La consigna de la desigualdad
“Combatir
la desigualdad” es una buena consigna, qué duda cabe. Dado que el problema es
tan serio en nuestro país, repetirla incansablemente vende, y mucho. En las
pasadas elecciones, de hecho, Michelle Bachelet evitó la debacle de su sector
usándola como su principal caballito de batalla.
El
problema se manifiesta cuando llega el momento de tomar la guitarra y brindar
el concierto prometido. Ahí es cuando las promesas se las lleva el viento. Y ésa
es también la ocasión donde la generalidad, la falta de detalle, el lugar
común, el párrafo difuso, aparecen como sustitutos ideales ―en ambientes poco
exigentes, por cierto― para la falta de ideas claras y de programas concretos.
En
países relajados como el nuestro, no hay muchos inconvenientes en que eso sea
así: nadie va a andar por ahí exigiendo que los cambios prometidos se
concreten. No lo hará el oficialismo, porque está involucrado directamente en
el ítem “promesas no cumplidas”, y no son de los que transitan por la vida
haciéndose harakiris; y tampoco la oposición, ya que los cambios prometidos van
en contra de sus principios e intereses (fundamentalmente de estos últimos),
por lo que, de manera alguna, exigirán su cumplimiento.
Así
que para precisiones respecto de qué es la desigualdad, con qué parámetros se
medirá, cuáles son las metas al respecto y cómo se pretende alcanzarlas en cada
ámbito de la vida ciudadana, tendremos que seguir esperando, tal como ya lo
hicimos en cada uno de los cuatro gobiernos concertacionistas anteriores y, por
supuesto, en el gobierno de Piñera.
Pruebas
al canto: catorce veces pronunció la mandataria, en su discurso del 21 de mayo,
la palabra desigualdad. ¿Destinó algún párrafo para definir el concepto?
Ninguno. Seguimos hasta la fecha sin saber a qué se refiere ella cuando
pronuncia el vocablo. ¿Mencionó el o los indicadores con los cuales piensa
dimensionarla? Para nada. Tal parece que la Nueva Mayoría supone que la
desigualdad es un concepto abstracto y, como tal, no está sujeta a medición.
¿Enumeró las metas cuantificables que pretende alcanzar en la materia? Desde
luego que no. Si no mencionó los indicadores, mal podría haber hablado de metas
cuantificables.
¿Qué
dijo entonces Michelle Bachelet acerca de la desigualdad? Puros lugares
comunes: que anhelamos vivir en un lugar con menos desigualdad; que no hemos
logrado tener mecanismos que nos permitan enfrentar las desigualdades; que
debemos avanzar a una sociedad con menores desigualdades; que el país tiene la
fuerza para enfrentar los lastres del desarrollo, principalmente la
desigualdad; que hay tres transformaciones que son fundamentales para el
enfrentamiento (sic) de la desigualdad (se refiere a reforma educacional, nueva
Constitución y reforma tributaria); que recibir una educación de calidad es el
mecanismo más eficaz para reducir la desigualdad (cosa que no es efectiva); que
invertir en educación es enfrentar decididamente la desigualdad; que una de las
principales fuentes de desigualdad está en los ingresos del trabajo (¿es causa
o efecto, Michelle?); que una de las desigualdades que más daño hace a la
cohesión de Chile es la de nuestros pueblos originarios; que en lo que se
refiere a adultos mayores, hay fuertes signos de desigualdad que vamos a
enfrentar; que la centralización es otro factor de desigualdad en Chile; que si
hoy estamos hablando de desigualdad es gracias a que la ciudadanía logró que
este tema esté en el centro de las preocupaciones nacionales (vaya confesión;
¿ningún político estaba preocupado del tema antes?); que hoy debemos enfrentar
la desigualdad en todas sus dimensiones; y que enfrentaremos decididamente las
desigualdades.
¿No
me cree? Lea el discurso. Eso es exactamente lo que dijo. Respecto de cómo
acortará, en el ámbito de vivienda, el abismo entre los 1.000 m2 de terreno y
los 300 m2 construidos con terminaciones de lujo, contra los 80 y 50 con
terminaciones básicas, no habló. En relación a cuáles mecanismos usará para
reducir la enorme brecha de costo que hay entre un crédito preferencial y uno
otorgado por el retail a un empleado común y corriente, nada dijo. En cuanto a
cómo lograr que una persona que llega a un hospital público sea, tras una corta
espera, bien atendido por el especialista que necesita en unas instalaciones
adecuadas, no se pronunció. Tampoco entregó las cifras que comprueban que la
reforma tributaria que está imponiendo al país, acorta la brecha que existe con
el sistema vigente entre los tributos porcentuales que pagan los más pobres y
los más ricos. Y no mencionó, desde luego, a cuánto piensa disminuir en su
mandato los coeficientes de Gini y de desigualdad 10/10. No habló del cómo y el cuánto en ninguno de
los numerosos ámbitos donde se manifiesta la desigualdad en nuestro país. Y
menos, por supuesto, de cómo enfrentará durante su mandato las verdaderas
causas de la desigualdad (la enorme concentración del poder, del ingreso, de la
tierra, de los recursos naturales y de la riqueza que existe en este país).
Por
cierto, como corresponde a un país resignado como el nuestro, nadie dijo nada
respecto de estas carencias. Ningún parlamentario se refirió a ellas (ni
siquiera alguno de los recién llegados paladines de la verdad y la justicia).
Tampoco algún columnista. Y menos, por cierto, algún periodista. Son, según
parece, temas y precisiones irrelevantes.
No
nos quejemos, entonces, si al término del mandato de doña Michelle, el
coeficiente de Gini sigue, porfiadamente, sobre 0,50. O si el coeficiente de
desigualdad 10/10 se mantiene sobre 30. O si siguen las colusiones, ahora en
ámbitos distintos a los del pasado reciente. O si aumenta el número de familias
chilenas en el ranking anual de Forbes. Si ocurren tales sucesos, será
simplemente una constatación de el combate contra la desigualdad era sólo una
consigna; nada más que palabras lanzadas al viento.
La primera prueba
fehaciente ya la tenemos, en todo caso: es este mismo discurso, donde la
palabra desigualdad es un mero comodín que tuvo que ser usado, cuando faltaron
vocablos más pertinentes, catorce veces.
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