¿Por qué fue masacrada la derecha chilena?

Digámoslo con todas sus letras: fue una masacre. Las cifras son implacables: Michelle Bachelet obtuvo 24 puntos porcentuales y 1,35 millones de votos más que Evelyn Matthei en esta segunda vuelta. Si a eso le sumamos el resultado de la elección parlamentaria, la situación es deplorable para la derecha; casi, diría yo, pavorosa.

Los analistas de uno y otro sector, y también algunos que se precian de ser independientes, se han esmerado en lanzar al ruedo nutridas teorías acerca de las causas de tan “morrocotudo” suceso político. Sin embargo, hay un paso previo que la mayoría ha descuidado: ¿qué fue lo que ocurrió realmente? ¿Fue Michelle Bachelet quien, como luminosa adalid y magnífica estratega, condujo a sus huestes hacia la victoria? ¿O fue Evelyn Matthei quien, a causa de sus desaciertos, condujo a las suyas a la derrota? Hay, incluso, una tercera alternativa: que ninguna de las dos opciones anteriores sea la correcta, y que sean factores que podríamos llamar “ambientales” los que originaron el descalabro.

Las cifras duras, como casi siempre, permiten saber hacia dónde va la micro. La siguiente tabla nos muestra todas las votaciones presidenciales desde la recuperación de la democracia a la fecha:

Elección
Concertación
Derecha
PC
Otros
Total
Conc + PC
1989
3.850.571
3.129.288


6.979.859
3.850.571
1993
4.040.497
2.132.274
327.402
468.777
6.968.950
4.367.899
1999 1a v
3.383.339
3.352.199
225.224
94.366
7.055.128
3.608.563
1999 2da v
3.683.158
3.495.569


7.178.727
3.683.158
2005 1a v
3.190.691
3.376.302
375.048

6.942.041
3.565.739
3005 2da v
3.723.019
3.236.394


6.959.413
3.723.019
2009 1a v
2.065.061
3.074.164
433.105
1.405.123
6.977.453
2.498.166
2009 2da v
3.367.790
3.591.182


6.958.972
3.367.790
2013 1a v
3.075.839
1.648.481

1.861.488
6.585.808
3.075.839
2013 2da v
3.470.055
2.111.830


5.581.885
3.470.055

¿Qué nos dicen los datos? Veamos:

Primero, que la votación de Michelle Bachelet en la segunda vuelta no sólo no superó la, podríamos llamarla así, votación tradicional de la Concertación, sino que representó el segundo peor resultado electoral de la centroizquierda en la elección presidencial desde el retorno de la democracia. Sólo sobrepasó, y por muy escaso margen, la votación de Eduardo Frei el 2009. De hecho, con ella nuestra futura presidenta habría perdido no sólo con Piñera (sacó 120.000 votos menos), sino también con Lavín (que la aventajó por 25.000 sufragios).

Michelle Bachelet era la mejor candidata de su coalición. De eso no hay duda alguna. Es cosa de remitirse a los resultados de las elecciones primarias para comprobarlo. Entonces, ¿qué nos dice el hecho fehaciente de que ella, la gran figura de la centroizquierda, su líder indiscutible, su estrella más radiante, apenas haya sido capaz de sacar un 3% más de votación que el peor candidato histórico del conglomerado?

Parece evidente: el papel que jugó nuestra futura presidenta no fue el de conmover al electorado hasta lo más profundo (al estilo Obama, primera versión), motivándolo para acudir a las urnas a brindarle su apoyo. Su verdadero rol fue uno mucho más prosaico. Ella fue… un dique, una compuerta, que impidió que la resaca que se viene incubando desde el 2011, arrasara con la votación concertacionista tal como lo hizo con la de la derecha (por favor, amigo lector, revise las encuestas del 2012 y del 2013, y vea el grado de arrastre que la Concertación conserva en la ciudadanía; y, de paso, aproveche de echarle un vistazo a la evaluación de los políticos). Su presencia, con todo lo que significa, evitó que la centroizquierda chilena viviera su propia debacle. Uno podría aventurar, incluso, que de no haber sido por ella, quizás habría sido la hora de MEO (hace bien el líder del PRO en prepararse para la próxima elección; así como vamos, de no mediar un milagro, la Nueva Mayoría pasará irremediablemente a ser la Nueva Minoría).

