El señor X
¿Cómo
funciona en Chile el sistema de impuesto a la renta de las empresas? ¿El tan
cacareado FUT?
Permítame mostrárselo con un ejemplo.
Suponga
que usted tiene una fábrica de hamburguesas y que le compra la carne a un
proveedor monopólico, el señor X. Suponga, además, que también le compra, por
separado, la carne que destina al consumo familiar.
El contrato
de abastecimiento que usted firmó con el señor X, establece que su empresa
pagará durante el año anticipos a cuenta de sus adquisiciones (PPM, les llamó el
señor X), los que liquidará en abril del año siguiente (y así en cada año sucesivo).
Establece, además, que usted como empresario no pagará durante el año por la
carne que adquiera, sino que lo hará también, previa liquidación, en abril del
año siguiente.
Durante
el año, el señor X abastece regularmente carne a su empresa y ella le retribuye
con los PPM acordados. Éstos, por instrucciones del señor X, son anotados por su
contador en un registro especial denominado FUT. Usted, por su parte, según lo convenido,
recibe la carne sin pagar un peso por ella.
Cuando
llega el momento de la liquidación (abril, ya dijimos, no hay plazo que no se
cumpla), la situación es la siguiente: valor de la carne comprada, $ 120
millones; PPM pagados, $ 130 millones; carne adquirida para consumo familiar, $
10 millones (qué bueno, piensa usted; con los $ 10 millones de excedente de
anticipos, pago mi deuda personal y asunto saldado).
No
obstante, el señor X le tiene una grata sorpresa: no sólo le devolverá los $ 10
millones de excedente de anticipo, sino que usted podrá embolsárselos
tranquilamente y gastarlos en lo que quiera, ya que no tendrá que pagar su
deuda personal. Ésta, le dice sonriente el señor X, quedará saldada.
Hay
un error ―replica usted (las cuentas claras conservan la amistad)―; yo no he
pagado mi consumo familiar.
Desde hace un
tiempo ―le informa con voz firme el señor X, haciendo más amplia aún su
amistosa sonrisa― estamos operando con un sistema de pago integrado entre las
empresas y los empresarios. Las empresas no usan los pagos que efectúan para
saldar sus propios consumos, sino los de sus propietarios. En consecuencia, con
los $ 120 millones que canceló su empresa cubriremos los $ 10 millones que
usted nos debe, y el saldo quedará como anticipo, reflejado en su cuenta FUT,
para financiar sus consumos futuros. ¡Ah! Y no se preocupe, pues en cuanto a su
empresa, no me debe nada.
Pero, ¿cómo? ―dice
usted, estupefacto―. Con ese sistema su empresa se desfinanciará.
Descuide ―retruca
el señor X, haciéndole un guiño y un gesto de complicidad―. Yo compenso eso, cobrándoles
la carne más cara a mis compradores “no-empresa”.
Pero ―arguye
usted, siempre preocupado por el bienestar del prójimo― eso es injusto. La
gente se dará cuenta y reclamará.
Usted quédese
tranquilo y déjeme eso a mí ―responde el señor X con semblante beatífico―. No
son muy avispados, así que no se darán cuenta. Le garantizo que podemos estar
30 años así. Y si alguien reclama, sacaremos un discurso de que está en contra
de las empresas, de que es comunista, de que la riqueza no existe y hay que
crearla, y bla bla bla, y todo arreglado. Tengo asesores especialistas en
generar cortinas de humo. Vaya y disfrute de sus excedentes, que yo me encargo
del resto.
Y mientras
usted se retira, el señor X se le acerca, le palmotea la espalda, y le dice con
voz convincente: despreocúpese, está todo controlado.
¿Le quedó
claro el ejemplo? Ahora cambie al señor X por el Estado chileno y la carne por
los servicios que éste otorga a todos los habitantes de Chile (incluyendo, por
cierto, a las empresas), y tendrá el escenario donde se desarrolla nuestra vida
diaria: en Chile, amigo lector, las empresas no pagan por los servicios que
reciben del Estado y de la sociedad (seguridad, vialidad, justicia, normativas
varias, fomento, orden, tranquilidad, convenios bilaterales y un largo
etcétera), sino que financian los impuestos de sus propietarios. Gracias a eso,
éstos no pagan impuestos (revise los datos del SII si no me cree: el impuesto
global complementario representa no más del 1% de la recaudación total y se
cubre en su totalidad con los tributos de las empresas). Y el Estado, desde
luego, nos recarga la mata a todo el resto en compensación. Es un sistema
injusto e inmoral, creado específicamente para que los grandes y medianos
empresarios acumulen riqueza.
Desde luego, cuando
saltan al tapete las demandas populares pidiendo que este vergonzoso mecanismo se
modifique, salen los especialistas en generar cortinas de humo a distraer la
atención. Los argumentos los conocemos: hay que evitar la doble tributación
(¿dónde habrán aprendido que empresas y empresarios son lo mismo?), fomentar la
reinversión (¿de dónde habrán sacado que un sistema de impuestos equitativo
perjudica la inversión?), proteger a quienes generan riqueza (¿en qué mente
puede caber que un sistema de impuestos equitativo es una agresión contra los
empresarios?). Todas, consideraciones falaces, que no apuntan al problema específico
sino que se van por las ramas. Son distractores; voladores de luces; argumentos
madurados por años para proteger este verdadero despojo.
Pero, dirá
usted, afortunadamente queda poco. El nuevo gobierno se encargará de efectuar
todos los cambios que sean necesarios.
Tengo que
decirle, estimado lector, que su ingenuidad me enternece. ¿Cree usted realmente
que Michelle Bachelet (porque ya sabemos que Evelyn Matthei, aparte de tener
muy pocas probabilidades de ganar, no modificará el actual sistema) efectuará
los cambios que se requieren? Lea, por favor, su programa: mantiene el FUT
(aunque diga que lo elimina), baja las tasas y les aumenta granjerías a quienes
perciben más ingresos, incorpora la depreciación instantánea… ¿qué cree usted
que saldrá de semejante potpurrí?
No se
ilusione, amigo lector. Retorne a nuestra terrenal realidad. Recuerde, mejor,
las últimas palabras del señor X y despreocúpese. Está todo controlado.
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