Las mentiras del FUT
¿Qué
ocurre si usted descubre que lo han estado engañando durante 30 años,
diciéndole que un sistema tributario tiene determinadas virtudes cuando, si
usted lo analiza con cierto detalle, realmente no las tiene? ¿Qué opinaría
usted de ese sistema? ¿Y de quienes le han mentido? Sería grave, ¿verdad? Como
para pensar mal.
Pues
bien, lo invito a analizar una por una las supuestas virtudes (son nada más que
dos, no se asuste) del sistema de impuesto a la renta vigente (conocido
popularmente como FUT); aquellas mágicas cualidades que lo convierten, según
sus partidarios y defensores, en un verdadero paradigma a nivel mundial (le
destaco que ningún país desarrollado, en tres décadas, siquiera ha pensado en
considerar este paradigma como alternativa a su propio sistema; ¿se imagina que
todos los modelos fuesen iguales, que nadie estuviese interesado en copiarlos?).
Antes
de hacer el ejercicio señalado, me permitiré aclarar un error conceptual muy
extendido, según he constatado leyendo lo que se ha escrito al respecto: el FUT
no se origina con el hecho de que los empresarios e inversionistas tributen
sólo sobre las utilidades retiradas y no sobre las devengadas. Eso es falso, de
falsedad absoluta. El verdadero origen
del FUT, es el “sistema de impuestos integrados” que nos rige, aquél donde los
impuestos que pagan las empresas no son de beneficio fiscal, sino meros
anticipos de los impuestos personales de sus propietarios.
Probar
esto es muy fácil. Basta con ponerse en el caso de que el “sistema de impuestos
integrados” no existiese, y que los impuestos pagados por las empresas fuesen
de beneficio fiscal. Si eso fuese así, no existiría el registro, pues no habría
nada que registrar en él. El FUT existe porque allí deben registrarse los
anticipos (esto es, los impuestos de primera categoría pagados por las
empresas) para su posterior liquidación al momento de determinar el global
complementario. Si no hay anticipos, ¿qué va registrar usted en el FUT?
Si
usted quiere verlo con otro prisma, puede suponer que los empresarios e
inversionistas deberán pagar impuestos por las utilidades devengadas, pero se
mantendrá el “sistema de impuestos integrados” (que es la propuesta de la Nueva
Mayoría). En tal caso, dado que los impuestos pagados por las empresas siguen
siendo anticipos a liquidar (contra el global complementario), deben
registrarse en alguna parte, ¿verdad? No hay alternativa. Pues bien, ese
registro, aunque usted le cambie de nombre, seguirá siendo el viejo y desprestigiado
FUT.
La
verdad es que resulta muy fácil determinar si una propuesta acaba o no con el
FUT. Basta con hacerse la pregunta pertinente: ¿son los impuestos pagados por
las empresas, anticipos de los impuestos personales de los empresarios? Si la
respuesta es positiva, el FUT sigue existiendo; si es negativa, se le ha dado
el bajo por fin. Hágala, estimado lector, frente a la propuesta tributaria de
la Nueva Mayoría. Es un buen detector de mentiras, Si la hace, comprobará que con
ella, por mucho que lo certifiquen sus autores, NO se termina con el FUT. Sostener lo contrario es una falsedad; un
error si quienes lo afirman desconocen el tema, y una mentira, si lo conocen y,
pese a ello, continúan con sus afirmaciones.
En consecuencia, si usted quiere eliminar
el FUT, la única forma de hacerlo (y la que hay que utilizar, por cierto) es
eliminando el absurdo e inmoral “sistema integrado de impuesto a la renta”, que
nos rige desde hace 30 años. ¿Cómo? Suprimiendo la condición de anticipo del
impuesto de primera categoría y haciéndolo de beneficio fiscal. Es decir,
haciendo retornar la justicia y la cordura a nuestro sistema tributario.
¿Le
quedó claro? ¿Sí? Qué bueno. Volvamos entonces a nuestro análisis.
La primera
(y única, habría que decir) cualidad que se le proclama al FUT, es que,
supuestamente, favorece a la inversión. No está clara la forma en que lo hace,
pero podríamos suponer que sería porque, al hacer tributables por el global
complementario sólo las utilidades retiradas por los empresarios e
inversionistas (mecanismo quecomparto), fomenta la reinversión. En principio,
ello es correcto, pero se daría exactamente igual si el FUT no existiese.
