Cuentos infantiles: mi carta respuesta a Luis Larraín
Cuando
son mal relatados, cuando adolecen de errores manifiestos en su trama, los
cuentos infantiles confunden e inducen a error a los indefensos infantes.
Es
el caso del narrado por el cuentista Luis Larraín. La historia original ni siquiera
se parece a la que él publicó, por lo que es indispensable hacerle algunas
precisiones.
Lo
primero, son las proporciones: en ese bello país había unos pocos que eran muy
ricos, cierto; los de ingresos medios eran más numerosos, cierto también; pero
los pobres no eran “un grupo menos numeroso”, como relata el cuentista, sino la
inmensa, la enorme, la descomunal mayoría.
Lo
segundo, es que los muy ricos no guardaban sus ahorros en unas cuevas llamadas
FUT, sino en unas extrañas construcciones llamadas “empresas”. Allí mantenían
parte sustancial de sus riquezas, las que usaban, entre otros fines, para
prestarlas a los comerciantes, artesanos y labriegos. Hay que precisarle al
cuentista, sin embargo, que las prestaban cobrando unos intereses
expropiatorios, multiplicando con ello su fortuna a costa de empobrecer a los
demás habitantes.
Lo
tercero, es que en los tiempos a los que se refiere el cuentista, la forma que
tenían los ricos de pagar impuestos era aberrante. La llamaban “sistema
integrado de impuesto a la renta”, y consistía en que esas construcciones
llamadas empresas no pagaban sus propios impuestos, sino que se dedicaban a
pagar los de los muy ricos. Lo malo de ese sistema era que los servicios que entregaba
el país a todos sus habitantes (los llamaban “servicios públicos”), cuya
generación era costosa, los recibían las empresas en forma gratuita. En otras
palabras, los muy ricos se beneficiaban del resto de sus conciudadanos porque
todos, incluyendo los muy pobres, financiaban los servicios que consumían sus
empresas.
Lo
cuarto, es que el cuentista omitió que en todos los países que rebozaban de
riqueza y donde no había pobres, las empresas y las personas tributaban separadamente,
con impuestos mucho más altos que en el país en cuestión. Y todos los habitantes,
hasta los más ricos, vivían felices y contentos.
Hay
sí, en este cuento tan mal contado, un punto que es certero: la Gran Reforma
elaborada por los publicanos estaba hecha con el codo. Era una muy mala
reforma, ya que no corregía los graves problemas de que adolecía el bello país aquel.
Las empresas seguían sin pagar impuestos, por ejemplo. El cuento no aclara por
qué, pese a ello, la plantearon. ¿Algún acuerdo con los muy ricos, quizás? Misterio.
Los cuentos suelen ser algo herméticos.
Pese
a tantas imprecisiones del cuentista, sorprendentemente el final del cuento es
parecido: los pobres siguieron siendo muy pobres y los ricos muy ricos. Pero
eso es lo que ocurre en la mayoría de los cuentos, ¿verdad? Lo otro, lo de
distribuciones más equitativas, lo de menor desigualdad, es literatura
fantástica.
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