Acerca de Gervasio, Jorge Matute y el Checho Hirane
Gervasio
Vieira, autor e intérprete de esa enorme e inmortal oda a la resignación, al
amor filial no cultivado y a la incomunicación que se llama “Con una pala y un
sombrero” (una obra maestra, qué duda cabe), falleció en 1990 en circunstancias
nunca del todo esclarecidas. Parece, de hecho, haber demasiadas inconsistencias
en la versión oficial acerca de su muerte. Existen peritajes de dominio público
(al menos en sus puntos más relevantes), nunca desmentidos por quienes
estuvieron encargados de la investigación correspondiente (la PDI), que las
detallan, por lo que no me extenderé al respecto. Lo concreto es que está la
duda instalada en su familia, en sus cercanos y en la opinión pública, y que
quien debería haberla despejado, nuestro poder judicial, o no ha querido (con
todas las gravísimas connotaciones que ello acarrearía), o ha sido incapaz
(¿está nuestro sistema judicial a la altura de los requerimientos de la
sociedad actual?) o no se ha tomado la molestia de hacerlo (¿hace nuestro
sistema judicial su mejor esfuerzo para esclarecer cada caso, u opera según la
“ley del menor esfuerzo”?). Hasta ahora, según parece.
¿En
qué se asemeja este lamentable caso al de Jorge Matute Johns? No en su
tipificación, desde luego —uno es, hasta la fecha, un suicidio; el otro, un
atroz homicidio—. Tampoco en sus características particulares —si en el primero
hubo homicidio, éste fue planificado y perpetrado con todas las agravantes; el
segundo fue, al parecer, resultado inesperado de una cobarde golpiza grupal—.
La similitud está en que ambos sus autores, que estarían identificados, están impunes; y en que los dos son, por dicha razón, una fea mácula, una grosera mancha, una
indeleble vergüenza, en la historia y el prestigio de nuestro poder judicial.
Se
supone que todos somos iguales ante la ley, tanto en lo que respecta a nuestros
derechos como a nuestras obligaciones. Ello está, en efecto (con algunos
matices), garantizado en nuestra Carta Fundamental. Según allí se señala, todos
deberíamos tener igual acceso a las garantías que ella establece. A la vez,
nadie que quebrante la ley debería estar ajeno a las sanciones que ella misma
establece. Sin embargo, casos como el de Gervasio y Jorge Matute nos indican
que eso no es así; que hay algunos que, parafraseando a Orwell, son más iguales
que el resto; que existen personas que, por la razón que fuere, están por sobre
nuestro ordenamiento jurídico. En palabras simples, si usted dispone del poder
suficiente, la ley no lo manda ni le prohíbe. Sólo le permite.
El
asunto es particularmente grave. Si nuestro sistema judicial no está a la
altura; si alguien puede atentar en nuestra contra y, por la razón que fuere,
salir impune (a pesar de estar identificado); si la ley no se aplica de forma pareja; si existe desidia o venalidad, estamos en el
peor de los mundos. Lo que como ciudadanos tenernos derecho a esperar, es que
nuestro sistema judicial sea probo, diligente y, absolutamente, independiente;
que la justicia sea, de verdad, ciega, pero a la vez certera, ágil y dinámica
(aunque parezca un contrasentido).
Por
eso, es bueno que los casos de Gervasio y Jorge Matute estén saliendo de nuevo
al tapete, que se reabran, que se vuelvan a investigar, y que se conozca a los
culpables, para que, ya que no recibirán sanción penal (ambos casos están
prescritos, según entiendo), al menos reciban la sanción social y todo el peso
de cargar por el resto de sus vidas con el calificativo de asesinos.
¿Y
qué tiene que ver Checho Hirane en este oscuro asunto? Bueno… por lo que se
sabe, nada. No ha sido mencionado en parte alguna ni como autor, ni como
cómplice ni como encubridor, que son las tres condiciones por las que alguien
puede, “en mala”, estar relacionado con un delito. Ni siquiera ha sido
mencionado como testigo, que es la otra condición por la que uno podría, “en
buena”, estar conectado al hecho en cuestión.
Sin
embargo, salió al baile. Fue TT y material de múltiples comentarios
faranduleros. ¿Por qué?
Pues,
porque fue mencionado por el autor de un libro (que reconozco no haber leído) donde,
según él mismo, se procura aportar antecedentes para intentar esclarecer la
muerte de Gervasio (aunque la información recopilada no concordaría, de modo
alguno, con la que habrían reunido, por otras vías, los familiares del
malogrado artista). ¿A título de qué? En tres condiciones: como propietario de
un local (el Romeo) donde se habrían reunido quienes planificaron el homicidio
de Gervasio; como visitante eventual (por una sola vez, al parecer) de un ex
miembro de la CNI condenado por sus crímenes durante la dictadura; y como posible
receptor de facturas falsas emitidas por una mujer que habría sido pareja de un
miembro de la CNI.
¿Alguna
de esas situaciones lo relaciona con el crimen de Gervasio? Que sepamos,
ninguna. ¿Existen explicaciones de mínima lógica que justifiquen su
presencia en el libro (y en las entrevistas de su autor)? Pareciera ser que no.
Al menos, éste no ha podido entregarlas. Podríamos decir que el Checho Hirane está ahí porque al libro, publicitariamente, le conviene.
Escucho
el programa radial de Checho Hirane, cada vez que puedo. No porque me
interprete (de hecho mi opinión respecto de nuestro sistema político y económico
es diametralmente opuesta a la suya; no puedo estar más en desacuerdo con él al respecto)
sino porque es un buen programa. Los programas de debate bien concebidos son
indispensables en nuestra sociedad, más aún, cuando en ellos no se le saca el
bulto a las confrontaciones de ideas ni a los temas contingentes, y el del
Checho es, ciertamente, uno de ellos. Sin embargo, no conozco al Checho Hirane
personalmente; nunca he cruzado ni una sola palabra con él; estoy, como ya
dije, en las antípodas de su pensamiento político y económico. No pretendo, por
ello, sumarme a su defensa (ni falta que le hace, por lo demás).
Pero no puedo
dejar pasar este caso sin hacer hincapié en un punto demasiado relevante: ¿cómo
es posible que una persona pueda involucrar a otra, sea quien sea, en un suceso
deleznable sin ni un solo elemento de respaldo (ni uno solo), y nuestra
sociedad —nuestros medios de comunicación, nuestras redes sociales, todos
nosotros— lo tolere, lo acepte y lo difunda? ¿Cómo, dígame usted? ¿Qué clase de
sociedad hemos formado?
Los
casos de Gervasio, Jorge Matute y el Checho Hirane se parecen en algo, es verdad: los
tres son muestras de piezas que están fallando en nuestra estructura social.
Pero mientras los dos primeros apuntan a un sistema judicial que debe
reivindicarse, el tercero lo hace hacia nuestro propio comportamiento. No nos
confundamos.
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