¿Es Chile un país de sinvergüenzas?
A
veces es bueno partir la semana con un poco de semántica. ¿Sabe usted cuál es
la palabra que designa a quienes abusan de sus posiciones de poder en beneficio
propio? ¿A los que, utilizando los vericuetos que existen en las leyes, evitan
cumplir con las obligaciones que éstas les imponen, en especial las tributarias?
¿A aquéllos que se apropian de los recursos públicos a precios irrisorios? ¿A los
funcionarios públicos que, pese a ver cómo gente inescrupulosa se lleva el
Estado para la casa, hacen la vista gorda y no toman acción alguna para
impedirlo (seguramente porque no les conviene)? ¿Conoce usted el término de
nuestro vocabulario con el que se denomina a tales personajes?
Le
doy tres alternativas: sinvergüenzas, descarados y caraduras, y lo invito a
revisar sus acepciones en la página web de la RAE. No vaya a la de la Academia
Chilena de la Lengua, porque perderá lastimosamente su tiempo. Ellos piensan que esas consultas no tienen
urgencia, por lo que han establecido un formulario de consulta (¿?) que hay que
llenar con todos los datos personales, y cuyo tiempo de respuesta es
desconocido. No puedo negar que tal procedimiento tiene su lógica. Después de
todo, una persona con inquietudes idiomáticas es sospechoso per se, y debe ser
plenamente identificado con el fin de poder vigilar su comportamiento futuro.
Profundicemos
en el tema: los sinvergüenzas son personas que cometen actos inmorales o
ilícitos en beneficio propio. ¿Como cuáles? La lista es interminable, pero detallemos
algunos ejemplos:
Caen
bajo esa denominación las personas que, haciendo uso de su investidura pública,
aprovechan cada coyuntura que se les presenta para mejorar su posición personal
(incrementar sus rentas o las asignaciones que perciben, favorecer sus negocios
privados, efectuar viajes de placer con viáticos pagados por el Estado, cobrar
sus remuneraciones sin cumplir con las exigencias de su trabajo, etc.).
También
les es aplicable el término a quienes, mal utilizando sus cargos, sitúan a su
parentela (hijos, cónyuges, hermanos, cuñados, sobrinos, padres, abuelos,
yernos, nueras, etc.), a sus contactos y a los miembros de sus colectividades,
en bien remunerados cargos públicos (muchas veces innecesarios), pasando a
llevar con ello los derechos de todo el resto de sus compatriotas.
Por
cierto, la definición les calza como anillo al dedo a los que hacen uso de
recursos públicos en beneficio propio (literalmente, “meten las manos”), con
acciones tales como: pasar gastos personales como gastos públicos; apropiarse
de asignaciones recibidas para fines específicos; meter “cuchufletas” en las
rendiciones de fondos fiscales; financiar viajes personales con cargo al erario
nacional; etc.
Además,
incluye a aquéllos que, con propósitos electorales, se ausentan durante meses
enteros de sus labores y cobran sin arrugarse sus emolumentos; a los que llegan
a su trabajo exclusivamente a marcar su
asistencia y luego se retiran con destino desconocido; a los que distribuyen su
carga de trabajo tratando de acomodarla a sus fines propios, sin considerar
para nada el interés nacional y, no faltaba más, a los que bloquean cualquier
tipo de iniciativa de interés nacional que afecte su bienestar personal.
En
esta última categoría están aquéllos que se niegan a ponerle límite a la
cantidad de reelecciones; los que se niegan siquiera a estudiar sus rentas
excesivas (originadas, sin duda, mediante alguna de las acciones descritas en
los párrafos anteriores); los que se resisten a legislar para regular el lobby;
los que obstruyen normativas orientadas a suprimir algunos de sus excesivos
privilegios.
También
deberían incluirse bajo este título, quienes patrocinan iniciativas legales
que, vestidas engañosamente de ropajes democráticos (algo así como un lobo con
piel de oveja) sólo favorecen a las agrupaciones políticas, acrecentándoles el
campo para ubicar a sus integrantes.
Además,
desde luego, quienes contemplan cómo algunos avezados se apropian de recursos
públicos o no cumplen sus obligaciones, y no mueven un dedo para corregir las
normas que les permiten hacerlo (entre ellos figuran quienes promueven las
franquicias tributarias, para permitir que quienes más ganan puedan minimizar
los impuestos que pagan).
Y,
por último, quienes promueven o defienden
legislaciones injustas e inequitativas, que sólo favorecen los intereses
de unos pocos (aquéllos que, por ejemplo, se niegan a que las empresas paguen
tributas de beneficio fiscal, para reembolsar al Estado los cuantiosos bienes
púbicos que reciben a título gratuito).
En
el mundo privado, por cierto, abundan quienes disponen de mérito más que
suficiente como para recibir semejante calificativo. Están los que evaden y
eluden impuestos (¿o me va a decir, como algunos sugieren, que la elusión no es
usar los resquicios legales de manera impropia para evadir obligaciones que, en
condiciones normales, deberían cumplir?); los que se apropian, con la
complicidad de las autoridades, de los recursos naturales (agua, pesca,
minería, bosque nativo) que pertenecen a toda la ciudadanía; los que explotan a
sus trabajadores con rentas exiguas y horarios y condiciones laborales
abusivos; los que dividen sus empresas para evadir el pago de beneficios
laborales; los que cobran, a vista y paciencia de las autoridades, tasas de
financiamiento derechamente usureras; los que se coluden para exprimir a los
consumidores; y un largo, pero largo, etcétera.
Ahora,
estimado lector, lo invito, a la luz de estas descripciones, a analizar el
escenario chileno. ¿Cree usted que en nuestro país se da alguna de las prácticas
señaladas? ¿Piensa que existen personas, ya sean funcionarios públicos o
personeros del sector privado, que reúnen los requisitos para recibir los
calificativos mencionados? ¿Le parece que en nuestro Chile querido hay
sinvergüenzas (o descarados o caraduras, como prefiera usted llamarlos)?
Y,
finalmente, si su respuesta a lo anterior fuese afirmativa, ¿cómo cree que
debería llamárseles a los otros ciudadanos, los que permiten con su apatía, su
ignorancia y su inocencia, que dichas prácticas sean consumadas? ¿Se le ocurre
un apelativo apropiado?
La
pelota está en su campo, apreciado lector.
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