En
efecto, en un escenario donde el impuesto de primera categoría es de beneficio
fiscal y los empresarios e inversionistas tributan sólo sobre las utilidades
retiradas —escenario donde no existe el FUT, como ya dijimos—, se favorece igualmente
la reinversión. Desde el punto de vista de las empresas con chimenea (las que
realmente producen bienes y servicios), los dos sistemas dan exactamente los
mismo. Todas ellas, sean grandes medianas o pequeñas, pagan en ambos casos lo
mismo: un 20% de impuesto de primera categoría. Podríamos decir, incluso, que
el sistema sin FUT favorece más aún la reinversión, ya que obliga a los
empresarios, al no disponer del crédito por primera categoría, a pagar de su
propio bolsillo sus impuestos personales, con lo que menos ganas aún tendrán de
retirar sus utilidades. Y deberíamos concluir entonces que la supuesta virtud
no es tal, sino más bien un defecto.
Demás
está decir que toda esa faramalla que difunden los supuestos expertos en el
tema, de que la existencia del FUT favorece a las mipymes y blablablá, son
puras falsedades. Si usted elimina el FUT, no existe efecto alguno sobre las empresas.
Los únicos que se ven afectados son los empresarios.
La
segunda razón (no cualidad) que se esgrime para mantener el FUT (y la única que
apunta a su verdadera naturaleza) es que el sistema de impuestos integrados a
la renta “evitaría la doble tributación”. Es, por cierto, una mentira del
tamaño de un trasatlántico. No existe ningún tratado de administración de
empresas, por básico o elemental que sea, que sostenga que empresarios y
empresas son lo mismo. Peor que eso, todos, pero absolutamente todos, sostienen
exactamente lo contrario: que es un error garrafal confundir empresas con empresarios,
que son entes distintos y, como tales, deben enfrentar sus compromisos en forma
separada.
La otra
falacia que esgrimen estos expertos tributarios para respaldar su mentira de la
doble tributación, es que la utilidad antes de impuestos es, en su totalidad,
propiedad de los empresarios e inversionistas. Como bien lo han considerado los
sistemas tributarios de todos los países desarrollados (¿no le llama eso la
atención, estimado lector?), eso no es así, porque para determinar la utilidad
que es de propiedad de empresarios e inversionistas, de forma previa se le debe
rebajar el pago que deben efectuar las empresas por el gigantesco volumen de servicios
que reciben de parte del Estado.
En todos los países desarrollados, el impuesto
a la renta que pagan las empresas tiene ese carácter: es un gasto necesario
para generar la renta, tal como los servicios financieros, los fletes, las
comunicaciones, el aseo, el agua, la electricidad, la publicidad. Y le aseguro
que los bancos jamás aceptarán que los intereses que pagaron las empresas por
sus créditos, puedan ser rebajados de los que deben pagar los empresarios e
inversionistas por los suyos propios. Menos aún que puedan solicitar
devoluciones de intereses pagados, en algunos casos. Y menos todavía que se
pretenda usar un sistema de “intereses integrados”, donde los intereses pagados
por las empresas no pertenezcan a los bancos sino que sean anticipos de los
intereses personales de los empresarios. Y tampoco, créame, lo aceptarán los
proveedores de los otros servicios mencionados. Y si estos proveedores de servicios no están (justificadamente, por
cierto) dispuestos a tolerar tamaña barbaridad, ¿por qué tiene que hacerlo el proveedor
de los servicios públicos? ¿Por qué tiene que hacerlo el Estado? ¿No le parece
aberrante, estimado lector? La estricta verdad es que este sistema de “impuestos
integrados” es un sistema donde entre todos subsidiamos los consumos de
servicios públicos que efectúan las empresas, para que éstas paguen los
impuestos de los empresarios, para que, a su vez, éstos no paguen impuestos.
¡Qué horror!, ¿verdad?
Ése,
estimado lector, es el sistema de impuesto a la renta que tenemos: un sistema
aberrante, que perjudica a la gran mayoría de la población para favorecer a un
grupo claramente minoritario. Y un sistema, además, que está respaldado con puras
mentiras. Y no pequeñas mentiras, sino mentiras gigantescas, brutales,
inadmisibles.
La
Nueva Mayoría pretende mantener las bases de este espurio sistema, los famosos “impuestos
integrados”. ¿Se lo vamos a permitir? ¿Vamos a seguir aceptando que nos mientan
de manera descarada por cuatro años más? ¿Treinta años no son suficientes?
Yo
opino que ya está bueno. Si nos siguen metiendo el dedo en la boca, vamos a llegar
a la altura del tórax. Y a punta de puras mentiras. Dígame la verdad, estimado
lector, ¿no supera eso su capacidad de tolerancia?
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