El país de los huevones, segunda parte

No hay primera sin segunda, dicen los habitantes de ese vapuleado país, y tienen razón. Describir su forma de vida y su comportamiento da para muchas entregas; para una saga completa, en verdad. En  mi anterior columna dije que este asunto calificaba para libro, y no estaba exagerando. Ocurre que en un país estructurado por los huevoneses avispados para servirse de él, a costa de los sufridos y resignados huevoneses pasmados, no puede ser de otra manera. Las barbaridades y las bellaquerías emergen por donde uno mire, como los hongos en el bosque después de un día lluvioso. De manera que lo invito a seguir revisando el listado.

Hablemos, por ejemplo, de los abusos.

Por estos días, como noticia destacada en algunos medios huevoneses (los organismos oficiales de distribución del pensamiento heuvonés avispado tendieron a darle poca relevancia o, en algunos casos, a omitirla), se menciona el caso del grupo “Apesta”. La noticia es que los dueños de este conglomerado, varias de cuyas sociedades transan sus títulos en la Bolsa de Valores huevonesa, usaron boletas de honorarios “truchas” para sacar fondos de las empresas que lo conforman, y destinarlos a financiar a los candidatos y partidos políticos de su preferencia en las pasadas elecciones (y quién sabe en cuántas más hacia atrás).


El primer punto a destacar aquí, y que da una idea de la magnitud de lo que puede estar ocurriendo en algunos grandes conglomerados empresariales huevoneses, es que según se sabe, el caso de “Apesta” no habría salido a la luz como consecuencia de una concienzuda investigación de alguna de las instancias formales de control que posee el Estado huevonés. Muy por el contrario, se habría logrado conocer gracias a una de esas emociones negativas tan propias del ser humano: el despecho. Un importante ex ejecutivo del grupo, procesado por fraude tributario y defenestrado (sacado por la ventana) y abandonado por los dueños del grupo debido a ello (pese a sus clamores de auxilio), se habría ido de lengua. Un accidente, en consecuencia. Si el personaje en cuestión no la hubiese expuesto, jamás se habría conocido la triquiñuela.

Vale la pena preguntarse, entonces: ¿no será ésta apenas la punta del iceberg? ¿Qué ocurre si uno investiga concienzudamente la información financiera de los grandes grupos económicos buscando, justamente, este tipo de comportamiento? ¿Habrá nuevos casos? ¿U otros similares? Sería muy interesante saberlo aunque, tenga la certeza, el estudio detallado necesario para ello nunca se llevará a efecto. No olvide que se trata del país de los huevones.

El segundo punto a resaltar, es que aquellos huevoneses avispados que ejercen de analistas, comentaristas y columnistas, han apuntado (salvo alguna excepción por ahí) a la poca transparencia del financiamiento político como el problema fundamental del caso “Apesta”. Ése sería, a juicio de estos preclaros señores, el meollo del asunto. Sin embargo no han reparado (con alguna excepción, repito), en que éste sería un mecanismo para incumplir obligaciones tributarias. Lo que se denomina “evasión” que, como usted bien sabe, es un delito, aún en el país de los huevones.

Más aún, tampoco han considerado que éste sería un mecanismo para traspasar parte del costo de financiar candidatos y partidos de la preferencia de los perpetradores, a la ciudadanía toda, y en particular al sufrido pueblo huevonés (que, le cuento, no está ni ahí con tales candidatos ni partidos) sin que ésta se percate. Porque, le recuerdo, los honorarios se rebajan de la base imponible, vale decir, disminuyen los impuestos.

Ahora, si las operaciones en cuestión se desarrollaron en empresas que cotizan en la bolsa y/o que están autorizadas para operar con los Fondos de Pensiones (los huevoneses utilizan un sistema de capitalización individual, al que me referiré más adelante, para financiar las futuras pensiones de los trabajadores), el problema puede llegar a ser mucho, pero mucho, más grave. Imagine, por favor, todas las connotaciones que tendría rebajar indebidamente las utilidades de las empresas para perjudicar a los inversionistas minoritarios e institucionales.

Y, por último, preguntémonos, ¿en qué pie quedan las empresas auditoras del país de los huevones con estas revelaciones?

Por cierto, nadie puede asegurar que lo ya descrito no esté sucediendo, en pequeña, mediana o gran escala, en el mismo u otros conglomerados empresariales. Nadie puede porque en el país de los huevones, por esto del Estado subsidiario y ausente, los controles estatales tienden a ser relajados, mucho menos estrictos de lo que se debiera.

Un segundo abuso que ha sido notica en el país de los huevones (estoy tentado en llamarlo Huevonesia; como que le calza, pero he logrado contenerme), es el caso de los productores avícolas.

