El combate contra la corrupción: el mejor tema central de la próxima campaña electoral
La
próxima elección presidencial será, se dice, la más disputada desde el retorno
de la democracia. La de resultado más incierto. Parece, cosa extraña en
política, haber unanimidad en ello.
Los
datos existentes avalan esa percepción. A la fecha, por más que algunos sectores
intenten sacar cuentas alegres, no existe un candidato fuerte. De hecho,
ninguno muestra apoyos concluyentes. Sebastián Piñera, duramente cuestionado
por su imprudente (por decir lo menos) manejo financiero, lleva meses empantanado
en un 24%. Alejandro Guillier, atrapado por las debilidades de su coalición (y
también por las suyas, dicen algunos), parece estarse desmoronando. Ni hablar
de Carolina Goic, que casi no marca en las encuestas. En este deplorable contexto,
solo Beatriz Sánchez parece ir viento en popa, aunque se desconoce su real
potencial.
En
un escenario tan competitivo como el descrito (tan “líquido”, como dicen
algunos expertos), las campañas electorales adquirirán una relevancia que no
han tenido hasta la fecha. Más aún cuando existe la evidencia empírica de que,
en determinadas circunstancias, un
candidato puede ganar una elección gracias a su campaña (Donald Trump es un
ejemplo reciente). ¿Cuáles son esas circunstancias? Pues, la inexistencia de un
candidato fuerte, un descontento generalizado entre los potenciales votantes,
un fuerte deterioro de la credibilidad y del prestigio de los partidos
políticos y de sus miembros, y un creciente desprestigio de las instituciones.
Y da la casualidad de que todas ellas, sin excepción, están presentes hoy en
nuestro país.
Para
ganar esta elección, en consecuencia, es indispensable una buena campaña
electoral. Pero… ¿qué características debería tener esta? Lo invito, primero, a
identificarlas y, segundo, a que analicemos cómo deberían aplicarse en la
presente contienda eleccionaria.
Los cuatro pilares de una buena
campaña electoral
Una
buena campaña electoral es aquella que consigue
imponer el tema central del debate pre eleccionario. Esa que se apropia de
los foros, las columnas y los programas políticos. La que, en definitiva, logra
que el asunto que uno propuso, el que uno maneja mejor que el resto, el que a
uno le conviene, predomine sobre las propuestas de los demás competidores.
¿Cómo
se consigue semejante logro? Mediante una estrategia que consta de cuatro
pasos, los cuatro pilares de una buena campaña electoral. Permítame
presentárselos.
1.- Seleccionar un tema
central capaz de imponerse a los de los adversarios
Esta
es la clave. Si uno de los candidatos
logra imponer el tema central de su campaña sobre los de sus adversarios, en un
escenario como el presente tiene altas posibilidades de alzarse con la victoria
(tanto él como sus candidatos al Parlamento). Como bien saben (o deberían
saber) los expertos en marketing político, un buen tema central de campaña tiene
que, ineludiblemente, cumplir dos condiciones: en primer lugar, debe corresponder a la satisfacción de una necesidad urgente, a la
corrección de una grave falencia o a la solución de un serio problema que afecta
conscientemente a un porcentaje importante del electorado (en palabras
simples, se trata de proponer a los votantes una razón de peso para concurrir a
las urnas); y en segundo, algo que es de extrema relevancia, debe resultar incómodo, molesto, desagradable, en lo posible insoportable
para los adversarios.
¿Cómo
se selecciona? Indagando las más sentidas preocupaciones del electorado, los
asuntos peor evaluados, las situaciones que le generan mayor molestia,
indignación y rechazo, y seleccionando de entre ellas la que cumple de mejor
manera con las dos condiciones señaladas.
2.- Elegir los símbolos
apropiados para el tema escogido
Un
tema central potente, sin embargo, no sirve de nada si no se simboliza
adecuadamente. Una campaña política es, en la práctica, una guerra; y en una
guerra se necesitan adversarios concretos y definidos a los cuales enfrentarse.
Los símbolos cumplen esa función. Son manifestaciones claramente identificables
y entendibles del tema central escogido. Los enemigos específicos a los cuales
el candidato y la coalición que él representa pretenden combatir.
