El país de los huevones
Más
allá de la Tierra de los Inocentes, entre el Mar de la Tontería y la Cordillera
de la Ingenuidad, se ubica el País de
los Huevones.
Confieso
hidalgamente que no recuerdo el gentilicio exacto que con que se conoce a sus
habitantes (si seré...). Quizás huevonistas, huevoneses, huevonenses, huevonianos,
huevoncianos, huevanos o algún otro que se me escapa. ¿Quién sabe? Me
comprometo a hacer memoria y a investigar el tema y comunicárselo no bien dé
con la respuesta correcta. Mientras tanto, sólo porque es el que más me agrada,
en este artículo usaré huevoneses.
Lo
primero que llama la atención cuando uno observa a este singular país, por muy
superficial que sea la observación, es la enorme desigualdad y la drástica
segregación existentes. Hay dos mundos ahí, claramente definidos y separados
por un ancho abismo: el de los “huevoneses avispados” ―un pequeño grupo de
privilegiados que concentra toda la riqueza y el poder político y económico, y
que habita en una burbuja dotada de todas las comodidades y aislada por
completo del entorno―, y el de los “huevoneses pasmados” ―la inmensa mayoría de
la población, que vive en condiciones infinitamente inferiores a los anteriores,
y fuera de la burbuja.
Existen
quienes pretenden que hay un tercer segmento, los “huevoneses intermedios”,
pero éstos o son “huevoneses avispados” venidos a menos, o “huevoneses
pasmados” que a duras penas asoman la cabeza por sobre el nivel de su entorno.
El grueso, la enorme mayoría, encaja en los dos primeros grupos (infinitamente
más en el segundo que en el primero, en todo caso).
Lo
extraño del asunto es que este inmenso desnivel no le llama la atención a
nadie. Los huevoneses avispados lo consideran natural, incluso de origen divino.
Para ellos, el mundo funciona así, no existe otra alternativa, por lo que lo
mejor para todos es dejar las cosas tal como están. La excesiva desigualdad,
según esta óptica, no representa un problema y, en consecuencia, nada hay que
hacer para solucionarla.
Los
huevoneses pasmados, por su parte, opinan igual, de manera que nada hacen para
intentar reducir el abismo. ¡Tienen la misma opinión! ¿Se da cuenta? No importa
que en el resto del mundo exista un gran número de países con mucha menor
desigualdad, donde los sectores más desposeídos disfrutan de un nivel de vida
muy superior a aquél al que ellos pueden acceder. Eso no los motiva. Ni
siquiera les llama la atención. No son capaces, en un mundo globalizado como el
actual, de mirar hacia afuera y preguntarse, ¿de verdad es natural tanta
desigualdad? ¿Es cierto que el asunto no tiene remedio? Son huevoneses
sufridos, cierto, pero sobre todo, son huevoneses despistados y resignados.
Su
grado de resignación llega a tanto, que aceptan como dogma divino que el modelo
de desarrollo implantado por los huevoneses avispados, al que llaman “neoliberal”,
es exitoso, pese a que ha tenido al país entre las 15 peores distribuciones del
ingreso del mundo durante 40 años. Ni siquiera lo cuestionan, ¿se percata? Ni cuando
hay elecciones y triunfa el bando que, supuestamente, lleva las banderas de la
equidad y la justicia, el modelo es puesto en duda. Se mantiene tan campante
como siempre. Es importante señalar, en todo caso, que quienes lideran la
coalición triunfadora son, también, huevoneses avispados, por lo que,
difícilmente, se embarcarán en modificar algo que les es por completo
favorable.
El
grado de admiración por el modelo llega a tanto, que los huevoneses creen
sinceramente que la única alternativa que existe frente a él es la
planificación centralizada de países como Corea del Norte o Cuba. Por eso,
cuando alguien osa criticarlo, es inmediatamente tildado de comunista.
