La falaz propuesta de reforma tributaria de Michelle
Quedan
menos de dos meses para la elección presidencial y la verdad es que, salvo que
ocurra un imprevisto de dimensiones colosales, no se ve cómo Michelle (qué
cercana resulta cuando uno se refiere a ella sólo con su nombre de pila) podría
perderla. Es un hecho de la causa (como dicen los abogados) que, por mucho que
sus contendores griten a los cuatro vientos que la competencia no está aún
definida, de seguro la tendremos a partir de marzo repitiéndose el plato.
Por
dicha razón, es altamente conveniente analizar a fondo sus propuestas, para
determinar si los objetivos de las mismas son coherentes con las medidas que se
plantean para alcanzarlos, y si las cantidades involucradas están bien
calculadas. No vaya a ser que después resulte imposible cumplir los compromisos
establecidos porque las cifras, como dicen los contadores, no cuadran.
Con
dicho propósito en mente, me di pues a la tarea: leí completa la propuesta de
reforma tributaria de Michelle e hice el ejercicio, basándome en datos oficiales,
de ponerle números. Debo confesar que, tras revisar los resultados, estoy muy confundido.
Porque
resulta que los dos aspectos mencionados fallan: no sólo son incoherentes las
medidas a implementar con los objetivos que se pretenden alcanzar por su intermedio,
sino que no se ve por dónde podrían llegar a obtenerse, mediante su aplicación,
los cuantiosos recursos que en ella se señalan.
Dediquemos
este artículo a las incoherencias. Hay al menos tres en los planteamientos de
Michelle:
Primero,
ella plantea como uno de sus objetivos “avanzar
en equidad tributaria”. Sin embargo, en su propuesta mantiene la principal
fuente de inequidad del actual sistema de impuesto a la renta: el no pago de tributos
de beneficio fiscal por parte de las empresas.
En
segundo lugar, Michelle señala que eliminará el FUT, pero en su propuesta lo
mantiene, quién sabe por cuánto tiempo.
En
tercer lugar, postula que pretende incrementar la recaudación tributaria, y
deja caer una verdadera bomba, la depreciación instantánea, que va justamente
en sentido contrario.
Analicemos
con mayor detalle cada uno de estos puntos:
Una
de las premisas fundamentales que uno tiene que tener en cuenta cuando habla de
“equidad tributaria”, es que en un sistema tributario equitativo, todos quienes
recibimos servicios del Estado debemos contribuir a su financiamiento, en lo
posible en proporción a lo que recibimos. Más claro, echarle agua.
En
nuestro actual sistema tributario, esa simple premisa no se cumple. Basados en
la absurda falacia de que empresas y empresarios son la misma persona ―caso
único en el mundo, como señala la propuesta de Michelle―, nuestra normativa de
impuesto a la renta establece que los tributos que pagan las empresas por
concepto de primera categoría no son de beneficio estatal, sino meros pagos
provisionales a cuenta de los impuestos personales de los socios. Por
consiguiente, en nuestro país ―repito, caso único en el mundo― las empresas no
pagan ni un peso por los sustanciales servicios que reciben de parte del Estado.
Los reciben gratis. Es un subsidio estatal que todas las personas, incluso las
más necesitadas, financian con sus impuestos.
Hagamos
un detalle de los servicios que una empresa, por ejemplo un banco, recibe en
forma gratuita de parte del Estado con nuestro actual sistema tributario: un
marco normativo que le permite operar (comprar, vender, financiar, cobrar) y
competir con reglas claras; acceso irrestricto a un mercado de bienes y
servicios donde colocar sus servicios y adquirir sus insumos, y a un mercado
laboral donde contratar a sus trabajadores; un sistema judicial que le permite
resolver sus conflictos; cuerpos policiales que se encargan de su seguridad y
de apoyarlo para lograr el cumplimiento de sus contratos; un sistema económico
que le permite crecer y desarrollarse; una infraestructura comunicacional; un
sistema monetario para efectuar sus transacciones; acceso a enormes volúmenes
de información; convenios bilaterales de comercio, oportunidades comerciales
tanto en Chile como en el extranjero, etc. La verdad es que un banco hace un
uso intensivo de los servicios estatales, ya que le son indispensables para obtener
la renta. Sin ellos, sus utilidades no podrían generarse. Imagine usted a una entidad
bancaria sin normativa civil: no podría hacer contratos, por lo que estaría
impedida de captar y colocar recursos (salvo que volviéramos a los tiempos de
la mafia, que puede darse el lujo hacer ambas operaciones en ausencia de
legislación ad-hoc).
Sin
embargo, ni el banco ni ninguna empresa pone dinero para financiarlos. Ni
siquiera un peso. ¿Puede existir algo más injusto e inequitativo que eso? La
propuesta de Michelle mantiene, sin embargo, ese absurdo sistema a rajatabla.
