El principio del beneficio
Termina,
sin pena ni gloria habría que decir, el primer gobierno de la derecha desde el
fin de la dictadura, y se acerca el momento en que tendremos, tras este recreo
de 4 años, de vuelta a la centroizquierda. Debo confesar que tengo curiosidad.
¿Cómo se desempeñará la Nueva Mayoría? ¿Habrá aprendido de sus errores, en este
breve lapso en el que tuvo que ejercer de oposición? ¿O volverá a repetirlos,
cocinándose con ello a fuego lento, y pavimentándole el camino a alguna
alternativa populista del tipo Chávez para el 2017?
Las
primeras señales, las que aparecen en su programa de gobierno, no son muy
alentadoras. Hay que decirlo. Definitivamente, no se hace cargo en toda su
dimensión del principal problema que hoy afecta a nuestra sociedad: la excesiva
desigualdad. Varias de nuestras graves falencias sociales están tocadas así
como por encima, como si faltaran diagnósticos claros y precisos, o no se
dispusiera de las ideas necesarias para responder a éstos. Y un conglomerado de
gobierno sin ideas es como un postre de sémola con leche al que no le pusieron
ni leche, ni canela ni azúcar (o endulzante, para ponernos a tono con los
tiempos que corren). Definitivamente, no cumple con los fines para los que fue
concebido.
Esperemos
que no sea el caso, y que este gobierno sea un gran gobierno. Lo deseo
sinceramente.
Un muy buen punto de partida sería que la
nueva presidenta tuviese el coraje de reformar el sistema tributario vigente,
desde la perspectiva de enmarcarlo dentro de los principios que debe cumplir
todo buen sistema tributario. Ya que el actual no los cumple, y no los ha
cumplido durante los últimos 30 años, parece natural exigir que el nuevo, el
que nacerá como consecuencia de la reforma tributaria que se presentará al
Congreso dentro de los próximos cien días, al menos satisfaga ese
requerimiento. No es mucho pedir, ¿verdad? Se
supone que los principios están para ser cumplidos de manera previa a cualquier
otra consideración.
¿Qué
debería ocurrir para ello? Veamos.
Dos
son los principios más relevantes que debe cumplir todo buen sistema tributario (¿es necesario explicar el concepto de
“todo”?): el del beneficio (todos quienes reciben servicios del Estado,
personas y organizaciones, deben contribuir a su financiamiento en proporción a
los servicios que reciben); y el de la equidad, que se divide en equidad
horizontal (a iguales rentas, iguales tributos) y equidad vertical (a mayores
ingresos, mayores tributos). El sistema
tributario vigente no cumple ninguno de ellos.
Permítame
dedicar este artículo al primero de ellos, el principio del beneficio. El
sistema vigente lo viola sistemáticamente al establecer que los impuestos que
pagan las empresas (primera categoría) NO son de beneficio fiscal, sino que
corresponden a anticipos a cuenta de los impuestos personales de sus
propietarios. Al amparo de la falacia de
“evitar la doble tributación”, exime a las empresas del pago de los servicios
públicos que consumen (en cantidades industriales, habría que decir),
otorgándoles en la práctica un gigantesco subsidio. En palabras simples, en
Chile el Estado subsidia a las empresas (regalándoles los servicios públicos
que consumen) con el dinero de todos los chilenos (incluidos los más pobres) para
que éstas, a su vez, les paguen los impuestos a los empresarios, para que a su
vez éstos no paguen impuestos. ¿Lo ejemplificamos? En Chile, el Estado subsidia al Banco Chile, a Cencosud, a Goldex y a
las farmacéuticas, entre muchas otras empresas, regalándoles los servicios
públicos que consumen (seguridad pública, vialidad y urbanismo, servicios
judiciales, normativa vigente, fomento estatal, crecimiento económico, organismos varios de control y de fomento,
etc.), para que éstas, a su vez, le paguen sus impuestos personales a sus
propietarios (Luksic y Paulmann, entre otros), para que ellos no tengan que
pagarlos de sus bolsillos. ¿Una
sinvergüenzura? Bueno, ése es nuestro “sistema integrado de impuesto a la
renta”.
Si
la Nueva Mayoría estuviese realmente interesada en generar una mayor igualdad y
construir un sistema tributario más equitativo, su propuesta de reforma
tributaria debería partir por restablecer el principio del beneficio, eliminando
para ello el mencionado “sistema integrado”. Dicha propuesta debería considerar que los impuestos de primera
categoría pagados por las empresas sean de beneficio fiscal, y que los
empresarios paguen sus impuestos personales (por los dividendos percibidos o
los retiros efectuados) de sus propios bolsillos.
¿Cuáles
son los beneficios de este cambio? Enormes. Primero que nada, retorna la
equidad a nuestro sistema tributario, ya que los mayores consumidores de
servicios estatales, las empresas, comienzan a pagar por ellos, eliminándose el
subsidio que actualmente reciben; en segundo lugar, los empresarios comienzan a
pagar sus impuestos personales de sus propios bolsillos, tal como lo hacen
actualmente todos los asalariados que están afectos a dichos tributos; en
tercer lugar, el sistema de impuesto a la renta se simplifica enormemente, al
eliminar la relación que actualmente existe entre los impuestos a las empresas
y los personales, y su correspondiente registro (el famoso FUT), haciéndole la
vida más fácil a casi todo el mundo, contadores y fiscalizadores incluidos (los
únicos perjudicados serían los expertos en elusión tributaria, pero nada en la
vida es perfecto); en cuarto lugar, este solo cambio debería permitir una mayor
recaudación de unos USD 2.000 millones por concepto de global complementario y
adicional, y USD 1.000 millones por menor elusión, por parte baja.
Desde
luego que éste no es el único cambio que requiere nuestro sistema tributario. También
hay que restringir al máximo la renta presunta, eliminar numerosas franquicias indebidas
(los artículos 55 bis y 57 bis, los beneficios tributarios del DFL2 para
inversionistas inmobiliarios y el crédito especial para empresas constructoras,
por ejemplo), y definir el destino del FUT histórico (partiendo por impedir que
se siga accediendo a él). Sin embargo, la expuesta en este artículo es la
“madre de todas las reformas”, la mayor fuente de inequidad y sinvergüenzura
tributaria.
La
pregunta del millón entonces es: ¿estará la Nueva Mayoría, con la presidenta a
la cabeza, a la altura de las circunstancias? ¿Será capaz de dar este paso,
reponiendo la equidad en nuestro sistema tributario? ¿O cederá, como sus
antecesores, a la presión de los grupos de poder?
Estamos
muy cerca de saberlo. Cien días pasan volando.
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