Burbujilandia
¿Conoce
usted Burbujilandia? ¿No? Qué extraño, si la tiene tan cerca. De cualquier
forma, permítame presentársela.
Está
ubicada dentro de las fronteras chilenas. Es un enclave reducido pero amplio (en
completa contradicción con las leyes de la física, reúne ambas características de
manera simultánea), una suerte de paraíso terrenal muy cómodo, cálido, lujoso
incluso, que está completamente separado del resto del país por una cúpula, una
enorme bóveda cuyas paredes, lisas y suaves tienen una característica que sólo
puede calificarse de asombrosa: permiten ver hacia el interior y escuchar gran
parte de lo que allí se habla, pero no desarrollar el proceso inverso.
Leyó
bien: si usted está dentro de Burbujilandia, las paredes de la cúpula se
vuelven opacas e insonorizadas; usted no puede ni mirar hacia afuera ni
escuchar los sonidos que allí se emiten. Si usted está dentro de Burbujilandia,
estimado lector, usted está aislado del resto del mundo.
No
es que ello incomode especialmente a los habitantes de esta suerte de Jardín
del Edén criollo ―“burbujilandeses” se llaman. Tampoco, que los intranquilice o
deprima. De hecho, los burbujilandeses disfrutan de la existencia. Tienen todo
lo que necesitan dentro de la cúpula: los mejores bienes de consumo, magníficas
viviendas, regios automóviles, aparatos comunicacionales de última generación,
educación y salud de primer nivel, trabajos interesantes y bien remunerados,
oficinas cómodas y bien equipadas, excelentes urbanizaciones, parques,
jardines, clubes deportivos y gimnasios cuyo equipamiento se lo encargo, y
sobre todo, contactos, muy buenos contactos, que les permiten ir mejorando, en
forma continuada y permanente, su nivel
de vida y su posición en la sociedad.
Además,
son autosuficientes. Estudian, se emparejan y se interrelacionan dentro de la
cúpula. Hacen negocios y toman decisiones de todo tipo, hasta las que afectan
al país entero, sin dar ni siquiera un paso fuera de ella. Incluso lo que
escriben ―artículos, columnas de opinión, libros―, no está orientado al público
en general, sino que está elaborado para ser consumido y digerido por otros
burbujilandeses.
Los
burbujilandeses constituyen un núcleo cerrado al que cuesta mucho acceder.
Algunos, sin embargo, muy de vez en cuando, consiguen entrar a la cúpula.
Cuando ello ocurre, eso sí, se manifiesta un singular fenómeno: pierden la
memoria. Es como una suerte de síndrome (algunos lo denominan
aburbujilamiento). Hay, al parecer, algo en el aire, alguna sustancia de
naturaleza desconocida, que provoca que se olviden por completo de su vida
anterior.
Ese
aislamiento, esa suerte de barrera infranqueable que separa a los
burbujilandeses del resto de los chilenos, les impide, por cierto, conocer la
verdadera realidad de estos últimos. Los mantiene desinformados y ajenos,
distantes, como parientes muy lejanos (más, incluso, ya que ni siquiera se
topan con ellos en los matrimonios o en los funerales).
No
es que ello les importe mucho, sin embargo. La estricta verdad es que los
burbujilandeses no viven preocupados de lo que ocurre fuera de Burbujilandia. No
les quita el sueño. Para decirlo en lenguaje chileno coloquial de nuestra
época, no están ni ahí. Sólo se enteran de que algo extraño ocurre en aquellas oportunidades
donde el clamor, el ruido exterior, es demasiado elevado y cruza, en la forma
de murmullos, las insalvables murallas. Allí reaccionan y acceden a visitar,
por lapsos muy breves, el mundo exterior, buscando apaciguar las aguas y hacerlas
retornar a su cauce normal.
Ello
no tendría, desde luego, nada de particular si no fuera porque el bienestar de
quienes viven fuera de la cúpula, de los habitantes extramuros, depende en gran
medida de las decisiones que adoptan los burbujilandeses.
En
efecto, éstos deciden el tipo de educación y el nivel de los servicios de salud
que recibirán aquéllos, las dosis de seguridad y justicia a las que tendrán
acceso, los tributos que deberán pagar, las tasas de interés que gravarán los
créditos que ellos contraigan, las características de las viviendas en las que
deberán desarrollar sus vidas, cuál va a ser su previsión y muchas otras cosas.