3.- Proponer medidas de
alto impacto comunicacional para atacar a los símbolos elegidos
Usted
puede lanzar al ruedo un tema de alto impacto y seleccionar sus manifestaciones
más identificables para simbolizarlo, pero eso no basta. Hay que plantear
medidas concretas para hacerles frente, las que deben, necesariamente, generar
polémica. Son las llamadas a permanecer en los medios y en las discusiones
públicas y privadas; aquellas de las que, literalmente, el mundo entero debe
hablar durante todo el transcurso de la campaña; las que, bien expuestas,
motivarán al electorado a ejercer su voto a favor del candidato que las propicia.
4.- Mostrarse como un
líder capaz de implementarlas pese a la oposición del establishment
Pero
falta aún algo muy importante. Para
ganar una guerra, aparte de una razón para luchar, de enemigos a los cuales
enfrentarse y de polémicas medidas concretas para hacerlo, se necesita un
adalid; un comandante; un líder capaz de conducir a sus huestes a la victoria.
De ahí que el candidato debe mostrarse, con hechos concretos, como alguien ejecutivo,
capaz de imponerse a quienes lo respaldan, asertivo y que, muy importante, no
le teme al establishment; que es capaz de enfrentarse a él sin echar pie atrás;
que “no arruga”, por temible que parezca el adversario.
Así que aquí los tiene, los cuatro pilares de una buena estrategia
electoral: imponer el tema central de la
misma (un grave problema social que no ha sido ni será resuelto por los
contrincantes); simbolizarlo
adecuadamente (con exponentes concretos del problema a los cuales se debe
combatir); proponer medidas de alto
impacto para atacar a los símbolos elegidos (de esas que se eternizan en
los medios); y mostrarse como un líder
capaz de materializarlas, aunque todo el establishment se le oponga.
Agreguemos
a lo anterior una estrategia comunicacional orientada a mantener los cuatro
pilares siempre visibles ante los ojos de la opinión pública, y tendremos la
campaña completa. ¿Qué le parece? ¿Bien? Pues, lo invito a que analicemos cómo
puede ponerse en práctica en la presente contienda electoral.
El tema central de la
campaña
No
sé si usted coincidirá conmigo, pero para mí el tema central de la próxima
campaña electoral, aquel que debería tomarse la agenda, las redes sociales y
las portadas de los medios periodísticos, ese que tendría que monopolizar el
debate, no puede ser otro que terminar
con la corrupción. Es tan brutal este flagelo, está tan extendido
(pareciera que no hay institución que se salve), es tan alto el porcentaje de chilenos que ya no lo soporta y
resulta tan fácil de simbolizar que parece imposible encontrar uno más
apropiado. Tanto más cuanto que también cumple con la condición de ser en
extremo incómodo para casi todos los competidores.
Además,
es un tema que obedece a una necesidad imperiosa de nuestra sociedad. Los
chilenos necesitamos recuperar la confianza en nuestras instituciones.
Necesitamos tener la plena certeza de que el SII es un organismo público que
está a nuestro servicio, no como hoy, que se ha transformado, por culpa de su
director, en una entidad protectora de delincuentes (de cuello y corbata, pero
delincuentes, al fin y al cabo). Necesitamos confiar en que el Consejo de
Defensa del Estado, la Fiscalía, el Tribunal Constitucional, Capredena, el Sename
y todos los servicios del Estado no son entidades benefactoras de políticos,
sino lugares donde se desempeñan los funcionarios de carrera más capaces.
Necesitamos saber que casos como el de Javiera Blanco, entre otros, nunca
volverán a repetirse.
Así
que, salvo que a usted se le ocurra uno mejor, postulo a “Terminar con la corrupción” como el gran tema central de la campaña
que se avecina.
