¿Qué ocurriría si se terminara el FUT?

Supongamos que, debido a un milagro de San Goloteo o a un suceso de origen salfatesco, se termina el FUT. ¿Qué ocurriría? ¿Se acabaría el mundo tal como lo conocemos? ¿Se produciría el descalabro económico que pronostican la centroderecha y los representantes de los gremios empresariales? ¿Huirían los inversionistas, como ratones en la previa del naufragio? ¿Se hundirían las mipymes, para las cuales, según algunos “sabios”, el FUT constituye su principal capital de trabajo? ¿Tiene usted la respuesta a mano, estimado lector? ¿No? Pues bien, lo invito a averiguarlo.

Un fenómeno deja de producirse cuando la causa que lo origina desaparece. ¿Hay algo más obvio que eso? Si el día de mañana, por ejemplo, las placas de Nazca y Sudamericana se transformasen en seres pensantes y decidieran limar sus asperezas en forma pacífica, para deslizarse con suavidad una por debajo de la otra (con o sin Corte de La Haya de por medio), se acabarían los terremotos (por favor, no vaya a pensar que yo creo que eso es posible; simplemente estoy ejemplificando con un evento que tiene una probabilidad de ocurrencia similar al de que la Nueva Mayoría decida conculcar los privilegios de nuestra elite socioeconómica).

Ahora bien, como sabemos, la causa del FUT es la existencia de nuestro criollo “sistema integrado de impuesto a la renta” (¿por qué será que ningún país desarrollado, en sus treinta años de vigencia, lo ha copiado? Si serán…).  El FUT, que es un registro contable de las utilidades que han tributado en primera categoría y que no han sido retiradas por sus propietarios, existe exclusivamente porque los impuestos pagados por las empresas son un anticipo de los tributos personales de los socios. Si esa situación cambiara, si se suprimiera esa condición de “anticipo” del impuesto de primera categoría, adiós FUT. Ergo, para eliminarlo tenemos que darle el bajo al dichoso sistemita. Ello se logra de manera muy simple: quitándole al impuesto de primera categoría su condición de anticipo (al no haber anticipos, no se requiere su registro contable), y estableciendo que dicho tributo sea (como en todo el mundo desarrollado lo es, por lo demás), de beneficio fiscal.

Procedamos, pues. Utilicemos, para nuestro análisis, el método “céteris páribus” (todo lo demás constante), y veamos qué ocurre.

Partamos con las empresas productivas: ¿se ven afectadas con el cambio? No (pero NO del verbo NO). No sufren absolutamente ningún efecto. Ni el más mínimo. Siguen pagándole al Fisco el mismo impuesto de primera categoría que le pagaban hasta antes del cambio (la diferencia es que, en vez de ser un anticipo a cuenta de los impuestos personales de sus propietarios, pasa a ser de beneficio fiscal, pero el monto es exactamente el mismo). En consecuencia, no se acaba el mundo tal como lo conocemos, no se produce ningún descalabro económico, no se ve afectada la rentabilidad de los proyectos y, por cierto, tampoco se resiente la inversión. Los inversionistas seguirán ocupando los mismos parámetros que ocupaban hasta hoy en sus evaluaciones (no cambia ninguno), los bancos, sus mismos criterios de evaluación de riesgo, y así sucesivamente.

Por cierto, lo anterior también rige para las mipymes (por muy pequeñas que sean, siguen siendo empresas).  Su situación no varía. Siguen exactamente igual que antes del cambio.

¿Se produce algún efecto sobre los asalariados? Tampoco. Éstos, como sabemos, tributan en segunda categoría y, al no haber variación en las tasas de este tributo, mantienen inmutable su situación original.

¿Qué es lo que cambia, entonces? ¿Qué es aquello que genera tanto terror en las asociaciones gremiales de empresarios? ¿Tanta resistencia? ¿Tanto lobby? Pues, parece evidente. Donde sí hay variaciones, amigo lector, es el que respecta al impuesto global complementario, esto es, el tributo que deben enterar, entre otros, los señores empresarios.

