Los desafíos de la reforma tributaria
Ya
sabemos que habrá, sí o sí, una reforma tributaria durante el próximo gobierno.
Eso, salvo que haya un cataclismo de proporciones de por medio. Está considerada,
de hecho, como uno de los pilares básicos del programa de la Nueva Mayoría, por
lo que es un compromiso de campaña y, como tal, debe cumplirse.
Convengamos
en que los sistemas se reforman para mejorarlos, para corregir lo que no
funciona como corresponde. Eso es algo, aparte de archisabido, más que
evidente. Usted no reforma lo que presenta un buen desempeño.
Por
dicha razón es pertinente, cuando hablamos de desafíos, plantearse qué es,
específicamente, lo que hay que corregirle a nuestro actual sistema tributario.
Para
ello, hay que partir por lo básico, por aquello que, si no se resuelve, no
admite seguir adelante. Hay que partir por el principio. O sea, por los
principios.
Los
principios son algo que debe respetarse siempre, en todo orden de cosas. Por
eso se llaman principios. Bajo ninguna circunstancia, deben ser violentados,
menos aún, por períodos prolongados. Por eso es tan importante establecer con
claridad cuáles son exactamente, y cuál es su real alcance y su correcto
significado.
Un
ejemplo en otro ámbito sirve para ilustrarnos. Libertad e igualdad son dos de
los principios básicos por los que se rigen las sociedades modernas. Están
presentes en la inmensa mayoría (no digo en todas porque no tengo la certeza de
ello) de las Cartas Fundamentales de los países del orbe. Y también, no faltaba
más, en la Declaración de derechos humanos de las Naciones Unidas: “todos los
seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Por ningún motivo,
entonces, deberían ser incumplidos o violentados. Sin embargo, a lo largo de la
historia han sido postergados en innumerables oportunidades. Los campos
algodoneros del sur de los Estados Unidos y al apartheid de Sudáfrica son
buenas muestras de ello. En internet están disponibles los argumentos de
quienes apoyaban tan nefastos sistemas y, adivine, la gran mayoría son de
índole económica. “Hay que mantener el sistema porque si lo suprimimos, las
consecuencias para nuestra economía, para nuestros patrimonios, serán
desastrosas”, es un buen resumen de ellos.
Los
principios, supeditados al bienestar económico de unos pocos. ¡Qué horror!,
¿verdad? Sucedió no hace mucho en otras latitudes, y está sucediendo hoy mismo
en nuestro país.
Porque,
tal como usted sabe, los dos principios más relevantes que debe cumplir un
sistema tributario, el de equidad y el del beneficio, brillan por su ausencia
en el nuestro. En el sistema tributario vigente, estimado lector, para
favorecer a unos pocos, se perjudica a la gran mayoría de los chilenos.
El
principio del beneficio establece que todos quienes reciben servicios del
Estado, personas y organizaciones, deben contribuir a su financiamiento en
proporción a los servicios que reciben. Figura en la totalidad de la literatura
especializada de habla inglesa (y, sospechosamente, ha sido omitido en los
artículos escritos por los especialistas nacionales). Está presente, de hecho,
en la normativa de todos los países de la OCDE, con excepción de Chile y de
México. En Chile, es trasgredido impunemente desde hace 30 años, ya que los principales
consumidores de servicios públicos, las empresas, no pagan por ellos, sino que
emplean sus impuestos para pagar los tributos personales de sus propietarios
(lo que implica que todos los chilenos les subsidiamos los servicios públicos
que consumen, pero eso es otra historia).
El
principio de la equidad, por su parte, tiene dos componentes: la equidad
horizontal (a iguales rentas, iguales tributos) y la equidad vertical (a
mayores ingresos, mayores tributos). También se quebranta de manera aleve en
nuestro país, desde hace décadas, mediante tres expedientes: los artículo 55bis,
55ter y 57bis, que permiten a quienes tienen mayores rentas, pagar
proporcionalmente menores impuestos; las bajas tasas marginales que gravan a
las rentas más altas (no olvide que, según un estudio que no ha sido
desmentido, el 0,1% más rico de la población chilena recibe el 18% de los
ingresos); y el ya mencionado pago que efectúan las empresas de los impuestos
personales de los socios, que evita que éstos se metan la mano al bolsillo para
cumplir con su obligación.
Si
hablamos entonces de desafíos para la próxima reforma tributaria, aquí tenemos
el primero y, por lejos, el más importante: restablecer los principios en
nuestro sistema impositivo. O, mejor dicho, establecerlos de una buena vez,
porque al parecer, nunca han estado presentes.
El
nuevo sistema, el sistema reformado, debería considerar, entonces, que todos quienes
consumen servicios públicos, sean personas u organizaciones, paguen por ellos
en proporción a los servicios que reciben (lo que se logra haciendo que el
impuesto de primera categoría pase a ser de beneficio fiscal).
Debería
considerar, además, que quienes reciben iguales rentas, paguen iguales tributos
(el cambio ya mencionado permite lograrlo). Aquí es especialmente relevante corregir
el perjuicio tributario que hoy afecta a las familias que han optado por que
uno de los cónyuges se dedique al hogar (se logra dividiendo por dos la renta
del cónyuge que labora).
Y,
además (iba a decir “por último”, pero hay muchas otras cosas que deben
modificarse en el actual sistema tributario), debería considerar que quienes
reciben mayores rentas, paguen efectivamente mayores tributos (ello se consigue
estableciendo tasas marginales apropiadas y eliminando las franquicias de los
artículos 55bis y 55ter, y la del 57bis, entre otras).
Sólo
así, estimado lector, cuando logremos que nuestro sistema tributario pase a ser
lo que nunca ha sido, EQUITATIVO, estaremos en condiciones de sentarnos a
conversar de los cochinos pesos, esto es, acerca de cuánto se necesita recaudar
para financiar todos los cambios que nuestra sociedad, con la máxima urgencia,
requiere (y definir las tasas correspondientes, desde luego).
Ahora,
estimado lector, le pido que, si usted tiene cercanía con los expertos
tributarios de la Nueva Mayoría, les hable para callado de estos temas, porque
al parecer no los tienen muy claros. Sólo así se explica que en su propuesta de
reforma tributaria estén considerando medidas que acentúan la inequidad
vertical (incentivos al ahorro que sólo favorecen a quienes disponen de mayores
recursos) o que perpetúan la exclusión del principio del beneficio de nuestro
sistema tributario (mantener el absurdo e indefendible “sistema integrado” de
impuesto a la renta, promover una inexcusable “depreciación instantánea” y no
darle un corte definitivo al FUT histórico). Aproveche de contarles también,
que una medida mortal contra la elusión es, justamente, “suprimir el sistema
integrado”, haciendo que el impuesto de primera categoría que pagan las
empresas, pase a ser de beneficio estatal (elimina los giros en exceso sobre el
FUT disponible).
La
sabiduría popular es potente. No hay peor sordo que el que no quiere oír ni
peor ciego que el que no quiere ver, dice el refrán, y los amigos de la Nueva
Mayoría lo aplican al pie de la letra. Esperemos que la evidencia les estalle
de una vez por todas en la cara y ya no puedan seguir haciéndose “los de las
chacras”. Más vale tarde que nunca.
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