Lo segundo
que llama la atención en este particular país, es la carencia de derechos que
afecta a la gran mayoría de los huevoneses pasmados. Ya que todo se vende, para
recibir educación, salud, previsión y vivienda de calidad, estas sufridas
personas tienen que adquirirla. Es su única posibilidad. Deben pagarla, cosa
que normalmente no pueden hacer, porque es muy cara. No sólo eso, también para
acceder a algo tan básico como la justicia tienen, necesariamente, que meterse
la mano al bolsillo (leyó bien; en el país de los huevones la justicia NO es un
derecho, sino un bien de consumo).
¿Qué
ocurre entonces en el país de los huevones con quienes (la inmensa mayoría) no disponen
de recursos para adquirir educación, salud, vivienda, una buena previsión y
justicia? Pues, están liquidados. En este país “especial” existe lo que se
denomina “Estado subsidiario”, que es un Estado que no se preocupa de los
derechos de las personas, sino que entrega subsidios, esto es ayudas económicas
destinadas a los huevoneses que no disponen del dinero necesario para adquirir dichos
“bienes de consumo”. Estas ayudas son, desde luego, escuetas, casi irrisorias:
salud, educación, vivienda, previsión y justicia sólo precarias, apenas para
salir del paso, en condiciones de calidad al menos cuestionables; y se entregan
sólo a quienes, a juicio de los huevoneses avispados, cumplen con los
requisitos que ellos establecen. Es así como si los huevoneses pasmados no
tienen recursos para defender sus derechos judicialmente, tienen que solicitar
un subsidio, y si a juicio de la instancia que los otorga no reúnen los
requisitos para recibirlo, quedan indefensos. Un huevonés enfrentado a un
juicio ejecutivo, por ejemplo, si no puede pagar un abogado, no tiene defensa
alguna.
En
el ámbito judicial, los huevoneses avispados han inventado una curiosa institución
denominada “privilegio de pobreza” (no es que yo esté escribiendo
imbecilidades; en ese país existe esa institución, se lo juro). ¿Se imagina?
¡Privilegio de pobreza! Cuando usted, a juicio de un juez (que es, desde luego,
un huevonés avispado), se encuentra en una situación tal que no puede pagar un
abogado, el Estado le asigna uno. Eso, señor mío, en el país de los huevones es
un privilegio y, como tal, accesible a muy pocos “privilegiados”.
Por
cierto, el hecho de que en todos los países desarrollados el Estado juegue un
rol preponderante, no es un tema que suscite la atención en este especial país.
Allí, a pesar de lo señalado anteriormente, existe el total convencimiento de que
el ideal sería que dicho organismo no existiese.
¿Qué
pasó? ¿Lo dejé impresionado? Pues hay más… mucho más. Permítame mostrarle, a
modo de potpurrí, algunas de las perlas que usted puede hallar sin siquiera
necesidad de buscarlas.
En
las últimas elecciones presidenciales que se registraron en el país de los
huevones, la candidata ganadora usó, como bandera de campaña, el combate contra
la desigualdad. ¿Puede usted creer que en ninguna parte de sus programas y
políticas de gobierno se menciona cuál es su dimensión ni cómo medirla? ¿Puede entender
que no se plantee siquiera un objetivo al respecto? Ni uno solo. O sea, la
candidata ganadora va a combatir un flagelo cuya dimensión no se considera relevante,
y lo va a hacer sin tener ninguna meta hacia la cual dirigirse. ¿Cómo lo halla?
El paisito, ¿ah? A ese tipo de combate, donde no se sabe contra qué se pelea ni
que hay que hacer para ganar, se le denomina el “combate huevonés”.
Todos
los huevoneses, tanto los avispados como los pasmados, consideran que la
concentración del poder no es un problema. Están convencidos de que no tiene
efecto alguno sobre la desigualdad; que no es fuente de abusos de poder ni de
aprovechamientos indebidos. Los huevoneses avispados han aprovechado esta
circunstancia para relajar al máximo todos los controles estatales en la
materia. Lo ideal es un estado ausente, dicen.