En segundo lugar (tuve la tentación aquí de hacer un comentario deportivo), las cifras nos señalan que el resultado de Evelyn Matthei, como ya se ha destacado suficientemente, es un mínimo histórico. Fue, por lejos, el más débil de todos los de la derecha en la historia post dictadura. Inferior incluso al de Arturo Alessandri, en 1993, que tenía hasta la fecha ese poco halagador récord. La Alianza perdió en esta pasada 1.450.000 votos y un 13,8% del apoyo ciudadano, en relación a la votación de Piñera el 2009. Sin embargo, ¿es a la candidata a quien debe atribuirse esta debacle?

Convengamos en que alguna responsabilidad tiene. Y, quizás, más de alguna. No logró desempeñar el papel de dique, que representó tan bien su adversaria. No pudo contener la fuga. No fue capaz de convencer a su electorado tradicional de que su opción era digna de recibir su preferencia, ni de que la Alianza merecía una segunda oportunidad. La votación histórica de la derecha se le escurrió como harina en un tamiz. No leyó bien lo que estaba ocurriendo, e insistió en dirigir su discurso a un electorado que era, virtualmente, cautivo. Se empeñó en dichos y actitudes que, sin duda, le restaron votación.

Sin embargo, las condiciones casi criminales en que debió desarrollar su candidatura le generan atenuantes más que suficientes como para exculparla. ¿Hay alguna duda de que su peregrinar, y el de su grupo más cercano, fue como estar viviendo una pesadilla? Nadie puede competir así, con los propios partidarios torpedeándolo, apuñalándolo de frente y por la espalda, con el propio Presidente haciéndole zancadillas a cada paso. Fue hasta penoso. Ninguna persona se merece semejante trato.

Una parte de la baja votación de Evelyn Matthei se explica por su propia actuación, es cierto, para qué negarlo. Otra, no cabe duda, por el concierto de agresiones recibidas desde su propio sector. No obstante, si uno mira los restantes resultados de la Alianza, debe necesariamente concluir que ninguna de las dos causas explica la debacle. En efecto, la votación total de los candidatos a diputado de la derecha fue sólo 145.000 sufragios superior que la de la malograda candidata. La de los candidatos al Senado la superó (en las regiones donde coincidieron) por sólo 175.000 votos. Es posible que otro candidato hubiese podido obtener algunas preferencias adicionales, pero pocas. Ninguno de los demás “posibles” posee el carisma de Bachelet. No andan ni cerca. Golborne, que podría haber desempeñado ese papel, tenía los píes de barro apenas endurecido, aparte de conceptos del servicio público bastante parecidos a los de algunos próceres concertacionistas (todos lo escuchamos tratando de justificar el inadmisible aprovechamiento efectuado por sus hijas de los subsidios estatales). Sin un competidor de la dimensión de nuestra actual presidenta, sin una figura “bacheletiana”, la tarea era demasiado cuesta arriba. Para cualquiera, no sólo para Evelyn Matthei.

Hay un tercer punto que se destaca nítidamente en la tabla anterior, y que nos permite completar el escenario: como nunca antes, la votación de la segunda vuelta se desplomó respecto de la primera. ¡Un millón de sufragios menos! Podríamos decir, dejando de lado los más y los menos que seguramente existieron, que sólo un 84,8% de los votantes de la primera vuelta votó en la segunda. O, desde otra perspectiva, que un 54% de quienes no votaron por alguna de las candidatas finalistas en primera vuelta, se abstuvieron de participar en el balotaje. ¿Cómo interpretamos este dato?

También parece evidente: casi el 60% del electorado no está ni ahí con las candidaturas que disputaron el balotaje. No se siente interpretado por ellas. No lo motivan. No lo conmueven. No lo interpretan. Ni siquiera le generan esperanza.

Tenemos la película un poco más clara entonces. No fue el huracán Bachelet el que arrasó con la derecha chilena.Tampoco fue la generala Matthei la que con sus desaciertos hundió a su sector. ¿Cuál fue entonces la causa de tamaña debacle? ¿Por qué la derecha chilena recibió tan tremenda paliza?