También, desde luego, la posición relativa que mantendrán a lo largo de su vida
con los propios burbujilandeses.
Y, por
cierto, como desconocen la realidad, sus decisiones normalmente no consideran
el interés ni el bienestar del resto de los chilenos. Ni siquiera el respeto
que se les debe.
Para
muestra, cuatro botones:
La
mayoría de os burbujilandeses consideran que la desigualdad no es un problema.
Creen que una relación de ingresos de 30/1 entre el 10% más favorecido (que
vive en su totalidad en Burbujilandia) y el 10% menos acomodado, es normal. Que
no merece reparo y, por consiguiente, que no debe afectarse o corregirse. Es
cosa de ver las propuestas de las principales candidatas presidenciales ―una, burbujilandesa
de tomo y lomo, de ésas de antigua prosapia; otra, perteneciente a una camada
más nueva, pero afectada brutalmente por el aburbujilamiento (el síndrome aquél
de pérdida de memoria). No hay ninguna destinada a reducir este guarismo (ya sé
que esta palabra es un arcaísmo, pero me reconcilié con ella después que la leí
en un comentario de un burbujilandés que se dedica a las encuestas). De hecho,
éste ni siquiera se menciona, como si no fuera relevante. Y la verdad es que no
lo es, al menos para las candidatas y sus asesores (burbujilandeses todos, como
ya dijimos). Como puede usted ver, la sintonía entre quien ocupará el cargo de
Presidenta y el grueso de la ciudadanía es plena.
Para
los burbujilandeses ―entre ellos, las dos principales candidatas a la
Presidencia― es natural que las empresas no paguen impuestos. Da lo mismo que
reciban ingentes servicios del Estado a título gratuito (eso, como usted sabe
muy bien amigo lector, se llama subsidio); que todos los manuales de
administración, desde los más básicos a los más avanzados, señalen tajantemente
que las empresas son entes distintos de sus dueños; que la misma Constitución
así lo establezca. Para ellos (y ellas), las empresas y los empresarios no
pueden tributar en forma separada porque habría doble tributación. Como no
viven en contacto con la realidad, no se percatan que en ninguna parte del
mundo utilizan tan absurdo argumento para alivianarle la carga tributaria a las
mayores fortunas del país. Tampoco, que en todas la naciones desarrolladas el
pago de impuesto a la renta por parte de las empresas es la forma en ellas
retribuyen el enorme caudal de servicios que reciben del Estado. Y como no
están en sintonía con el resto de los chilenos, no trepidan en mantener tan
inmoral sistema, en beneficio de los grandes empresarios (burbujilandeses
todos) y en perjuicio del grueso de la ciudadanía. Si no me cree, revise las propuestas de las
dos candidatas principales. Ambas mantienen a rajatabla el dadivoso espíritu
(para con los burbujilandeses, desde luego) del mecanismo de impuesto a la
renta vigente.
A
menos de un mes de las elecciones, la principal candidata presidencial (que,
como ya dijimos, es burbujilandesa más reciente) no considera pertinente poner
a disposición de sus potenciales electores su programa de gobierno. Y tampoco
considera necesario participar con todo el resto de sus competidores en un
debate televisivo. Ahí tiene usted, estimado lector, una muestra del respeto
que los burbujilandeses sienten por quienes habitan fuera de su cúpula.
Y el
último botón. ¿Recuerda usted, apreciado lector, los comentarios que algunos
analistas políticos burbujilandeses efectuaron a posteriori del reciente debate
televisivo? Señalaban que el Chile que se reflejaba en los planteamientos de la
mayoría de los candidatos no era el Chile de verdad. ¿No le parece ésa una
prueba categórica de la brutal falta de contacto con la realidad que adolecen
los burbujilandeses? Si no conocen el Chile real. Les falta calle, como diría
cierto candidato senatorial.
Así
están las cosas. Un panorama, por decir lo menos, dramático. Durante los
próximos cuatro años, una burbujilandesa dirigirá nuestros destinos, respaldada
por colaboradores y asesores provenientes, en su totalidad, del interior de la
cúpula. Tal como ha ocurrido durante los últimos 40 años. Si en tan largo
período las cosas no han cambiado, ¿podemos esperar que en tan breve lapso lo
hagan? ¿Con burbujilandeses a cargo del tema?
Sería
un milagro.
Y
como usted sabe, estimado lector, los milagros son muy, pero muy, poco
frecuentes.
Y
menos aún, fuera de Burbujilandia.
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