El coeficiente de Gini

Usted, estimado lector, está familiarizado con el ingreso per cápita y el porcentaje de cesantía. Escucha hablar de ellos con mucha frecuencia. A cada rato, en realidad. Majaderamente, las autoridades económicas, miembros de la Alianza y el mismo Presidente nos repiten, como machacadora industrial, que esos índices ―las omnipresentes “cifras macroeconómicas”― son la prueba fehaciente de que Chile transita por el camino correcto, y de que, incluso, lo hace muy cerca del pináculo: la ansiada condición de “país desarrollado”.

Los promedios, es algo archisabido, son muy engañosos. En verdad, pueden dar para cualquier cosa. La clásica cita de George Bernard Shaw, “la estadística es una ciencia que demuestra que si mi vecino tiene dos coches y yo ninguno, ambos tenemos uno”, ilustra el punto con meridiana claridad. Un país de un millón de habitantes donde uno recibe 30 mil millones de dólares anuales y los demás cero, tiene un Ingreso per cápita de USD 30.000, cifra que, según el criterio de nuestra derecha (y también de algunos economistas de la Nueva Mayoría), lo dejaría de lleno inserto en el selecto club del desarrollo sin que medie consideración adicional alguna. En la vida real, países como Brunei Darussalam, los Emiratos Árabes Unidos y Kuwait son evidencias concretas de tal situación.

Algo parecido ocurre con el Índice de cesantía. En las sociedades que practicaban la esclavitud y el vasallaje, dicho indicador se aproximaría a cero, pues mide el porcentaje de la población que está inserto en el mundo laboral, pero omite olímpicamente pronunciarse acerca de las condiciones  en las que lo hace.

Cuando nuestras autoridades nos hablan de Ingreso per cápita e Índice de cesantía, entonces, nos están dando una información sesgada e incompleta. Nos están mostrando, como diría un vespertino comentarista pro-gobierno, sólo la parte llena del vaso. Y ocurre que para tener una visión integral de la situación de nuestro país, para saber realmente en qué pie estamos, es indispensable observar el  vaso completo.

¿Qué información es la que falta? La definición de “país desarrollado” lo señala con total claridad. Un país desarrollado (Kofi Annan) es aquél que provee a TODOS sus habitantes de una vida libre y saludable en un ambiente seguro. El término clave, y por eso está con mayúscula, es “todos”. No basta con crecer; para que nos acerquemos al desarrollo, todos tenemos que participar equitativamente del crecimiento.

Lo que nos lleva directo al factor ausente, al que ex profeso, intencionadamente, se omite: la distribución del ingreso.

Tal como ocurre con el ingreso per cápita y el desempleo, es posible medirla. El indicador más utilizado en el mundo para ello es el coeficiente de Gini. Éste es un número entre cero y uno, donde cero muestra la perfecta distribución (todos reciben el mismo ingreso) y uno, la perfecta desigualdad (sólo uno recibe todo el ingreso y los demás, nada). Internacionalmente, se acepta como buenas distribuciones las menores o iguales a 0,3; regulares, las que se hallan entre 0,3 y 0,4; malas, las que se ubican entre 0,4 y 0,5; pésimas, las situadas entre 0,5 y 0,6: y aberrantes, las mayores de 0,6. Coeficientes de Gini sobre 0,5 son muestras de situaciones intolerables, desigualdades excesivas, sociedades abusivas y explotadoras donde grupos privilegiados se benefician groseramente del esfuerzo de la gran mayoría de sus conciudadanos (Chile, según el Banco Mundial,  tiene un coeficiente de Gini de 0,52, aunque hay expertos que aseguran que la cifra correcta, ya que hay ingresos ocultos, es 0,57). Por cierto, el coeficiente de Gini califica absolutamente como una variable macroeconómica.

Analicemos ahora lo que ocurre: si usted tiene un problema y quiere solucionarlo (y en Chile, aunque se pretenda ocultarlo, hay una excesiva desigualdad), lo primero que debe hacer es ventilarlo. Hay que escarbar en la herida. Hay que exponer las llagas para que se curen. Si se mantienen ocultas, la infección crece, con consecuencias gravísimas. Lo segundo, es medirlo. La máxima atribuida a Lord Kelvin es perentoria: lo que no se mide, no se puede mejorar, y lo que no se puede mejorar, siempre se degrada. Es como las enfermedades: cuando usted se siente mal, lo primero que hace es medir (hay una batería de indicadores para ese efecto); después investiga más a fondo para determinar las causas. En el caso de la desigualdad es lo mismo. Si queremos combatirla, hay que sacarla a la luz, convertirla en un tema diario, como el ingreso per cápita; y HAY QUE MEDIRLA. No ocasionalmente, como por accidente u obligación, sino como parte de una política estable y permanente destinada a corregirla. Aunque sea incómodo.

De manera que el coeficiente de Gini  no debería ser un dato relegado al ámbito investigativo y defenestrado de la discusión pública, sino un indicador de la más alta importancia, de actualización y perfeccionamiento constante, expuesto a todas las miradas y ligado indisolublemente al Ingreso per cápita.

Dicho eso, vienen las consabidas preguntas: ¿cómo explicamos entonces que nuestras autoridades lo omitan cuando informan la evolución de las variables macroeconómicas? ¿Cuáles son las razones de que no sea un tema relevante en la discusión parlamentaria y que nuestros congresistas, de todas las tendencias, nunca se refieran a él? ¿Por qué no se registra NINGUNA mención al respecto en el programa de Michelle Bachelet? ¿A qué se debe que nuestros periodistas lo excluyan olímpicamente de sus artículos, entrevistas, consultas y debates? ¿Hay acaso un acuerdo generalizado de relegarlo al cuarto de los trastos viejos? ¿Es que nuestros apreciados integrantes del fenecido cuarto poder (facultad que no se ejerce, se pierde) no entienden, definitivamente, el tema? ¿O será que todos, políticos, economistas y periodistas, viven en una burbuja sin contacto con el país real?

Digámoslo con todas sus letras: así como un estadístico competente jamás considera aislado el dato de la media, sino que lo complementa con medidas de distribución tales como la varianza y la desviación estándar, ningún político o economista serio debería presentar el Ingreso per cápita sin su medida de distribución asociada: el coeficiente de Gini, y ningún periodista competente debería aceptar que ello ocurriera. Si lo hacen, si se omite tal información y ello es tolerado, es porque el difundirla no le conviene a nadie (el que calla, otorga). En tal caso, estaremos condenados a que el coeficiente de Gini, que se ha mantenido sobre 0,5 durante los últimos 40 años (porque, como es obvio, nadie ha hecho nada al respecto), siga así por otros 40 (o al menos, por los próximos cuatro).


El coeficiente de Gini, estimado lector, no es cualquier índice. Es el indicador más usado para medir la magnitud del principal problema que afecta a nuestro país: la enorme desigualdad. ¿Cuándo será el día que comencemos a usarlo como corresponde?

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