Como explicación posible, sólo nos queda la tercera alternativa que mencionamos al comienzo: que lo ocurrido sea consecuencia de la circunstancia, del momento de la historia en que estamos viviendo, de la forma en cómo está soplando el viento por estos días. Imagine usted una vieja pared de adobe que ya cumplió, hace mucho, su vida útil. Usted sabe que cuando venga el próximo temblor, se caerá inexorablemente. Si usted es avispado, tomará algunas medidas: apuntalará por aquí y por allá, pondrá refuerzos, algunas mallas de contención, y evitará que, al momento de los quiubos, cuando la tierra comience a moverse, la destartalada obra de albañilería se desplome. Será, desde luego, una solución de parche. Soportará uno, dos, tres temblores menores, pero cuando venga el terremoto en serio, el sismo de frentón, el movimiento telúrico en toda su dimensión, se desmoronará sin apelación alguna. Ocurre, estimado lector, que según todas las señales, ésa es exactamente la causa que andamos buscando.

El punto es que ninguno de nuestros políticos y analistas parece haber dimensionado como corresponde lo que ocurrió en Chile el 2011. No fue sólo la reaparición, en gloria y majestad, de la protesta social masiva como herramienta para obligar a las autoridades a enfrentar los problemas reales de la gente. Tampoco, que éstos se ventilaran en toda su amarga y sucia dimensión. El principal cambio, ése del cual no han querido enterarse, fue que esas movilizaciones lograron que la gente comenzara a tomar conciencia del mundo en que vive. La venda que cegaba nuestros ojos se corrió, y comenzamos a ver a esta sociedad, tan cercana al desarrollo según nos dicen, tal cual es. Y lo que vimos, nos espantó.

La debacle, estimadas Michelle y Evelyn, no tuvo demasiado que ver con ustedes. Ella ocurrió porque Chile está cambiando. La ciudadanía se percató que vivimos en uno de los países más desiguales del mundo, y que ello no tiene por qué ser así. Se dio cuenta de que la legislación, tal como está, favorece sin tapujos a quienes tienen el poder económico. Está internalizando que en nuestra larga y delgada faja, conviven dos Chiles: uno con cifras de país desarrollado, y el otro con guarismos del tercer mundo. Advirtió que cuando las autoridades se refieren a las cifras macroeconómicas, generalmente mencionan sólo la tasa de crecimiento del PIB y la de desempleo, pero que siempre omiten otro indicador que es igual de importante y que también califica como variable macroeconómica: el coeficiente de Gini. Está despertando, y está reaccionando. Y una de sus primeras respuestas, es abandonar a los principales causantes de esta situación: la derecha chilena. Por eso, el millón de votos menos. Por eso, la masacre.

A los otros responsables, a los que durante veinte años han sido cómplices de los autores, por esta vez les perdonó la vida. Porque le creyó a su líder, que prometió cambiar tan injusto panorama. Pero fue sólo un armisticio, una última oportunidad, una convivencia a prueba. Si doña Michelle y su séquito no están a la altura, Dios nos pille confesados.

Hay que saber leer las señales. Quienes ocupan los cargos más relevantes de nuestro tinglado democrático, tienen la obligación de hacerlo. El sistema vigente, ése que nos ha regido por cuarenta años, el modelo egoísta y manipulador que nos tiene condenados a una de las mayores desigualdades del planeta, está llegando a su fin. Son los primeros temblores. Hay que construir una nueva muralla, mucho más sólida, para que cuando venga el terremoto ―que va a venir, no les quepa duda―, sea capaz de resistir sin derrumbarse.

La debacle de la derecha recién comienza. Irá, en los próximos años, in crescendo. Michelle Bachelet es la última defensa de la de la izquierda. Si no satisface las expectativas que generó, si no implementa los cambios que se requieren, si no cambia el modelo vigente, le encargo los tiempos que vienen. Ojalá esté a la altura. Sería lo mejor para todos. Aunque, en una de ésas, estoy equivocado.

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