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Mostrando las entradas de octubre, 2013

Los exabruptos y la probidad

Usted, estimado lector, podrá o no estar de acuerdo en la forma en que lo hizo ―si tenía que aparecer ella o alguno de sus asesores, si atacó con un boomerang, si se disparó en el pie, si usó palabras inapropiadas, si confundió peras con manzanas, si ametralló sin tener municiones, etc.―, pero lo concreto es que Evelyn Matthei puso en la mesa, tal vez sin estar plenamente consciente de ello, uno de los temas más relevantes que no están resueltos como corresponde en la política chilena: el de la probidad de los candidatos. Expongámoslo de la forma más clara posible para que no dar espacio a dobles interpretaciones: si usted quiere ser candidato a un cargo de elección popular (Presidente, Senador, Diputado, Alcalde, Concejal), usted debe ser probo. Ni más ni menos. ¿Y qué significa “ser probo”? Fundamentalmente tres cosas: no tener compromisos incumplidos pendientes; no haber usado, o intentado usar, recursos públicos en beneficio propio; y no haber sido declarado culpable por a

Burbujilandia

¿Conoce usted Burbujilandia? ¿No? Qué extraño, si la tiene tan cerca. De cualquier forma, permítame presentársela. Está ubicada dentro de las fronteras chilenas. Es un enclave reducido pero amplio (en completa contradicción con las leyes de la física, reúne ambas características de manera simultánea), una suerte de paraíso terrenal muy cómodo, cálido, lujoso incluso, que está completamente separado del resto del país por una cúpula, una enorme bóveda cuyas paredes, lisas y suaves tienen una característica que sólo puede calificarse de asombrosa: permiten ver hacia el interior y escuchar gran parte de lo que allí se habla, pero no desarrollar el proceso inverso. Leyó bien: si usted está dentro de Burbujilandia, las paredes de la cúpula se vuelven opacas e insonorizadas; usted no puede ni mirar hacia afuera ni escuchar los sonidos que allí se emiten. Si usted está dentro de Burbujilandia, estimado lector, usted está aislado del resto del mundo. No es que ello incomode especi

El Estado Benefactor

No está claro en qué momento de la prehistoria el homo sapiens comenzó a vivir en sociedad. Es muy probable, incluso, que siempre lo haya hecho; que nunca haya vivido solo; que esa condición de “animal social” que hoy detenta, provenga de su inmediato ancestro: aquel “eslabón perdido” que predicen las teorías darwinianas cuyos vestigios, porfiadamente, hasta hoy se niegan a aparecer. En consecuencia, la cuestión está abierta: se desconoce si el individuo es anterior a la sociedad o viceversa. En todo caso, aunque muchos piensen lo contrario, ello no tiene relevancia. Lo concreto, lo realmente importante,  es que el hombre ―sea por opción, por obligación o por instinto―, vive en sociedad. Y si lo hace, qué duda cabe, es porque le conviene. Uno vive en sociedad, entonces, porque el hacerlo conlleva evidentes beneficios. Sin sociedad, no hay orden ni  mercado; no hay empresas ni trabajo ni, por lo tanto, ingresos; no hay construcción (ni, por ende, viviendas) ni comercio; nad

¿Iguales ante la ley? No me haga reír

¿Somos los chilenos iguales ante la ley? En el papel, al menos, sí. Es lo primero que aparece cuando uno hojea nuestra Constitución (hay alguna gente que lo hace de vez en cuando). El primer párrafo del primer artículo de nuestra Carta Fundamental dictamina, textualmente: “las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos” . Lamentablemente, hasta allí no más llega esa supuesta igualdad. Es pura palabra escrita. Ni siquiera en el momento del nacimiento somos libres. Menos aún, iguales en dignidad y derechos. En un país donde todo se compra, ¿qué derechos tiene un recién nacido por el sólo hecho de nacer? ¿A acceder una educación de calidad? ¿A recibir una óptima atención médica? ¿A habitar una vivienda cómoda, bien ubicada y bien terminada? ¿A disfrutar de un entorno seguro y grato? ¿A disponer de infraestructura para practicar deportes? ¿A gozar, cuando llegue el momento, de una buena previsión? ¿A obtener un buen trabajo, seguro y bien remunerado? ¿A adquirir bi