Así,
en ese dichoso país las farmacias se coluden sin inconveniente alguno, y si ello
llega a comprobarse, la sanción que se les aplica es dictar charlas de ética (a
ver… se coludieron para aprovecharse de los consumidores, obtuvieron cientos de
millones de pesos al cobrarles sobreprecios en algo tan sensible como los
remedios, y se les sanciona con charlas de ética… ¡Charlas de ética! ¿Puede usted creerlo? Estos
huevoneses… no tienen remedio). Ahora, si los laboratorios farmacéuticos
entregan incentivos a los médicos para que receten sus propios medicamentos, que
son obviamente los más caros, no hay sanción.
Además,
en el país de los huevones la usura puede ser practicada legalmente. Los bancos
tienen divisiones de crédito de consumo que cobran ni le digo las tasas, y nadie
dice nada. Apenas alguna voz tímida plantea que hay que limitar la tasa máxima
convencional, cosa que nunca se hace ni se hará, pues no les conviene a los huevoneses
avispados. En la práctica, usted puede cobrar lo que quiera impunemente, como
lo prueba una empresa de crédito prendario con respaldo de oro que cobra tasas del
10% mensual (Goldenex o algo así), y opera con numerosos locales a vista y
paciencia de las autoridades huevonesas.
Otra
perla: en el país de los huevones usted puede entregarle de manera gratuita por
20 años a sólo 7 familias la exclusividad de la explotación pesquera, y nadie
le dirá nada (gratuita y por 20 años; hágase ésa). Puede tener la certeza,
además, de que todos los parlamentarios huevoneses, oficialistas y opositores,
estarán de acuerdo con esa medida. Peor que eso, si llegara a filtrarse que
algunos de ellos han recibido importantes pagos de parte de las empresas
beneficiadas para apoyarla o hacer la vista gorda, no se iniciaría
investigación alguna. Menos habría sanción. Todos lo aceptarían sin ninguna
clase de cuestionamiento.
Según
lo ya expuesto, ¿dudaría usted de mí si le asegurara que en el país de los
huevones el lobby no está regulado y no se fiscaliza? ¿Me pondría en tela de
juicio si le planteara que los aportes de dinero a las campañas eleccionarias
son secretos, y que la gran mayoría de los congresistas huevoneses se niega a transparentarlos
(sin que ello genere escándalo alguno, desde luego)?
Otrosí:
en este interesante país los huevoneses avispados decidieron hace algunos años liquidar
la educación y la salud públicas (no es buen negocio tener sistemas públicos de
educación y salud de excelencia). Para ello, las desmembraron, y entregaron los
pedazos resultantes a diferentes personas, con capacidades, recursos,
intereses, respaldo, compromisos, conocimientos, vocaciones y afinidades
disímiles, sin capacitación, con múltiples preocupaciones adicionales y muchas
veces con mínimos presupuestos, todo ello sin que nadie pataleara. Como era
lógico (ningún sistema público sobrevive a una agresión de tamaña magnitud),
ambos sistemas colapsaron. Sin embargo, pese a sus evidentes deterioros, se
mantuvieron vigentes por décadas sin modificación alguna. Peor que eso, los
opositores de los responsables de semejante barbaridad, cuando estuvieron a
cargo del tema no sólo no los corrigieron, sino que dedicaron a profundizarlos.
Se encargaron, qué duda cabe, de mejorar el negocio. Y pretenden mantenerlo,
por lo que se sabe, ya que la reforma educacional que emprendió la nueva
Presidenta de los huevoneses, considera permitir que quienes hacen negocio
inmobiliario con sus establecimientos al día de hoy, con recursos públicos para
más remate, puedan seguir haciéndolo sin inconvenientes en el futuro.
