El país de los huevones 2
En
un artículo anterior me referí al País de los huevones. Describí en esa
oportunidad una serie de circunstancias, creencias y conductas (sólo a modo de
ejemplo; hay muchísimas más) que son allí de común ocurrencia y que parecen
sacadas de un manual avanzado de “Cómo ser huevón y no morir en el intento”. En
esa oportunidad no recordaba el gentilicio, pero los sufridos lectores se
encargaron de hacérmelo presente (algunos, amablemente, incluso me atribuyeron
tan noble condición): es “huevón”, con hache, uve y tilde en la o.
Comprenderá
usted, apreciado lector, que no todos los habitantes de un país se comportan de
igual manera. Sus características personales, sus valores, sus creencias, sus
motivaciones, su ubicación específica en la sociedad, afectan su posición
frente a la vida y, desde luego, su conducta. El País de los huevones no es una
excepción en esta suerte de regla. Sus habitantes siguen siendo huevones, pero
son huevones con matices. Hay factores que claramente los diferencian, y que
permiten, para quien desea escudriñarlos con mayor detención, establecer una
tipología.
En
este segundo artículo me ha parecido conveniente indagar este tema: ¿cuáles son
los distintos tipos de huevones que podemos hallar en el mencionado país? A
continuación, mi visión al respecto.
En
primer lugar, está el huevón sufrido. Es el huevón más numeroso, el más común,
el más habitual (me agrada ese estilo de emplear tres calificativos para los
sustantivos; como que le da un énfasis especial a la frase). Es, podríamos
decir, el huevón típico: el que recibió una educación pública que lo dejó, con
casi total certeza, fuera del sistema universitario sin fines de lucro; el que
tuvo que endeudarse hasta más allá de sus posibilidades, soportando tasas
expropiatorias, para que sus hijos sacaran títulos que no les sirven para nada;
el que tuvo que atenderse en hospitales y consultorios públicos, soportando el
pésimo servicio de las ambulancias, aceptando cabizbajo que le den hora para un
mes más tarde por una simple consulta de medicina general, y sufriendo los
efectos de la absoluta carencia de especialistas en el sistema público, porque
éstos, pese a que estudiaron con becas estatales (pagadas por los mismos
huevones sufridos), se las arreglan para destinar el mínimo de su tiempo a
devolver dichos aportes y el máximo a obtener pingües beneficios en el sistema
de salud privada; el que postuló a un subsidio de vivienda y fue “beneficiado”
con una “vivienda social” de 48 m2 en 80 m2 de terreno, situada en un entorno
siniestro y carente de servicios; el que vive sobre endeudado, a tasas
expropiatorias, en las grandes tiendas de retail; el que empeña sus joyas en
entidades usureras que operan a vista y paciencia de la autoridad (con la
silenciosa complicidad de ésta, podríamos decir), porque la entidad
gubernamental que se dedica a las prendas, y que cobra más barato, le pasa la
mitad del monto que la primera por la misma joya (algunos dicen por ahí que es
porque tiene montado un negocio con los joyeros, pero eso podrían ser sólo
habladurías); que soporta uno de los sistemas tributarios más inmorales del
mundo, que se lleva religiosamente más del 20% de su ingreso mensual, y que es
causante directo de que el precio de la bencina sea uno de los más caros del planeta;
en fin, que tolera un sistema de transporte ―un engendro público–privado donde
el Estado se lleva las pérdidas y los privados (bancos, empresas informáticas y
líneas de buses), todos los beneficios― casi inhumano, un Congreso que legisla
de preferencia en beneficio propio y de los grandes grupos económicos que
existen en el país, y un largo, larguísimo, etcétera. Usted, si le parece
apropiado, podría intentar completar este desglose, aunque dudo que lo consiga:
son demasiadas las aberraciones que debe soportar el pobre huevón sufrido.
Dependiendo
de su posición frente a tan brutal escenario, podemos clasificar a los huevones
sufridos en cuatro grupos: los huevones inocentes, que son aquéllos que
deambulan por la vida con la cabeza gacha sin cuestionarse lo que les ocurre;
los huevones resignados, que son los que entienden el asunto, saben que se
están aprovechando de ellos, pero asumen que eso no tiene remedio, y que
cualquier cosa que hagan no conseguirá mejorar su situación; los huevones
masoquistas, que son huevones que se percatan perfectamente de lo que ocurre,
que tienen plena conciencia del grado de explotación implícita en el sistema,
pero aún así tienden a justificarlo; y los huevones indignados, que son huevones
más ilustrados, más cultos y más combativos, que salen a marchar por las
calles, paralizan actividades y procuran, cándidamente, ingenuamente, hacer
escuchar su voz por medio de cartas al director, blogs que nadie visita o
columnas de opinión que nadie lee.
