estafeta, esté en
Bolivia o en Suiza; y un recogedor de basura sigue siendo un recogedor de
basura, tanto en Namibia como en Noruega.
Pese
a ello, sin embargo, las distribuciones de ingresos de dichos países son muy
distintas entre sí. Mientras en Chile el 10% más rico gana 30 veces más que el
más pobre, en Alemania gana sólo 7; mientras en Bolivia gana 96 veces, en Suiza
sólo 9; mientras en Namibia gana 40 veces, en Noruega, sólo 6.
De
manera que no es la educación la responsable de los enormes desniveles de
ingreso que existen hoy en nuestro país. Y no tenemos que esperar que transcurra
el largo plazo (me sigo preguntando cuánto dura realmente ese período) para
comenzar a corregirlos.
La
educación ―la buena educación― es indispensable en un país, por cierto. Una
sociedad sana no puede prescindir de ella. Su importancia fundamental no
radica, no obstante, en ser la única herramienta apropiada para combatir la
desigualdad (no lo es, de hecho), sino en el papel que juega en igualar las oportunidades. Ahí sí que tiene una importancia crucial. Y para comprenderla en toda su
dimensión, es preciso identificar la causa primordial de la desigualdad.
Es
la concentración del poder el factor que explica la mayor parte de la brecha de
ingresos en los países. Para comprobarlo, basta con observar la situación
particular que, al respecto, presenta cada uno de ellos.
En
las naciones con buenas distribuciones, usted encontrará sindicatos fuertes,
poderosas organizaciones de defensa del consumidor, drásticas leyes que regulan
y penalizan los abusos, y Estados paternalistas, que garantizan a todos los
ciudadanos un elevado nivel mínimo de servicios en forma gratuita. En los
países más inequitativos, de seguro hallará sindicalización débil, organismos
de defensa del consumidor sin poder alguno, legislación blanda y permisiva, y Estados
ausentes (subsidiarios, como se los denomina).
Sin
embargo, es en la educación donde hallará la principal diferencia. Porque ésta,
aunque no garantiza por sí sola una mayor equidad, sí entrega poder. Y lo
entrega en el corto plazo. Una sociedad con un nivel educacional alto, es una
sociedad que no es pasada a llevar tan fácilmente. Es una sociedad que conoce sus
derechos, que está dispuesta a defenderlos, y que dispone para ello de
argumentos sólidos y contundentes. Una sociedad con elevado nivel educacional,
es una sociedad que exigirá equidad, y hará lo necesario para lograrla. Por eso
es indispensable que Chile tenga, a la mayor brevedad, un sistema educacional
gratuito de excelencia, ya que por medio de él quienes tienen menores ingresos podrán
nivelarse, y hablar de tú a tú con quienes hoy abusan de ellos.
Para
muestra, un botón: en Suiza se discute actualmente limitar las diferencias de
sueldos en las empresas y organizaciones. El criterio sería que ningún empleado,
ocupe el cargo que sea, gane más en un mes que lo que gana otro en un año. En
otras palabras, la relación entre los sueldos más altos y los más exiguos no
debería exceder a doce. Y esta disposición se someterá próximamente a
referendo.
¿Se
imagina algo así en Chile? Para acercarse a ello, es indispensable subir por
parejo el nivel educacional de los ciudadanos. Sólo quienes disponen de educación,
de conocimientos, de información, son capaces de golpear la mesa y plantear con
fuerza sus exigencias. Los que no, agachan el moño.
Sea
cual sea, en todo caso, nuestra situación actual, la idea de los suizos es
demasiado buena como para dejarla pasar así sin más. ¿Qué le parecería limitar en Chile los sueldos y honorarios del sector
público, incluyendo a diputados, senadores, ministros, subsecretarios, jefes de
servicio, intendentes, alcaldes y
asesores, a un máximo de doce veces el sueldo mínimo? Para partir
reduciendo la desigualdad de una vez por todas, digo.
Dejo
planteada la moción y espero su apoyo para hacer la crecer y, en una de ésas,
lograr implementarla. Sería de toda justicia, ¿no cree?
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