Los exabruptos y la probidad
Usted,
estimado lector, podrá o no estar de acuerdo en la forma en que lo hizo ―si tenía
que aparecer ella o alguno de sus asesores, si atacó con un boomerang, si se disparó
en el pie, si usó palabras inapropiadas, si confundió peras con manzanas, si ametralló sin tener municiones, etc.―, pero lo concreto es que Evelyn Matthei puso en la
mesa, tal vez sin estar plenamente consciente de ello, uno de los temas más
relevantes que no están resueltos como corresponde en la política chilena: el
de la probidad de los candidatos.
Expongámoslo
de la forma más clara posible para que no dar espacio a dobles interpretaciones:
si usted quiere ser candidato a un cargo de elección popular (Presidente,
Senador, Diputado, Alcalde, Concejal), usted debe ser probo. Ni más ni menos.
¿Y
qué significa “ser probo”? Fundamentalmente tres cosas: no tener compromisos
incumplidos pendientes; no haber usado, o intentado usar, recursos públicos en
beneficio propio; y no haber sido declarado culpable por algún delito.
Respecto
de los compromisos, el punto es evidente: usted puede haber tenido problemas en
su vida privada ―nadie está libre, por ejemplo, de hacer malos negocios o de
caer en la insolvencia; la vida suele ser muy fregada en esos asuntos―, pero si
pretende postular a un cargo de elección popular, no puede cargar con documentos
protestados, contratos incumplidos o imposiciones impagas. Ni usted ni las
sociedades de las que forma parte. Si se halla en este caso y le es imposible contrariar
su vocación de servicio público, primero solucione sus inconvenientes y después
postula. ¿Capisci?
Respecto
de los recursos públicos, el asunto debería ser mucho más radical: si usted
mete, o intenta meter, las manos una vez, aunque sea una sola, en el erario
público, sea para usted o para sus compinches (o para alguna sociedad
relacionada), usted debe recibir tarjeta roja. Para la casa, señor (o señora;
no debe haber aquí discriminación alguna) per saecula saeculorum. Alguien que
llega al servicio público no para servir a los demás sino para servirse de
ellos, no puede tener segundas oportunidades. Hay suficientes candidatos
potenciales (no está clara la cifra pero en fin…) como para soportar una frescura
semejante.
Y
respecto de los delitos, digámoslo con todas sus letras: todo el mundo tiene
derecho a las segundas oportunidades, a la rehabilitación, a volver a comenzar,
pero no en cargos de elección popular. Se supone que a ellos debieran llegar
los mejores, los seleccionados, los que han sido capaces de superar impolutos
las duras pruebas que nos presenta la vida. Estoy seguro que hay suficientes
personas en este país que cumplen esta condición, como para estar recurriendo a
quienes han delinquido, aunque sea una vez. Aquí sí que no corre eso de que
nadie está libre de pecado. Usted puede, perfectamente, deambular por la
existencia sin cometer delitos. ¿Usted robó, asesinó, estafó, defraudó? Rehaga
pues su vida, pero no postule a cargos de elección popular. ¿Usted cometió
violencia intrafamiliar, condujo vehículos bajo la influencia del alcohol,
practicó la pedofilia? Rehabilítese, pero ni siquiera intente llegar a la
Presidencia, al Congreso o a una alcaldía.
Aplicando
estos sanos principios comenzaríamos, se lo firmo, a mejorar de frentón la
gestión pública. Muchas personas que hoy no se interesan, cambiarían su opinión
y se plantearían la posibilidad de incursionar en ella. Normas drásticas como
las planteadas podrían, si se coordinan con otras medidas que caen de cajón (como
por ejemplo, el límite a las repostulaciones), producir la esperada y necesaria
renovación de los actores políticos.
La
probidad, estimado lector, es un asunto demasiado relevante, demasiado serio,
como para no darle la debida importancia, como para dejarlo de lado, como para tratarlo
con la liviandad con que se enfrenta actualmente.
Porque,
¿qué es lo que ocurre hoy mismo en esta materia? ¿Cómo están, a este respecto,
funcionando nuestras instituciones?
Mal,
pues; qué quiere que le diga. No sólo no hay un sistema que garantice la
probidad, sino que a nadie le importa el tema en cuestión. Tiene que darse un
exabrupto, como el de Evelyn esta semana, para que salte a la palestra. Hoy,
como bien dice la candidata derechista, usted puede ser un fresco, un sinvergüenza,
un delincuente, y ser elegido como Presidente, Senador o Diputado. Puede meter
las manos tranquilamente y llegar, incluso, a la mesa directiva del Senado o de
la Cámara de Diputados. Incluso a la presidencia de alguna de ellas. Puede
hacer mal uso de las asignaciones parlamentarias, ser procesado por ello y,
mediante el expediente de la suspensión condicional del procedimiento, salir
libre de polvo y paja y repostular nuevamente. Puede, lamentablemente, hacer lo
que le dé la gana.
¿Hasta
cuándo?
Bueno…
hasta que nosotros, los ciudadanos de a pie, nos decidamos a poner el tema en discusión
y digamos ¡basta!
El
problema es que para eso falta bastante todavía. Recién partimos exigiendo nuestros
derechos en la educación. Está apenas asomando, tímidamente, el problema
previsional. Ni siquiera han comenzado a esbozarse los de salud, vivienda, trabajo,
justicia, acceso al financiamiento y tributación. ¿La probidad? Tenga por
seguro que quienes están involucrados harán lo necesario para dejarla en último
término.
Si
es que la anotan en la lista, desde luego, porque si no lo hacen, tendremos que
seguir esperando.
Hasta
que el próximo exabrupto vuelva a ponerla en el tapete.
Y en ese caso, no
puedo dejar de preguntarme, ¿será nuevamente Evelyn la protagonista?
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