En
segundo lugar, está el huevón egoísta. Éste es un tipo de huevón muy
competitivo, que tiene un buen pasar ―educación y salud privada, una casa en un
sector de alta plusvalía, sus buenas
lucas en el banco y en fondos mutuos―, y que jura que todo ello es producto
exclusivo de su esfuerzo (es una suerte de huevón autosuficiente). Este tipo de
huevón está convencido que todos los demás huevones, que desempeñan actividades
básicas para que él pueda hallarse en el sitial en donde se encuentra, son unos
flojos de remate, y que si son pobres, sólo están cosechando lo que sembraron;
que la vida es una competencia, y que sólo los más capaces pueden sobresalir y
conseguir sus metas; que el otorgar subsidios y beneficios por el estilo, es
una pérdida de recursos públicos, pues sólo incentiva la flojera y el
aprovechamiento del esfuerzo de los demás; y que los impuestos deberían
reducirse al mínimo necesario y el Estado a su mínima expresión, para que todos
pudieran disfrutar libremente el fruto de sus capacidades y de su
productividad, nunca más que eso. Son los típicos huevones que comulgan a ojos
cerrados con el inmoral sistema de desarrollo vigente, que encuentran natural
que el país se encuentre entre las quince peores distribuciones del ingreso del
mundo, y que tildan por parejo a los críticos del sistema de comunistas o
marxistas.
Un
subgrupo especial del anterior, es el huevón negligente (o huevón cómodo, como
también se le conoce). Éste es un caso particular de huevón que sabe que las
cosas no funcionan como deberían, que la desigualdad excesiva que afecta al
país no es tolerable, que son demasiados los cambios por efectuar, y que si él
quisiera, podría hacer algo para modificar esa situación. Sin embargo, como
está satisfecho con su vida y no tiene intención alguna de llenarse de
problemas ajenos, no hace nada. Este caso se da en especial en algunos líderes
de opinión y en ciertos congresistas del país de los huevones.
Por
último, en tercer lugar, están los huevones aprovechadores. Éstos son los que
obtienen contundentes beneficios con la situación actual del país de los
huevones, y que, por ello, no están dispuestos a tolerar que se introduzcan
cambios que puedan alterarla en demasía. Al igual que en los casos anteriores,
también aquí podemos identificar algunos subgrupos, como los siguientes:
Los
huevones ambiciosos (o huevones codiciosos, como también se les conoce) son los
que concentran la mayor parte del poder político y económico en el país de los
huevones. Favorecidos por el modelo “de desarrollo” imperante ―que les permite
pagar mínimos impuestos, obtener anormales rentabilidades y utilizar, sin
control alguno, equipos de lobby que convierten sus intereses prácticamente en
inexpugnables―, lo defienden a ultranza. Sin ningún de cargo de conciencia, se embarcan
en un permanente proceso de acumulación de poder sin propósito conocido ni
lógica que lo respalde. Tal vez los mueve, primero, el figurar en los listados
de Forbes, y segundo, hacerlo cada vez más arriba; tal vez, la sensación de
poder hacer lo que se les dé la gana sin que nadie pueda oponérseles; tal vez,
todas las anteriores. Son huevones inescrupulosos. Ninguna barrera moral los
contiene. Les da lo mismo que la gran mayoría de los huevones vivan en
condiciones deplorables. Dios, seguramente piensan, tiene sus favoritos. En un
país de esclavos, con toda certeza ellos
habrían sido los esclavistas.
Un
segundo subgrupo, son los huevones pillos (o huevones cínicos, como también se
les denomina). Ubicados en alguno de los escaños de la escala de poder político
en el país de los huevones, buscan proyectar una imagen de benevolencia y de
interés por sus semejantes pero, apenas pueden, se aprovechan del sistema de la
forma más descarada. Son los que se promueven como defensores de la educación
pública de alta calidad, mientras lucran con colegios y universidades; los que
se erigen como defensores de los bienes públicos, pero no trepidan en entregar
la pesca del país a los grupos económicos por veinte años en forma gratuita;
los que, pese a reconocer públicamente que los conflictos de interés son
inaceptables, cuando llega el momento no trepidan en hacer uso de su voto ante
iniciativas que les favorecen; los que se niegan a legislar en materia de
lobbies; los que predican la igualdad ante la ley, pero se asignan pensiones
sustancialmente más favorables que el resto de los ciudadanos. En fin, hay
tantos ejemplos en este ámbito. Para qué seguir.
Y hay
todavía un tercer subgrupo: el de los huevones sinvergüenzas. Éstos son los que
aprovechan su posición dominante para abusar del resto de los huevones. A modo
de ejemplo, podemos mencionar: los que acomodan sus balances para estafar a los
pequeños inversionistas; los representantes y ejecutivos de las cadenas de
farmacias, que se coluden para exprimir a los huevones comunes y corrientes;
los médicos y representantes de laboratorios, que establecen acuerdos de mutuo
beneficio para que los primeros receten remedios más caros a cambio de
interesantes incentivos; los médicos que se aprovechan del sistema público en su
propio beneficio; los usureros, que prestan dinero a vista y paciencia de las
autoridades a tasas del 10% mensual; los inversionistas que instalan,
aprovechando los vacíos de la legislación vigente, universidades que estafan a
sus alumnos con educación cara y de pésimo nivel; los empresarios que se
adueñan de bienes públicos (pesca, litio, minerales, bosques nativos, agua) a
viles precios; etc.
Estos son los tipos que se me vienen a la cabeza en este momento. Habrá, seguramente, más. Le dejo como tarea, estimado lector, intentar completar la lista, como también ampliar el detalle de cada tipo de huevón. La principal tarea que le dejo, sin embargo, es tomar conciencia. Si las situaciones que planteo llegaran a darse, en un supuestísimo caso, en nuestro país, deberíamos concientizarnos en que podemos ponerles atajo. Tenemos las herramientas para eso: nuestro voto. En cambio si, en el supuesto planteado, no hacemos nada, es porque somos muy huevones.
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