Los símbolos de la
corrupción
Son
esos hechos que, cuando usted piensa en ese asqueroso flagelo, resultan ser los
primeros que se le vienen a la cabeza. Los que más claramente se asocian a él. Los
que todos quisiéramos extirpar para siempre de nuestra vida ciudadana. Tome
nota, si le parece, de aquellos que considero más apropiados (y aproveche de
pensar cuáles serían las respuestas que tendría cada uno de los candidatos en
relación con ellos):
1.- La impunidad: ¿Hay
alguna duda de que, para terminar con la corrupción, es indispensable, primero,
acabar con la impunidad? Resulta obvio, ¿verdad?, porque la inexistencia de
penalización es un incentivo para los políticos deshonestos y porque la impunidad
es, en sí misma, una forma de corrupción. Y, ¿no le parece que la ciudadanía
apoyaría masivamente cualquier propuesta seria al respecto? Imagine la cantidad
de ejemplos que podrían presentarse para respaldarla: todos aquellos
delincuentes de cuello y corbata a los que el SII ha protegido al no
querellarse en su contra, Ponce Lerou, Jovino Novoa, los numerosos diputados y
senadores que han estado involucrados en actos corruptos, todas las empresas y
personas que no han sido investigadas por la Fiscalía en el marco de las
ilegales “donaciones” a los políticos, el mismísimo Pïñera. Uf… el listado es
interminable. Como enemigo a enfrentar, la impunidad parece formidable. Como
símbolo de la brutal corrupción que nos afecta, inmejorable.
2.- La falta de probidad: En
el Chile de hoy, la falta de probidad —esto es, el
acto de privilegiar, en el desempeño de una función pública, los intereses
particulares por sobre el general—, no se
sanciona. Un funcionario público puede, con total tranquilidad, pasarla a llevar
de manera reiterada, sin sufrir consecuencia alguna. Opera así de capitán a
paje, de manera generalizada, a vista y paciencia de los ciudadanos. También,
al igual que en el caso anterior, sobran los ejemplos. Sin ir más lejos,
incurren en falta de probidad todos los funcionarios públicos que, estando en
conocimiento de la existencia de delitos, no los denuncian dentro del plazo de
24 horas. ¿Se ha preguntado cuántos delitos que no ha denunciado ha conocido el Director del SII? Aquí, un
candidato avezado puede hacerse un picnic. Por ello, la falta de probidad es
una excelente candidata a ser presentada como símbolo de la corrupción.
3.- Los cargos políticos: El
uso del aparato estatal para pagar favores políticos y darle trabajo a los
parientes, amigos y camaradas de partido, es uno de los actos de corrupción más
groseramente comunes en nuestro país. Son miles los cargos que, como botín de
los vencedores, quedan a disposición de las colectividades ganadoras en los
ministerios, servicios, direcciones, embajadas y demás organismos públicos
(Capredena y el Consejo de Defensa del Estado, por ejemplo); y son muchos los
millones de dólares que, como consecuencia de ello, se birlan al erario público
para pagar a personas que ni siquiera, la mayor parte de las veces, cuentan con
calificaciones para los cargos que ocupan. Un descarado saqueo
institucionalizado en toda regla y, como consecuencia de ello, un muy buen
símbolo de la corrupción.
4.- Las dietas parlamentarias y
presidenciales, y los megasueldos de ministros y jefes de reparticiones: A
ver, confiésese. ¿Siente indignación cuando escucha o lee acerca de las escandalosas
dietas que los parlamentarios se autofijaron durante el gobierno de Ricardo Lagos?
¿Lo domina la ira cuando recuerda que el Estado, con dineros de todos nosotros,
les paga más de $ 16 millones mensuales a los ex presidentes, Piñera entre
ellos? ¿Hierve de rabia cuando constata que los sueldos brutos de ministros y
jefes de reparticiones se empinan por sobre los $ 8 millones al mes? ¿Le parece
que todo ese desfalco es el colmo del caradurismo y de la sinvergüenzura? Pues,
usted está en la posición de la inmensa mayoría de los chilenos, que encuentra
que este acto corrupto, que se generó gracias a una colusión entre el gobierno
de Ricardo Lagos y la UDI pero que fue validado por el resto del sistema
político, es inaceptable. Por ello, no puede estar ausente como símbolo de la
corrupción.