¿Y
qué ocurre con los parlamentarios en el país de los huevones? Pues, tienen
carta blanca. Pueden cometer variados tipos de ilícitos (conducir a exceso de
velocidad, intentar amedrentar a la policía, enviar cartas personales con
recursos públicos, hacer mal uso de los recursos que se les entregan para fines
específicos, contratar como asesores a familiares cercanos o a correligionarios
políticos, intentar darle el carácter de laboral a accidentes que evidentemente
no lo tienen, etc.) y no recibirán sanción alguna. Pueden ser sometidos a
procesos y condenados como autores de delitos (mal uso de fondos públicos, por
ejemplo), y continuar ejerciendo como si nada. Pueden ser reelectos, incluso. Pueden
obviar olímpicamente cualquier tipo de control orientado a averiguar si son o
no drogadictos. Pueden faltar a todas las sesiones de sus respectivas cámaras
si quieren, y ni siquiera perderán la dieta. Pueden asignarse a sí mismos los
reajustes que deseen, sin control alguno. Incluso, asignarse dietas escandalosas,
que más que duplican lo que ganaban hasta el momento del reajuste. Pueden hacer
lo que quieran y nadie, ningún huevonés, dirá ni hará nada. Y tenga la certeza
que tales irregularidades no figurarán en las campañas políticas, que ningún
adversario las usará en contra de los infractores (por eso del techo de vidrio,
imagino) y que éstos serán, casi con seguridad, reelectos.
Ahora,
uno pensaría que en semejantes circunstancias la Presidenta electa procuraría
tomar medidas que contribuyeran a mejorar el deplorable escenario planteado.
Pues no. No sólo no tomó ninguna, sino que envió un proyecto sin justificación
alguna que pretende ¡aumentar el número de parlamentarios! ¡Qué quiere que le
diga! ¡Exijo una explicación!, como dice una caricatura muy popular en el
mencionado país. Ahora, aquí hay una guinda formidable para la torta. La
mandataria aseguró que, pese a las cuantiosas dietas y asignaciones de los
nuevos parlamentarios y pese a las ingentes inversiones que deberán
desarrollarse para acogerlos en sus funciones, la caja fiscal no tendrá
desembolsos adicionales a los actuales. Leyó bien: todo el nuevo gasto y la
mayor inversión necesarios, no le costarán ni un peso adicional al erario
nacional. ¿Y qué cree usted que ocurrió? ¡Los huevoneses lo aceptaron! ¡Lo
aceptaron! ¿Se da cuenta? Nadie lo cuestionó. Todos lo tomaron como si fuese lo
más natural del mundo. Sólo un huevonés, de los pasmados, puede tragarse una
rueda de carreta tan grande.
Termino
mostrándole una joya tributaria huevonesa. En el país de los huevones, todas las
empresas (chicas, medianas y grandes) son subsidiadas por el Estado, quien les regala
la totalidad de los servicios públicos que consumen (iluminación, seguridad, urbanismo
y vialidad públicas; una completa normativa civil, laboral, comercial y penal
sin cuya existencia no podrían elaborar ni siquiera un contrato; un sistema
judicial y una policía que les permite exigir el cumplimiento de los contratos;
una sociedad en marcha que les permite operar, desarrollarse y crecer; etc.). Las
empresas huevonesas no le reembolsan ni un peso al Estado por dichos servicios,
porque los impuestos que pagan no son de beneficio fiscal, sino meros anticipos
de los tributos personales de los empresarios. En todos los países desarrollados,
las empresas pagan por los servicios públicos que consumen. En el país de los
huevones, no. Sin embargo, nadie dice nada. Todos lo consideran normal. Es más,
muchos defienden a brazo partido tal beneficio.
Ahora,
la excusa que utilizan los huevoneses avispados para justificar tamaña
barbaridad, ésa sí que es huevonesa extrema: la doble tributación. Hay que ser demasiado
huevonés para tragarse una tontera semejante. Tal como el misterio de la
Santísima Trinidad, tres personas distintas y un mismo Dios, podríamos llamar a
éste el “misterio del duplo huevonés”: dos personas distintas y una misma renta.
La verdad,
estimado lector, es que son muchas más las increíbles situaciones que se dan en
ese país tan especial. Demasiadas como para reseñarlas en el menguado espacio
de un artículo. Dan, de hecho, para escribir un libro. No obstante, la muestra
expuesta puede, debiera incluso, servir como ejemplo. No vaya a ser que en nuestro
país se tomen decisiones o se cometan omisiones similares. Tengamos cuidado. Hay
que hacer todo lo posible para evitar que se nos endilgue el gentilicio aquél (huevonista,
huevónico, huevonense, huevano… ¿cuál será el correcto? La duda me corroe) que
aún no he sido capaz de traer de vuelta a mi memoria.
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