El
problema de cómo cobrar estos servicios, lo han resuelto la mayoría de las
naciones del mundo mediante un expediente muy simple: el impuesto a las
utilidades de las empresas. En este enfoque, dicho impuesto corresponde al pago que efectúan las empresas por los
servicios recibidos de parte del Estado, y en ningún caso es un gravamen a las
ganancias de capital. No hay, pues, doble tributación cuando los
empresarios pagan impuestos después por los retiros o dividendos que sus
empresas les entregan. Ésas son, efectivamente, rentas del capital. Las
primeras, no.
Nada
de esto se ve, sin embargo, en la propuesta de Michelle. Una vez que ella se
implemente, nuestro sistema seguirá siendo único en el mundo. ¿Cuál es la razón
que nuestra casi segura presidenta tiene para mantener tan inmoral sistema?
Sería interesante conocerla.
Ahora
bien, el problema se torna más agudo cuando entramos a analizar el FUT. ¿Por
qué? Porque resulta que el origen de este registro (el FUT es eso: nada más que
un registro), es justamente el peculiar sistema que acabamos de analizar. El
FUT es la cuenta contable donde se registran los tributos de primera categoría
que las empresas entregan al Estado como anticipos de los impuestos personales
de sus propietarios y las utilidades que han dado origen a esos tributos. Si
dichos anticipos dejan de existir, adiós FUT. Si permanecen, el FUT seguirá
existiendo. Y resulta que en la propuesta de Michelle los benditos anticipos se
mantienen, por lo que, aunque se diga que no, aunque se le ponga otro nombre,
seguiremos teniendo FUT para rato.
El
asunto es más grave cuando se confronta con la disminución de las tasas de
impuestos personales que plantea Michelle en su propuesta. En la medida que las
tasas personales disminuyen, más tienden a confluir los montos del impuesto de
primera categoría con el global complementario. Con las actuales tasas, y
asumiendo que la máxima del global complementario disminuye a un 35%, una
empresa que tenga una utilidad de $ 200 millones pagará $ 50 millones en
primera categoría. Si tiene un solo propietario, este pagará $ 8,4 millones de
global complementario. En ese caso, el FUT será cero. Pero si los propietarios
son dos, en partes iguales, habrá un FUT
de $ 3,1 millones. Si son cuatro, el FUT será de $ 20,6 millones. Y así
sucesivamente. ¿Qué ocurrirá en esos casos?
¿Se devolverán esos recursos así como así? ¿En la operación renta
correspondiente? En tal caso será cuestión de aumentar el número de
propietarios de las empresas (esposa, hijos, padres, etc.) y tendremos
devolución asegurada. ¿Y qué hay de la pretendida mayor recaudación?
La
tercera incoherencia de la propuesta de Michelle tiene que ver con la
depreciación acelerada. La depreciación a lo largo de la vida útil de los
bienes de capital (construcciones, instalaciones, maquinarias, vehículos,
equipos, etc.) está reconocida en la literatura acerca del tema (favor revisar lo
que encuentren acerca de evaluación de proyectos) como el mecanismo correcto
para llevar a gastos la inversión efectuada en ellos. Es lo recomendable: que
las inversiones que se utilizarán por varios períodos, sean amortizadas en ese
plazo y no antes. Incluso los mecanismos de financiamiento de dichos bienes se
han estructurado en dicho escenario. Hoy las empresas financian sus inversiones
en plazos iguales o superiores a las vidas útiles de éstas. Mencionemos algunas
de esas vidas útiles: construcciones de acero, 80 años; túneles de minas, 20
años; buques de acero, 36 años; bocatomas y muros de represas, 50 años; y así
sucesivamente. La depreciación acelerada permite reducir esas vidas útiles a un
tercio. Michelle pretende llevarlas a un año. ¿Se imaginan las pérdidas
acumuladas? ¿Empresas que no pagan impuestos por varios años producto de que sus
cuantiosas inversiones se depreciaron en un año? ¿Cuánto es el monto que se
reducirán las utilidades de las empresas producto de esta medida cuando ella
entre en funcionamiento? ¿6, 7, 10 veces la depreciación actual? ¿Pero no
quedamos en que se quería incrementar la recaudación tributaria? Algo no anda bien aquí. ¿De verdad estudiaron
bien el tema, Michelle?
Falta
ver las cifras, pero hasta aquí mi impresión es que los profesionales que
prepararon esta propuesta tenían serias carencias contables, y además no se
dieron el trabajo de confrontar el efecto concreto de sus propuestas con la
cruda realidad.
Partimos mal Michelle, pero aún es tiempo. Reestudie el tema y propónganos algo más coherente. Por favor. Pero ahora, eso sí, recurra a alguien que se maneje en el tema contable. Y que se maneje bien. Si no es tan complicado.
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