5.- Las leyes que favorecen a
pequeños grupos privilegiados a costa de perjudicar a todo el país: Voy a
mencionar solo tres: la ley de pesca, la norma que permite la existencia del goodwill tributario y la que establece,
dentro del DL 3500, la obligación para todos los afiliados al sistema de
pensiones, de pagarle 35 años de comisión
anticipada de las AFP. Las tres son normas que deben su existencia,
exclusivamente, a la corrupción de nuestros gobernantes y parlamentarios. Todas
fueron implementadas específicamente para beneficiar a pequeños pero muy
poderosos grupos empresariales a costa de perjudicar manifiestamente a la
inmensa mayoría de los chilenos. La ley de pesca entrega en forma gratuita el
usufructo de casi todos nuestros recursos pesqueros a solo siete familias. El goodwill es una franquicia tributaria
que Piñera, con la complicidad de la Nueva Mayoría, obsequió a un pequeño grupo
de empresas (Cuprum y Provida entre ellas), sin ninguna justificación (a menos
que se considere como tal los ingentes beneficios que recibieron los verdaderos
beneficiarios de dicha medida; ¿sabe usted quiénes fueron?). La comisión
anticipada es un mecanismo mediante el cual el Estado permite que las AFP
perjudiquen financieramente a todos sus afiliados para obtener ganancias
indebidas. Un candidato avispado podría editar videos didácticos explicando de
manera sencilla por qué dichas leyes constituyen brutales actos de corrupción y
las transformaría, rápidamente, en las muestras virales fehacientes de cómo el
poder económico corrompe hasta la médula a nuestros funcionarios y
parlamentarios, y de cómo estos, por cierto, se dejan corromper.
6.- La indefensión de los
ciudadanos frente al abuso y a la conculcación de sus derechos fundamentales
por parte del Estado: ¿Se ha preguntado por qué
razón ocurren tantos y tan graves hechos de corrupción en nuestro país? ¿Y por
qué quedan impunes? Hay varias razones, pero una de las principales es que no existe ninguna instancia confiable a la
que los ciudadanos podamos recurrir para que defienda nuestros derechos y
garantías constitucionales. Hoy, si el Gobierno, el Parlamento, el Poder
Judicial, la Fiscalía, el SII o cualquier servicio público los amenaza o
vulnera, solo nos queda agachar la cabeza. Estamos completamente indefensos. El
Poder Judicial, a quien la Constitución encarga el resguardo, a través del recurso
de protección, de dichos derechos, no está a la altura. No da el ancho. Tengo
en mi poder un fallo vergonzoso de la Corte de Apelaciones de San Miguel,
refrendado por la Corte Suprema, donde se fundamenta el rechazo de un recurso
de protección argumentando que el ejercicio, por parte del Estado, de sus
facultades legislativas, no puede
amenazar o vulnerar las garantías fundamentales de los ciudadanos. Vale
decir, que las facultades legislativas
del Estado están por sobre los derechos constitucionales. Por sobre, por
ejemplo, la Igualdad ante la ley. ¿Se da cuenta del precario nivel de nuestros
magistrados en esta materia? Según ese aberrante, gravísimo e inaceptable
argumento, si mañana el Estado, haciendo uso de sus facultades legislativas, dictara
una ley reponiendo la esclavitud, nadie podría usar el recurso de protección
para resguardarse.
Una
de las peores formas de corrupción es el abuso por parte de las autoridades en
contra de sus gobernados. Un Estado que lo permite es, por ese solo hecho, un
Estado corrupto. Por tales razones, la ausencia de protección de los derechos
ciudadanos debe figurar, sin ninguna duda, entre los principales símbolos de la
corrupción.
Hay
más posibles símbolos, por supuesto, pero estos son, a mi juicio, los más
adecuados, los más visibles y los más ilustrativos. Por supuesto, usted es
libre de completar o modificar esta lista con aquellos que considere más
apropiados.
Las medidas a proponer
para combatir a la corrupción
Como
ya vimos, estas deben apuntar directamente contra los símbolos y, además, generar
un alto impacto en la opinión pública. Sin pretender elaborar una lista
exhaustiva, le propongo las siguientes:
1.-
Eliminar la prescripción para todos los
delitos cometidos contra el erario público. ¿Le enferma la impunidad
reinante? Es, tal vez, el símbolo más despreciable de la corrupción. Pues, aquí
le presento la más drástica medida anti impunidad que puede implementarse. La
que permitiría atacar semejante infamia desde su misma raíz. Imagine un
escenario donde estemos debatiendo acerca de la opción concreta de investigar
penalmente las privatizaciones efectuadas en dictadura. O los sobresueldos del
gobierno de Lagos. O a todas las empresas que financiaron a los políticos
recurriendo a facturas y boletas “ideológicamente falsas”, y que “pasaron
coladas” gracias al manto protector con que las cubrieron el SII y la Fiscalía.
