¿De verdad necesitamos una Cámara de Diputados?
El
presupuesto vigente de la Nación revela que la Cámara de Diputados nos costará
este año $ 58,5 miles de millones, esto es, casi 2,5 millones de UF.
La
cifra es contundente: equivale a unos 5.000 subsidios de vivienda, por ejemplo.
En un país con tantas carencias como el nuestro, coincidirá usted conmigo,
tiene múltiples usos alternativos.
El
punto es: ¿está bien gastada? ¿Estamos los chilenos haciendo buen uso de
nuestros escasos recursos destinando un monto tan elevado a mantener en
funcionamiento a la mencionada institución? Para responder a esta interrogante,
valedera por cierto ―las sociedades, y en particular la nuestra, deberían estar
permanentemente evaluando los costos y los beneficios de sus sistemas
administrativos―, es necesario contestar de manera previa otra pregunta: ¿es
realmente necesaria para el país la Cámara de Diputados? Más que eso, ¿es
realmente útil? Lo invito a que tratemos de responderla.
Dos
son los ámbitos en donde debemos explorar: las atribuciones y las funciones.
Respecto
de las primeras, nuestra Constitución le entrega a la Cámara, en forma
exclusiva, sólo dos: fiscalizar los actos del Gobierno, y definir si son
procedentes (si han o no lugar) las acusaciones que ella misma genera (es el
Senado quien juzga; la Cámara sólo es la instancia acusadora). La primera la
ejerce por medio, principalmente, de las interpelaciones y de las comisiones
investigadoras; la segunda, por la mayoría simple de sus integrantes, en el
caso de aquellas acusaciones en contra del Presidente de la República, y por la
mayoría simple de los parlamentarios presentes, en el caso de aquéllas que se
efectúan en contra de otras autoridades.
Lo
invito a hacer memoria, estimado lector: en los ya 24 años de historia
democrática pos dictadura, ¿usted recuerda alguna interpelación que contribuyera
a mejorar nuestras instituciones o nuestra vida democrática; que redundara en
un perfeccionamiento de nuestra legislación; que prestara alguna utilidad, por
escasa que fuese; que sirviera para algo?
No
se esfuerce mucho en buscar. No hay ninguna.
Algo
similar ocurre con las comisiones investigadoras, cuya acuciosidad depende de
cómo estén conformadas en relación con el tema que se investiga (si los
acusadores son minoría, se moverá tanto como una lápida), y cuyos resultados
específicos han tenido tanta relevancia en el desarrollo y perfeccionamiento de
nuestras instituciones, como la forma de mascar chicle la ha tenido en el
desarrollo de la industria aeroespacial.
La
penosa verdad, apreciado lector, es que ambas, interpelaciones y comisiones
investigadoras, tal como están concebidas son inútiles. Son una lastimosa
pérdida de tiempo y, no faltaba más, de valiosos recursos.
¿Y
qué ocurre con las funciones? Tal vez la Cámara las cumple de manera ejemplar,
y ese sólo hecho valida su existencia como parte de nuestra institucionalidad. Quizás
su aporte al perfeccionamiento de nuestra democracia es tan grande, tan
contundente, que invalida cualquier cuestionamiento. Veamos.
La principal
función de la Cámara es participar en el proceso de formación de las leyes. Es
colegisladora, junto con el Gobierno y el Senado. Una muestra de la forma en
que enfrenta su trascendental cometido, la tuvimos durante el primer trámite
del proyecto de reforma tributaria presentado por el Gobierno. ¿Se tomaron los
honorables el lapso necesario para entender, como deberían haberlo hecho, tan
compleja iniciativa? No. Por el contrario, procuraron despacharla en el mínimo
tiempo posible, tal como la Presidenta se los había solicitado. ¿Permitieron
que todos quienes tuviesen algo que decir al respecto, dispusieran de las
facilidades necesarias para hacerlo? No. Son ya antológicos los 15 minutos que asignaron
a la gran mayoría de los interesados (hubo, por cierto, algunos privilegiados;
hay personas e instituciones más iguales que otras ante la ley, a juicio de nuestros
diputados). ¿Pidieron al Gobierno un diagnóstico completo y detallado acerca de
las falencias del sistema vigente y la forma en que éstas se solucionaban con
la propuesta gubernamental? No. No lo estimaron necesario, tal vez porque no lo
consideran importante. ¿Escudriñaron, artículo por artículo, el documento
recibido para comprobar que todas las disposiciones allí establecidas cumplían
con los criterios definidos por el gobierno en su mensaje? En absoluto. Se
tragaron sin cuestionamiento alguno la absurda especie de que el proyecto es un
todo, y que si se le modifica aunque sea una coma, se desvirtúa. ¿Analizaron si
la propuesta cumple con los principios que debe reunir todo buen sistema
tributario? Para nada. Evidentemente, no les parece relevante. ¿Solicitaron al
Gobierno los estudios (que éste dice tener, pero que nunca ha mostrado) que
sustentan y validan la bondad y coherencia de la proposición gubernamental? No
pensará usted que lo hicieron, ¿verdad? Nada más irrelevante, a juicio de
nuestros parlamentarios. Por último, ¿enriquecieron los diputados el proyecto?
¿Aportaron aunque fuese una mejora? ¿Una sola? ¡Cómo se le ocurre! No están
para eso los honorables.
La
verdad, apreciado lector, es que la Cámara fue, en el primer trámite del
proyecto de reforma tributaria, una Cámara – buzón: se limitaron a recibir el
proyecto y a despacharlo tal como les llegó. Nada de revisarlo, analizarlo,
evaluarlo, corregirlo ni mejorarlo. ¿De verdad necesitamos una institución como
ésta? ¿Una institución pasadizo? ¿No tiene usted la sensación de que estamos
botando la plata? ¿De que no se produciría cambio negativo alguno en nuestras
vidas (porque positivos si habría, partiendo por el menor gasto) si ella no
existiese?
Lo
invito a reflexionar, estimado lector: ¿qué nos aporta la Cámara de Diputados?
¿En qué nos beneficia su existencia? Tal vez vaya siendo tiempo de que
comencemos a cuestionarnos en serio la conveniencia de mantenerla, e iniciemos
el proceso destinado a prescindir de ella, en lugar de estar pensando, como
pretende el Gobierno, en aumentar el número de sus integrantes. ¿Para qué?
¿Para tener un buzón más grande? Coincidirá usted conmigo en que podemos hacer
uno de tamaño gigante por muchísimo menos dinero.
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