¿De verdad está Chile a las puertas del desarrollo?
La
noticia golpeó fuerte: según el Banco Mundial, Chile pasó a formar parte del
selecto club de los países con ingreso alto. Con sus US$ 14.280 per cápita,
superó con creces a fines del 2012 el límite mínimo de US$ 12.616 establecido
por dicho organismo.
El
Gobierno, desde luego, se encargó de difundirla con bombos y platillos. No es
un logro menor y, según nuestros gobernantes, es un paso más para acercarse al
desarrollo, condición que estaría, ahora sí, muy cercana.
¿Es
tan así?
La
verdad es que hablar de desarrollo en Chile se ha vuelto una rutina. Todos nos
llenamos la boca con la palabra, pero muy pocos, creo, conocen su real
significado. Y entre éstos no parecen hallarse nuestras actuales autoridades.
La
posición de éstas, establecida con meridiana claridad por el ministro Larraín
en su exposición de Enade 2012, es que el umbral del desarrollo se sitúa en los
US$ 22.000 de PIB per cápita. Según el ministro “se ha fijado como meta para el
desarrollo alcanzar un PIB per cápita de de US$ 22.000 porque es el punto más
bajo del umbral de los países que hoy son desarrollados”. Ésa sería, entonces, la cifra mágica que
marca el límite. Desde ahí hacia arriba los países, sean cuales fueren sus
restantes variables sociales y económicas, pasarían a ser desarrollados. Desde
ahí hacia abajo, seguirían estando en vías de desarrollo.
Dado
que a la fecha el PIB per cápita de Chile asciende a US$ 15.363, parece
razonable pensar que la ansiada meta se alcanzará, manteniendo las tasas de
crecimiento actuales, en unos cinco o seis años. Incluso si no se efectúan
cambios al sistema de desarrollo vigente.
Cuestión
de inercia, entonces. Y de paciencia.
Pero
no. El asunto no es tan simple. Para alcanzar la condición de desarrollado, no
le basta a un país con superar un mero PIB per cápita. La realidad es
mucho más compleja que tan burdo planteamiento. Para entenderlo, es menester
recurrir a la definición de “país desarrollado”.
Y ya
que en las webs oficiales no existe ninguna, tomaremos la más aceptada
universalmente, la que se atribuye a Kofi Annan. Según ella, “un país desarrollado es aquél que permite a
todos sus habitantes disfrutar de una vida libre y saludable en un entorno seguro”.
Como
concepto, parece inmejorable: una vida libre requiere de independencia tanto
política como económica —las que sólo son posibles si se cuenta con muy buenos
niveles de educación y cultura, y considerables ingresos—; que sea saludable, obliga a elevados
estándares de salud, vivienda, recreación y medio ambiente; un entorno seguro
nos habla de una sociedad sana, respetuosa e inclusiva; y la palabra “todos”
lleva implícita una excelente distribución del ingreso. Y, por cierto, todas
esas características deben ser estables, esto es, deben mantenerse en el tiempo
y no estar sujetas a los vaivenes de la economía mundial o a los cambios
tecnológicos que se producen con tanta asiduidad en esta época vertiginosa.
Así, para ser considerado desarrollado
un país no sólo debe disponer en forma estable de un elevado estándar de vida
promedio, sino que además éste debe ser accesible a toda —recalquemos: toda— su población.
¿Y
cómo se mide esta condición? Ya que no existe un indicador que lo haga por sí
solo, hay que hacerlo por partes. Existe consenso internacional en que los
países con buena distribución del ingreso poseen coeficientes de Gini inferiores a 0,30 y relaciones entre el décimo y el primer decil de ingresos de sólo un
dígito (esto es, que el 10% más acomodado gana en promedio menos de 10
veces lo que percibe el 10% menos favorecido).
También
parece haber consenso internacional en que un país plenamente desarrollado debe
tener un ingreso mínimo per cápita que lo ponga a cubierto de los vaivenes de
la economía mundial. US$ 30.000 parece
ser la cifra adecuada. Si éste se mide en dólares del año o en dólares
ajustados por paridad de compra, no tiene relevancia: todos los países que
están por sobre esa cifra para el primero de los indicadores, lo están también
para el segundo.
Y la
conjugación de ambos valores parece ser la llave que asegura un estándar de
vida elevado estable y permanente en el tiempo, ya que los países que los
detentan (sólo 12 en el mundo) disponen de excelentes niveles de educación, salud, vivienda, previsión, trabajo y
seguridad, los que van de la mano con economías altamente industrializadas,
diversificadas y con un fuerte componente de innovación y desarrollo
tecnológico.
En consecuencia, ésos son los guarismos a los que debemos aspirar: un Ingreso per Cápita igual o superior a US$ 30.000 y un coeficiente de Gini no superior a 0,30. Son los que definen a un país desarrollado.
El PIB per cápita, entre paréntesis, no
tiene nada que ver en esta discusión, pues mide producción y no ingresos, y los
estándares de vida están asociados a estos últimos y no a la primera. Optar por
dicho indicador para medir el desarrollo es como colocar el valor de la
producción del año en el Estado de Resultados de una empresa.
Veamos
ahora si estamos tan cerca del desarrollo como nos han dicho.
Nuestro
coeficiente de Gini —0,52—es casi el doble del requerido. De hecho,
nuestra distribución del ingreso es una de las peores del mundo. Sólo
catorce países nos superan en tan penosa estadística. Similares resultados
obtenemos si consideramos la relación entre el décimo y el primer decil de
ingresos, que en el caso de nuestro país asciende a poco menos de 30, también
entre los peores del mundo.
¿Y nuestro
ingreso per cápita? Pues los US$ 14.280 que tanto orgullo nos producen, no
llegan ni a la mitad del límite inferior considerado.
Agreguemos
a lo anterior que no tenemos una industria desarrollada (¿cuántos años hace que
en Chile no se crea una empresa de alta tecnología que no sea extractiva?), que
somos extremadamente dependientes de un commodity como el cobre, que tenemos
una cartera de exportaciones muy poco diversificada y escasamente intensiva en
tecnología, que nuestros niveles de salud, educación, vivienda, seguridad,
protección del medio ambiente, acceso a la justicia, transporte y trabajo son,
por decir lo menos, penosos, y que tanto el poder económico como el político
están brutalmente concentrados, y tendremos la película casi completa. Estamos
no sólo lejos, sino lejísimos del desarrollo.
Entonces
¿llegaremos en sólo cinco años más a ser un país desarrollado? ¡Por favor! Sólo
si Mandrake el mago asume la presidencia.
Lamentablemente, ya se oficializó que no figura entre los candidatos.
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