O a todos los políticos que recibieron ese financiamiento. ¿Qué le parece? ¿Apoyaría
usted una medida como esta? Creo que la inmensa mayoría de los potenciales
votantes lo haría. ¿Generaría polémica? No creo que sea necesario responderlo,
¿verdad? Y, ¿cómo reaccionarían los actuales candidatos si llegara a
plantearse? Por favor, haga el ejercicio de imaginarlo.
2.-
Expulsar para siempre del servicio
público a todos aquellos que hayan cometido faltas a la probidad, delitos o
actos corruptos. La tolerancia cero en materia de corrupción, parece
indispensable en el escenario actual. Es la única forma en que la probidad sea
tomada en serio. Piense, al respecto, en todos los políticos que, al
implementarse esta medida, tendrían que abandonar sus cargos y quedarían
impedidos de postular al servicio público de por vida. Todos los que están
relacionados con facturas “ideológicamente falsas”, para partir. Algunos de los
actuales competidores, incluso. ¿Le parece que una propuesta de este tipo
obtendría apoyo ciudadano? ¿Generaría polémica? ¿Cuál, a su juicio, sería la
posición de los actuales candidatos al respecto? ¿De Piñera, por ejemplo? ¿O de
Guillier? ¿O de Goic?
3.- Terminar con los
cargos políticos. Esta propuesta implica reducir
los cargos políticos al mínimo estrictamente necesario. Ministros,
subsecretarios, unos pocos asesores y pare de contar. Todos los jefes de
servicios y direcciones, al igual que los embajadores, tendrían que ser
funcionarios de carrera con al menos cinco años de antigüedad. Se deberían
eliminar las instituciones de los abogados integrantes y los integrantes de la
Corte Suprema que provienen del mundo privado. El Tribunal Constitucional, el
Consejo de Defensa del Estado, TVN, el Servel y otros organismos por el estilo,
debieran sufrir una reestructuración total que los transforme en las
instituciones que el país requiere, no en esas cajas pagadoras de favores
políticos en las que se han convertido. Nunca más tendría que repetirse, por
ejemplo, el caso de Javiera Blanco. Le garantizo que una propuesta en esos
términos tendría un apoyo ciudadano mayoritario. Sin embargo, ¿cómo
reaccionarían ante ella los candidatos? ¿Piñera, Guillier y Goic, en
particular?
4.-
Poner un tope de $ 5 millones a las
dietas parlamentarias y a los sueldos de los altos cargos de la administración
pública. Hay que terminar de una vez y para siempre con las consecuencias
de ese acto infinitamente corrupto que cometió Ricardo Lagos, en complicidad
con la UDI, durante su gobierno. Las dietas parlamentarias y los sueldos de los
altos funcionarios deberían tener un límite fijado en la Constitución de, por
ejemplo, 20 veces el sueldo mínimo como tope. Y, por supuesto, habría que
reducir de manera considerable las asignaciones parlamentarias y someterlas a
auditorías obligatorias efectuadas por la Contraloría. Si usted condimenta esta
medida con la supresión de los privilegios de que gozan nuestros parlamentarios
en relación con un trabajador cualquiera, le garantizo que, aparte de polémica,
será una propuesta en extremo popular.
5.- Eliminar
las dietas y asignaciones de los ex presidentes, reemplazándolas por el pago de
la diferencia que estos requieren para alcanzar una pensión máxima de 2
millones mensuales. La pregunta aquí es, ¿existe alguna justificación que
respalde el pago mensual de más de $ 16 millones que se les efectúa a los ex
presidentes? Y la respuesta es que no, que no existe ninguna. Que el mencionado
pago es, al igual que las megadietas, solo una consecuencia de un acto corrupto
cometido por Ricardo Lagos en complicidad con la UDI y, como tal, debe
eliminarse para siempre. Desde tal perspectiva, la medida propuesta es de toda
justicia y sería muy, pero muy popular. Dos millones de pesos mensuales
permiten una vida digna y el hecho de aportar solo la diferencia respecto de
los demás ingresos que tienen los expresidentes (si ganan más de $ 2 millones
no se les entregaría ingreso alguno) garantizaría que, por ejemplo, Piñera no fuese
beneficiado con dineros de todos los chilenos (ese, en sí, ¿no le parece un
acto corrupto?).
