Programas de las candidatas: la equidad ausente
Quizás
la diferencia fundamental entre una economía tercermundista y una que aspira en
serio a transformarse en “desarrollada”, es cómo ambas enfrentan peliagudo tema
de la inequidad.
Para
la economía tercermundista, ésta es un dato; algo así como el clima o la
topografía. Se pueden efectuar intervenciones que provoquen cambios minúsculos
en ella, pero en lo esencial permanecerá inalterable. Como una cadena montañosa
o un desierto milenario.
Para
una nación que se toma en serio el tema del desarrollo, en cambio, la inequidad
es un problema grave, y como tal, debe ser explícitamente enfrentada, medida, atacada
y, lo antes posible, solucionada.
En
las propuestas de nuestras candidatas finalistas, prima el enfoque
tercermundista. En ambas. Y la prueba de ello es que en sus programas (revíselos
en detalle, si no me cree) no figuran ni objetivos, ni indicadores de medición
ni estrategias para reducir ese peliagudo flagelo.
Ambas
propuestas mencionan la palabra desigualdad, es cierto (más la de MB que la de
EM). Sin embargo, convendrá usted conmigo que eso es claramente insuficiente
para programas que se precian de serios. Para atacar frontalmente a la
inequidad, es imprescindible medirla (como es archisabido, no se puede mejorar
aquello que no se puede medir), y para ello debe especificarse qué instrumentos
se usarán, y cómo se espera que evolucionen una vez que el contenido de los
programas haya sido implementado en su totalidad. Las propuestas de las
candidatas omiten, de manera absoluta, dicha especificación, lo que permite
concluir en forma tajante que no abordarán este complejo tema en sus eventuales
gobiernos (si considerasen hacerlo, lo habrían señalado de manera explícita, ¿no
cree?).
Las
dos herramientas más utilizadas en la medición de la desigualdad, son el
coeficiente de Gini y la relación 10/10 (relación entre el ingreso promedio del
10° decil y el del 1°). Según el Banco Mundial, el coeficiente de Gini de Chile
es 0,52 (aunque algunos investigadores plantean que, dado que los ingresos del
decil más acomodado estarían subvaluados, la cifra real sería del orden de
0,57), y para llegar al nivel de los países desarrollados, debe disminuir hasta
0,30. La relación 10/10 de Chile, también según el Banco mundial, es 28, y
alcanzar el nivel de los países desarrollados significaría reducirla a un
dígito (menos de 10).
Si
el tema de la desigualdad en verdad fuese relevante para las candidatas, estas
cifras deberían haber sido explicitadas, como también la intención expresa de
reducirlas y las medidas concretas propuestas para tal efecto. Pero por sobre
todo, no deberían existir en las propuestas medidas que apuntaran en sentido
contrario, vale decir, que contribuyeran a aumentar la desigualdad en lugar de
reducirla.
Revisemos
brevemente las propuestas de reforma tributaria de ambas candidatas. La de
Evelyn Matthei ―no hacer nada― perpetúa
una de las causas más relevantes de la concentración de la riqueza (y, por
ende, de la desigualdad) en nuestro país: el actual sistema de impuesto a la
renta, el más inequitativo de la OCDE y uno de los más inequitativos del mundo.
La de Michelle Bachelet no lo hace mucho mejor: no sólo no elimina el mecanismo
que produce la concentración (el hecho de que las empresas paguen los impuestos
de los empresarios, permitiendo que éstos a su vez no los paguen), sino que
incorpora medidas que, con el pretexto de favorecer la inversión y el ahorro,
descargan verdaderos bombazos sobre el combate contra la desigualdad.
Considere
usted la depreciación instantánea. Dicha medida, bien administrada por las
empresas, permitirá que en aquellas industrias intensivas en bienes de capital
―minería, generación de energía, transporte terrestre, aéreo y marítimo, pesca,
etc.―, no se pague nunca impuesto a la renta. Imagínese usted el escenario: se
pretende aumentar la recaudación de impuestos por un lado, y por otro se
disminuye de manera brutal, y justamente en sectores que normalmente se las
arreglan para pagar pocos impuestos. Y también hay daños colaterales, ya que si
hoy vendemos a precio vil nuestros minerales (cobrando un royalty irrisorio y
permitiendo depreciación acelerada, entre otras granjerías), con esa medida los
estaremos regalando.
Considere
además el “incentivo al ahorro” que se propone. Hoy, con la aplicación del 57
bis, se genera una menor recaudación de global complementario superior a los
USD 200 millones anuales. La medida propuesta la disminuirá aún más. Y nótese
quiénes son los beneficiarios de esta granjería: los grandes inversionistas,
aquéllos que disponen de los recursos necesarios para ahorrar fuertes
cantidades, el grupo de mayores ingresos del país. ¿Combate contra la
desigualdad? ¿En qué mundo vive la Nueva Mayoría?
Por
último, considere que el principio del beneficio ―todos quienes reciben
servicios del Estado, sean personas u organizaciones, deben contribuir a
financiarlo en proporción a los servicios que reciben―, que debe estar presente
en todo buen sistema tributario, se seguirá trasgrediendo impunemente, ya que
el “sistema integrado” de impuesto a la renta (una aberración tributaria que no
existe en ningún otro país de la OCDE) no será modificado, permitiendo que las
empresas, en lugar de pagar sus propios impuestos, continúen pagando los de sus
propietarios.
Así
las cosas, seguiremos por lo visto con coeficientes de Gini superiores a 0,50
por los próximos cuatro años. Hasta que algún mandatario valiente sea capaz de
evadirse de las garras de los “impuestos integrados” y se atreva a cobrar a
quienes más tienen, los tributos que corresponden; hasta que en el Congreso
aparezcan parlamentarios que no estén sólo preocupados de su beneficio
personal, sino también del de sus representados; y hasta que la Prensa decida
retomar el papel de Cuarto Poder que alguna vez se autoasignó, y al cual
renunció hace bastante tiempo, para hacer las preguntas pertinentes en los
debates y transparentar temas como éste.
Pero
para eso, desgraciadamente para todos los chilenos de a pie, tendrán que
transcurrir otros cuatro años.
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