Nótese que nuestro análisis (por lo del céteris páribus, le recuerdo) considera que las actuales tasas y tramos del impuesto global complementario se mantienen invariables. Asimismo, asume que la disposición que establece que dicho gravamen afecta sólo a las utilidades retiradas por los empresarios e inversionistas (no a las devengadas), permanece vigente. Le reitero: el único cambio que hemos introducido es que el impuesto de primera categoría deja de ser un anticipo a cuenta de los impuestos personales de los empresarios, y pasa a ser de beneficio fiscal (eliminando, de paso, el FUT).

Reiteremos la pregunta: ¿por qué la sola mención de este cambio tan simple causa espanto en los gremios empresariales, en sus representantes (la derecha chilena) y en sus núcleos de apoyo (ciertos grupos editoriales, algunos comunicadores y parte importante de los equipos técnicos de la Nueva Mayoría)?

La razón es muy simple: les afecta directamente el bolsillo (¿cuál otra podría ser?). En efecto, el gran cambio que se produce es que, al perder el crédito de que disfrutaban por el impuesto de primera categoría pagado por sus empresas, los empresarios deben comenzar a pagar sus tributos personales de su propio peculio. Vale decir, se ven obligados, como todo el resto de los chilenos afectos a impuestos, a entregarle al Fisco, por dicho concepto, una proporción de los ingresos que perciben.

¿De qué cifras estamos hablando? En la web del SII están publicadas para los últimos años (http://www.sii.cl/aprenda_sobre_impuestos/estudios/estadistribu/consolidados.zip) las cifras recaudadas por cada tipo de impuesto. Para el año 2012, por ejemplo, el global complementario alcanzó un monto aproximado de USD 775 millones,  y el crédito por concepto de impuesto de primera categoría, USD 812 millones. Hubo, en consecuencia, una devolución de USD 37 millones, la que se incrementó, por la aplicación de la franquicia del artículo 57 bis de la ley de la renta, a USD 285 millones (sí, estimado lector, no está leyendo mal: el sistema vigente permitió que los empresarios chilenos no sólo no pusieran un peso de su bolsillo por concepto de impuesto a la renta durante el 2012, sino además, consiguió que les devolvieran USD 285 millones de lo que habían pagado sus empresas). El impuesto adicional (pagado por los propietarios de las empresas foráneas que operan en Chile), por su parte, alcanzó USD 1.912 millones (qué raro, ¿verdad?, que sea tanto mayor el impuesto adicional que el global complementario; ¿no existirá elusión en Chile?), y el crédito por concepto de primera categoría alcanzó los USD 864 millones.

Por consiguiente, sólo con el cambio señalado, los empresarios deberían pagar USD 1.391 millones en tributos personales que hoy se ahorran (y si se eliminara el 57 bis, pagarían USD 248 millones más), y dejarían de percibir USD 37 millones de devoluciones. Le pido por favor que tenga presente que estos impuestos están calculados sobre los retiros y dividendos, esto es, sobre dineros que ya salieron de la empresa el año anterior al momento de su cálculo. No hay efectos sobre la inversión aquí. Son recursos que se usaron en consumo, viajes o en ahorro personal.

¿Entiende ahora el por qué de tanta alharaca? ¿Comprende la razón por la que los gremios empresariales, solidarios con el prójimo como siempre, se oponen terminantemente a terminar con este sistema? ¿Se da cuenta de por qué la Nueva Mayoría, pese a que predica lo contrario, en la práctica se juega por mantener las bases del sistema? Si la suma total es impresionante. Estamos hablando de que eliminar el “sistema de impuestos integrados a la renta” les cuesta a los empresarios, como mínimo, USD 1.428 millones, los que aumentarían a USD 1.676 millones si además se eliminara el 57 bis (que, como usted ya sabe, sólo beneficia a quienes disponen de recursos para tener ahorro positivo, o sea a los mayores ingresos del país).

