El papel del Estado
Los hechos
concretos, puros, fríos, calatos, tienen una característica (virtud o defecto,
según el cristal con que se los mire) que tiende a ser muy escasa en otros
ámbitos: son irrefutables.
Usted
no puede argüir contra un hecho. Está ahí, sólido, porfiado, inconmovible. Por
mucho que usted haga en contrario, no se alterará. Permanecerá inmutable por
los siglos de los siglos. Puede usted ocultarlo, disfrazarlo, tratar de
disminuir su relevancia, intentar que se olvide, pero no cambiarlo. Fue así y
punto.
Expongamos,
pues, un hecho: ningún país del mundo ha alcanzado el desarrollo en andas del
neoliberalismo.
¿Lo digirió? Expongamos, entonces, otro: todos los países que han alcanzado el desarrollo lo han hecho en andas del (mal llamado) Estado paternalista.
Puede
comprobar su verosimilitud, si quiere (le doy un dato: los países desarrollados
tienen US$ 30.000 o más de ingreso per cápita y coeficientes de Gini iguales o
inferiores a 0,30), pero ahí están: inalterables; tercos, como una pared de
roca.
¿Cuáles
podrían ser las razones de semejante fenómeno? Saltan a la vista. Es cosa de
comparar ambos modelos y constatar sus diferencias.
¿En
qué difieren? En muchas cosas. Son concepciones distintas del ser humano. La
del estado paternalista lo visualiza como parte de una sociedad inclusiva y
solidaria, como un partner, como un colaborador…, como un socio. Es, podríamos
decir, una concepción cristiana de la sociedad. La neoliberal, en cambio, lo
visualiza como un mero individuo, un tipo que corre por su propio carril y que
compite con el resto por quién llega más lejos. En la sociedad de bienestar
crecemos juntos. De acuerdo con nuestros talentos y capacidades, cierto, pero
juntos. Cuando hay un naufragio, procuramos salvarnos todos. En el
neoliberalismo, el vecino no importa. Da lo mismo si se ahoga o se salva. Allí
impera el “sálvese quien pueda”, la competencia salvaje, la “ley del gallinero”,
como dicen en el campo. En el estado
paternalista, usted es un colaborador, un aliado, un compañero de ruta. En el
esquema neoliberal, usted puede ser un insumo que hay que utilizar, un rival al
que hay que vencer, o una carga y un estorbo al que hay que descartar, pero en
ningún caso un camarada.
La
manifestación más clara de sus disimilitudes, no obstante, la vemos en el papel
del Estado. Y para comprobarlo, nada mejor que exponer las funciones que cumple
esta institución en una sociedad de bienestar.
1°.
Garantiza el bienestar de los ciudadanos:
En
un estado paternalista, usted no llega
al mundo, como quien dice, “a poto pelado”. No es el frío suelo el que lo
recibe. La sociedad le garantiza un colchón básico de excelente nivel:
educación, salud y vivienda de alta calidad, seguridad, adecuada protección
ante los abusos, buena previsión, atractivas condiciones laborales, e
interesantes expectativas de ingreso. Allí, usted sabe de antemano que si debe
ejercer la profesión de barrendero (nadie está libre), sus niveles de ingreso
no serán excesivamente inferiores, por ejemplo, a los de un ingeniero (en
Alemania, el décimo decil gana en promedio, con estadísticas más confiables que
las nuestras, sólo siete veces más que
el primero; en Chile, gana 30). Las diferencias económicas entre las personas existen,
desde luego ―no se puede ir contra la naturaleza― pero su magnitud es
razonable. Más aún, hay una preocupación expresa por evitar que se dispare.
2°.
Protege la libertad de los ciudadanos:
Si
usted no dispone de los medios para hacerlo, jamás podrá ejercer su libertad.
Será libre sólo en el papel. En la práctica, sin embargo, será esclavo de sus
limitaciones económicas, de sus carencias y de sus estrecheces, que es la forma
actual en la que se ejerce la esclavitud. En las sociedades de bienestar, una
de las tareas del Estado es contribuir para que ello no ocurra, y para ello lo
protege a uno incluso de sí mismo.
3°.
Se preocupa de formar ciudadanos respetuosos:
El
respeto y la solidaridad son pautas de conducta que se desarrollan en los
ciudadanos desde su más tierna infancia. Los sistemas de evaluación no
incentivan la competencia, sino la colaboración y el trabajo en equipo. Además,
se les entregan elevadas dosis de educación cívica a lo largo de toda su vida
estudiantil.
4°.
Controla el adecuado funcionamiento de las instituciones:
Dado
que los aparatos estatales de los países desarrollados son muy superiores en
tamaño al chileno, el control también es mucho más estricto que el que se
ejerce en nuestra larga y angosta faja. Nadie está libre de pecado, pero si lo
pillan allá, tenga la certeza de que lo pasará bastante más mal que acá. En
Chile, usted puede meter las manos en el ejercicio de su cargo, y no pasará
nada. Piense si no en todos los actos de corrupción que han ocurrido durante
los últimos 40 años y averigüe cuántos de sus causantes han sido penalizados de
manera efectiva por ellos. En los Estados paternalistas exitosos ello no
ocurre. Si usted mete las manos y lo pillan, tenga la certeza de que será
duramente sancionado.
Por
cierto, tampoco se trata de llegar y llevar. Es difícil manejar adecuadamente
un Estado benefactor. Vea no más lo que les ha ocurrido a países como España,
Portugal y Grecia, que han tratado de implementar el modelo sin preocuparse de
tomar todos los resguardos necesarios. Pero, qué quiere que le diga, pese a
ello, es el tipo de modelo que quisiera ver implementado exitosamente en
nuestro país. Un modelo donde el Estado se preocupe realmente de quienes somos
sus mandantes, que no abandone a sus miembros más desvalidos (por ejemplo, a
sus ancianos), y que nos garantice (¿qué mal hay en ello?) un elevado nivel
mínimo de servicios por el solo hecho de nacer en esta tierra.
Estoy
seguro que si lo tuviésemos, seríamos más felices todos. O casi todos. ¿No le
parece?
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