Usted no tiene por qué saberlo, mal que mal, el país en cuestión está algo distante, pero allí los tres principales productores avícolas se pusieron de acuerdo para aprovecharse de los sufridos huevoneses pasmados mediante la fijación de precios mínimos y cuotas de producción máximas. ¿De cuántos miles de millones de pesos (o del equivalente en moneda huevonesa) estamos hablando? Al parecer, aún se ignora, pero la multa que se les endilgó fue considerable. El punto es que un acuerdo de precios es, en la práctica, un despojo, y eso debería ser un delito. Si cada vez que un resignado huevonés pasmado compró algún producto avícola, pagó un sobreprecio en el que no debió haber incurrido, significa que le birlaron ese sobreprecio. Se lo hurtaron, ¿me sigue? Mirado así, no sería sólo un abuso el que las empresas coludidas estarían cometiendo. Sería, lo repito, un delito. ¿Y cómo se sancionan los delitos? ¿Con penas privativas de libertad?

No sé en su país, amigo lector, pero en el país de los huevones se sancionan con clases de ética. Ya lo vimos en el caso de las farmacias coludidas, que le mencioné en mi columna anterior. Ésa es la dura sanción penal que recibe este tipo de comportamientos: clases de ética. Un castigo brutal, tal vez excesivo, qué duda cabe. Una clara violación a los derechos humanos de los huevoneses avispados. ¿Qué pensarán Amnesty International o Human Rights Watch al respecto? ¿Le suena haber tenido noticia de reclamos de alguna de estas entidades? La magnitud del castigo es aún mayor si se considera que los infractores no reciben las clases de ética (si así fuese, sería un castigo, no crea; tales clases no se caracterizan por ser muy entretenidas), sino que tienen que impartirlas (entendió bien: no tienen que darlas, sino que impartirlas; cometieron la falta (o delito, si fuese el caso) y deben impartir lecciones de por qué no debe hacerse lo que ellos hicieron). A este tipo de sanción, caracterizada por su particular dureza, inclemencia y evidente incoherencia, se le denomina “la sanción huevonesa”.

Sanciones como la descrita, no son desusadas en el país de los huevones. Tome nota de algunas que se han impuesto para abusos perpetrados en el pasado:

Se castigó con muchos miles de millones de dólares de patrimonio a quienes se apropiaron, a “precio de huevo”, de los bancos y empresas públicas huevoneses privatizados durante los 80’s (extrañamente, casi todas las mayores empresas públicas del país, poseedoras de patrimonios gigantescos, quedaron en manos de sus principales ejecutivos, en una operación que nunca se ha investigado ni siquiera someramente; también algunos bancos se privatizaron contra mínimos aportes).

Se sancionó con contundentes sobresueldos a quienes participaron del mayor escándalo político ocurrido en la historia post dictadura: el llamado “caso Mójate”. La durísima sanción mencionada fue complementada por el director del Servicio de Impuestos huevonés de la época, quien aplicó a los infractores un brutal “condonazo” (no piense mal, no es un golpe con un condón) del impuesto a la renta que deberían haber pagado. Se ignora cuál fue la sanción que recibieron, sin embargo, los cómplices de este vergonzoso acarreo de fondos públicos, el principal partido opositor de la época, aunque se sospecha que no fueron bolitas de dulce.

Se penalizó con la rebaja de la deuda y la condonación de todos los intereses y multas a una empresa del retail que intentó evadir unos pocos millones de dólares en impuestos. Aaaaah, el castigo huevonés…

Cambiemos de ámbito y hablemos de la previsión huevonesa. Tal como lo mencioné más arriba, los huevoneses tienen un sistema de capitalización individual con características muy, pero muy, particulares. Sus aportes previsionales van a parar a Fondos de Pensiones que son administrados por las AFPs (no sé con exactitud qué significa la sigla, pero parece ser algo así como Aprovechadores, Frescos y Patudos, o algo parecido). Los afiliados les pagan a estas empresas lo que se denomina “la comisión huevonesa”, que es aquella comisión que se paga de manera anticipada por 30 años. ¿Su cerebro se negó a aceptar esta información? No importa, se la repito: los huevoneses les pagan a las AFPs, en cada cotización que efectúan, la comisión de administración de la misma por los siguientes 30 años. Es algo así como si usted pagase el total de sus compras de alimentos y enseres de las siguientes 3 décadas en su próxima visita al supermercado. Así de “especial”.

Tan particular mecanismo de pago tiene consecuencias. En moneda chilena, un aportante con una renta imponible de $ 600 mil habría perdido durante los últimos 25 años, respecto de un sistema con una comisión equivalente pagada mensualmente sobre el fondo administrado, más de 3,5 millones de intereses. Casi un 10% del total acumulado de su fondo. ¿Cómo lo halla?