El bacheletismo - neoliberalismo

En el principio, por allá por el 2007, fue el turno del bacheletismo – aliancismo, vertiente filosófica desarrollada por un distinguido pensador de la derecha chilena, a partir (según se cree) del “cosismo” (¿?), y muy incomprendida en su momento (y hoy también; debo confesar que aún no conozco a nadie que tenga claro, exactamente, en qué consiste). Hoy, seis años más tarde (no en vano, seis es un número cabalístico), es el momento del bacheletismo – neoliberalismo. No podemos hablar de “vertiente” en este caso, porque el asunto se asemeja más a un caudaloso río. Son demasiados los asesores, colaboradores y simpatizantes de la candidata de la Nueva Mayoría que disfrutan de un cómodo pasar, de un holgado estándar de vida, de un elevado nivel de bienestar (usar tres acepciones o, como en este caso, conceptos equivalentes, se me ha vuelto casi una obsesión) en el mundo de las grandes empresas, ya sea por la vía de asesorías, cargos dirigenciales, asientos en directorios o cátedra

Las ideas de la derecha

La derecha chilena sabe muy bien que en la próxima elección presidencial será derrotada. Como no tienen un pelo de lesos, quienes la conforman han internalizado ya hace rato ese amargo e inevitable desenlace. Están plenamente conscientes de que los milagros existen, pero son muy, pero muy, poco frecuentes. De lo que se trata ahora, entonces, es de evitar la debacle. De que esa derrota en ciernes no se transforme en una catástrofe, que les impida incluso mantener los quórums necesarios para defender los pilares de la institucionalidad vigente. Hacia allá van encaminados sus esfuerzos. No tienen, eso sí, muy claras las causas de este fenómeno. Para la gran mayoría es incomprensible. De hecho, casi todos piensan que sus ideas, las ideas de la derecha, son mejores que las de sus rivales; que se hallan, como por ahí sostiene una columnista ―sin esgrimir prueba alguna, desde luego―, más cerca de la verdad. ¿Es tan así? Tratemos de hacer un poco de luz al respecto. Cu

La desigualdad: ese doloroso flagelo que a nadie le importa

El combate contra la desigualdad ―esa anomalía que se produce en una sociedad cuando sólo una parte de los socios se beneficia, en forma abusiva, de los frutos que entre todos generan― es de larga data. Ya el mismísimo Jesús, a comienzos de nuestra Era, arremetía en su contra con ese potente mensaje, tan anti-neoliberal y tan pro-equidad, de “ama a tu prójimo como a ti mismo” (a propósito, ¿se imagina usted a Jesús en la UDI?). Dos milenios más tarde, sin embargo, el asunto no ha variado en demasía. El mundo entero ha progresado, es cierto, pero ese progreso ha distado mucho de alcanzarnos a todos por igual. En la mayoría de los países, de hecho, existen pequeños grupos que lo acaparan en su mayor parte, apoyados por poderosas organizaciones (partidos políticos, centros de estudios, sectas “religiosas”,  gremios empresariales, etc.) cuyo fin último es, por más que se intente disfrazarlo, proporcionarle sustento político e ideológico a semejante despojo. Chile, qué duda cabe, e

El legado de Pinochet

Cuatro décadas de desinformación y propaganda son, qué duda cabe, una valla difícil de salvar. Conocer la verdadera herencia de la dictadura militar de Pinochet no es tarea fácil. Hay demasiados prejuicios que la disfrazan, la esconden, e incluso la distorsionan. No obstante, es menester hacerlo ahora, cuando aún es tiempo, cuando quienes vivimos el proceso en carne propia, todavía estamos vivos; antes de que lo ocurrido pase a ser pasto de los historiadores. La oportunidad, como nunca, es propicia. Aunque hayan tenido que pasar 40 años desde su génesis y 23 desde su ocaso para que ello ocurriera, por fin este año ―como en la danza de los siete velos―, el último velo cayó y la obra quedó expuesta ante todos, escueta, nuda, calata, con todas sus sombras, pequeñeces e ignominias a la vista. Pocas voces disidentes quedan respecto de la visión general en materia de respeto de los derechos humanos: el gobierno de Pinochet fue una dictadura cruel, implacable y sanguinaria, ademá