Ahora desmistifiquemos, de una vez por todas, el tema de los microempresarios. Aparte del tributo de primera categoría, ¿cuánto impuesto pagan éstos por concepto de global complementario? Es fácil saberlo; basta con recurrir a la tabla vigente para ello (http://www.sii.cl/pagina/valores/global/igc2013.htm). Ahí puede apreciarse que un microempresario que retire hasta $ 540 mil mensuales, no pagará ni un peso por dicho concepto. Uno que retire $ 1 millón mensuales, por ejemplo, pagará  $ 274.331 en total(equivalentes a $ 22.861 al mes, y a un 2,3% de su renta total; más que razonable, ¿verdad?). ¿Cuál es, entonces, el descalabro que se produce a nivel de la microempresa? ¿De qué hecatombe estamos hablando? ¿Se da cuenta cómo la mayoría de los defensores del sistema hablan sin tener idea de lo que están diciendo? Es más grave, por cierto, el caso de los que hablan sabiendo muy bien lo que dicen, porque ésos están derechamente mintiendo. En cualquier caso, usted ya tiene los elementos para desenmascarar a uno u otro. Úselos con toda confianza.

Son los medianos y, fundamentalmente, los grandes empresarios, los que se ven afectados por este cambio, porque pierden el beneficio que les entrega el espurio sistema vigente: no pagar impuestos por el dinero que retiran de sus empresas.

Pero eso es sólo una parte del problema que se les presentaría, de implementarse esta modificación. La más pequeña, podríamos decir. Fíjese en un dato: los USD 775 millones de impuesto de primera categoría representan menos de un 4,5% de la base imponible correspondiente (de los dineros que retiraron los empresarios de sus empresas). ¡Nuestros empresarios están tributando en el tramo más bajo de la escala de global complementario! En promedio, este grupo donde están los Luksic, los Matte, el conglomerado Falabella, Paulmann, Piñera, el grupo Angelini, Álvaro Saieh y otros próceres por el estilo, paga en impuestos menos del 5% de sus ingresos declarados (que, como sabemos, están extremadamente subdeclarados). ¿Qué me dice usted? Bueno, el inmoral sistema vigente permite perlas de ese tipo.

¿Cambia esto con la modificación planteada? Indirectamente, sí. Ésta, que parece tan simple, es un torpedo bajo la línea de flotación de toda la estructura societaria armada por los grupos empresariales para eludir (evadir) impuestos. Si el impuesto de primera categoría pasa a ser de beneficio fiscal y se obliga a todas las empresas, reales o de papel, a pagarlo sobre sus utilidades, las sociedades de inversión se vuelven un lastre, y disfrazar los gastos personales como gastos de este tipo de empresas pasa a tener un costo elevado. Se elimina también el mecanismo de elusión consistente en efectuar retiros por sobre el FUT disponible. Se podría, con estos cambios y con un control más estricto, triplicar o cuadruplicar la recaudación por concepto de global complementario. Si usted suma, con este puro cambio y sin variar tasa alguna, podría llegar a recaudar unos USD 4.000 millones adicionales a los que hoy se reciben. La mitad de lo que proyecta recaudar Michelle Bachelet con su inentendible potpurrí de medidas “poco razonadas”. Y desde el mismo año 1, no al cabo de los cuatro que considera la  Nueva Mayoría. Todo ello con un sistema mucho más simple de operar y, por ello, mucho más sencillo de controlar. Y mucho, pero mucho más equitativo, también.

Se comprende entonces que los grandes empresarios se opongan a que este cambio se implemente (el concepto de equidad no está presente en sus vocabularios). Sin embargo, ¿por qué la Nueva Mayoría se niega a llevarlo adelante? ¿Por qué Michelle Bachelet mantiene las bases de este verdadero engendro que hace 30 años nos instalaron por la fuerza de las armas, y que ninguno de los gobiernos concertacionistas se atrevió a eliminar? ¿Qué clase de acuerdo existe entre el nuevo gobierno y los gremios empresariales para no implementar una modificación tan obvia?

Sería bueno saberlo, ¿no es cierto? Así entenderíamos por qué, al menos en el tema tributario, la Nueva Mayoría no pretende gobernar para la mayor parte de los chilenos, sino conservar los privilegios de unos pocos.

¿Será porque, como dijo nuestra nueva Presidenta, se busca conseguir una mayor igualdad? Ja, ja y ja. Por favor, amigo lector, no me haga reír.

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