Los huevoneses avispados, por supuesto, silencian esto. Lo ocultan, lo disfrazan. Incluso el porcentaje de comisión que pagan los afiliados sobre su cotización, hasta no hace mucho cerca de un 12%, lo presentan como si se cobrara sobre la remuneración total (como si le estuviesen administrando la remuneración completa, ¿se da cuenta?). Los huevoneses pasmados, por su parte, o no entienden el tema o no les interesa. ¿Cómo tan huevoneses?

Mención destacada merece lo que se denomina “el negocio huevonés”, que consiste en cobrar barato por los préstamos otorgados y pagar caro por los recibidos. Le explico cómo funciona: las mencionadas AFPs colocan, a tasas muy convenientes, gran parte de los fondos previsonales de los huevoneses pasmados en las empresas del mercado financiero huevonés, los que son prestados a los mismos huevoneses pasmados a tasas mucho menos convenientes (por no decir usureras) por las sufridas empresas del rubro. ¿Qué le parece? Ejemplar, ¿verdad?

Más sobre pensiones. ¿Sabe usted a cuánto asciende, en moneda chilena, la pensión solidaria que recibe la gente huevonesa de la tercera edad que no posee otros ingresos para subsistir? A $ 80.000 MENSUALES. Una persona de 80 años que tiene que alimentarse, vestirse, movilizarse, adquirir sus remedios y pagar su alojamiento, recibe $ 80.000 a mes para todos esos gastos. Qué interesante sería que la actual presidenta de ese simpático país le pidiese a su madre, que es una persona mayor, que intentase vivir aunque fuera un mes con este emolumento. Como para saber si le es suficiente, digo yo. Cómo se nota que los huevoneses avispados no tienen la menor idea de cuál es la realidad que viven sus semejantes más necesitados (o si la tienen, no les importa, lo que viene siendo lo mismo). En todo caso, entiendo que el aumento de este tipo de pensiones está en el programa de gobierno de la nueva mandataria, aunque ignoro por qué se ha postergado su implementación. Seguramente, porque la modificación del sistema binominal imperante es más urgente y necesaria para la inmensa mayoría de los huevoneses. Eso lo explicaría. Y lo justificaría. Es lo que se denomina una “justificación huevonesa”.

Finalmente, hablemos un poco, solo un poco, de la salud. Los huevoneses pasmados que no disponen de recursos para acceder al sistema privado de salud (la inmensa mayoría de los huevoneses), tienen que acudir al sistema público. Allí deben enfrentar un serio inconveniente: no hay suficiente cantidad de médicos, lo que les obliga, para el caso de algunas especialidades, a aguardar varios meses, incluso años, para ser atendidos. Ello, comprenderá usted, es muy serio en algunos casos. ¿Qué ocurre cuando se trata de una enfermedad grave? ¿Un cáncer, por ejemplo? ¿O un problema siquiátrico que pone en riesgo la vida del paciente? En dichas situaciones, no hay solución en el sistema público y los pacientes deben acudir, pagando de su bolsillo los correspondientes costos, al sistema privado. Y si no pueden pagar, están liquidados. En el país de los huevones, los enfermos pobres deben emprender lo más pronto posible el camino al cementerio. Ésa es la visión huevonesa de la salud: si usted no tiene dinero para pagar su tratamiento, muérase rápido. Todo un emblema de los derechos de las personas.

Lo interesante de este caso es que la solución del de la escasez de médicos del sistema público es conocida desde hace cuatro décadas. Incluso un connotado especialista huevonés (de los avispados, por cierto) que ocupó hasta no hace mucho la cartera ministerial del ramo, la dio a conocer en un artículo muy reciente (nadie sabe, eso sí, por qué no la implementó durante los cuatro años en que tuvo a su cargo el ministerio): hay que aumentar, de manera sustancial, el número de médicos especialistas (también los generales, pero fundamentalmente aquéllos) y establecer los incentivos correspondientes para que se desempeñen en el sistema público a lo largo de todo el país. Y si se sabe, ¿por qué no se soluciona el problema? Eso tiene que ver con una creencia enclavada en lo más profundo del alma huevonesa (el alma pasmada, por cierto; la avispada está muy cómoda con el sistema actual tal como está): que los problemas se solucionan solos. Y ahí los tenemos, durante 40 años.


Hay muchos más temas, por cierto, a los que uno puede referirse. Fíjese que sólo he abordado tres en este artículo, y de manera muy superficial. Están complicados los huevoneses, hay que reconocerlo. Si usted es creyente, pida por ellos, y aproveche de dar gracias al cielo porque en nuestro país, nuestro amado Chile, estamos libres de semejantes huevonesadas.


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