6.- Eliminar la comisión
anticipada que los afiliados pagamos a las AFP.
Atacar a ese grosero símbolo de la corrupción que es la comisión anticipada
cobrada por las AFP, es muy sencillo. Basta con reemplazarla por una comisión
sobre el saldo administrado (un 0,1% anual sería una cifra razonable), teniendo
el cuidado de no cobrarla nuevamente a aquellos ahorros que ya la pagaron
completa. Si semejante medida se llegase a proponer, le garantizo una feroz
polémica con los representantes de las AFP y con los economistas neoliberales
que ellas tienen contratados para que las defiendan. Dado lo sensible del tema,
esta sería una de las medidas que más apoyo generaría, en especial después que
se haya explicado con meridiana claridad cuál es la magnitud del perjuicio financiero
que tan abusiva forma de cobrar la comisión produce a los afiliados.
7.-
Eliminar el goodwill tributario. Este brutal acto de corrupción cometido
por Piñera, con la complicidad del Parlamento, también tiene una solución
sencilla: suprimir la granjería, impidiendo que las empresas que hoy se
benefician de ella, lo sigan haciendo. Le encargo los llantos que tal medida
generaría entre los afectados. Además, le pronostico un escándalo de marca
mayor cuando la ciudadanía descubra quiénes fueron los reales beneficiados con
este artilugio y cuál es su relación con el precandidato Piñera.
8.-
Establecer de manera perentoria y en el
plazo más breve posible la institución del Defensor del Pueblo. Ella tendría
la obligación de defender públicamente a los ciudadanos cuando alguno de los
otros poderes del Estado, cualquiera de ellos, pasara a llevar sus derechos; y
tendría que estar dotada, explícitamente, de facultades que le permitieran
enfrentar, controlar e impedir el abuso y la impunidad. Aunque sería una medida
a la que difícilmente alguien intentaría oponerse, generaría una notable
polémica al momento de discutir las facultades de las que dicha institución
estaría dotada. Por ejemplo, ¿qué le parece que una de ellas fuese el tener la
obligación de denunciar (y, si es el caso, de querellarse) por cualquier falta
o delito cometido por funcionarios públicos, incluyendo entre ellos los de
carácter tributario? ¿O la de exigir la remoción de todo funcionario público
que haya faltado a la probidad, entre ellos de quienes no denuncien delitos de
los que hayan tomado conocimiento?
Hay,
por cierto, más potenciales medidas, pero me parece que las anteriores son las
más efectivas en el combate contra la corrupción, las que mejor marcan
diferencias entre los candidatos y las que, por qué no decirlo, generarían
mayor polémica si uno de los candidatos las propusiera.
El adalid
Y
nos falta el cuarto pilar: el líder, el guía, el paladín. ¿Quién podría tomar
el pandero y arremeter, con el combate contra la corrupción como estandarte,
contra el establishment? ¿Quién podría liderar esta campaña? ¿Cuál de los
actuales candidatos? ¿Qué le parece a usted?
Se
requiere de alguien que cumpla, al menos, tres requisitos imprescindibles: que
tenga las manos limpias —esto es, que
nunca haya faltado a la probidad ni incurrido en delitos o en actos corruptos—, que no tenga miedo de enfrentarse al establishment, y que posea el
suficiente carácter como para imponerse a quienes, socios electorales incluidos,
intentarán hacerlo(a) cambiar su estrategia. Analicemos, brevemente, a los
actuales candidatos desde esta perspectiva.
Descartemos,
de partida, a Sebastián Piñera. ¿Se lo imagina, a él y a sus socios de la UDI,
liderando una campaña contra la corrupción? ¿Promoviendo la eliminación de la
prescripción de los delitos contra el erario público? ¿O bregando en pos de la
tolerancia cero para quienes hayan faltado a la probidad? ¿O planteando la
eliminación de las dietas de los ex presidentes y la del goodwill tributario? ¿O la de la comisión anticipada de las AFP? Sería
algo así como un harakiri colectivo, ¿verdad? No obstante, ellos no son
samuráis, de manera que es imposible esperar algo así de su parte. Piñera es,
desde la perspectiva del combate contra dicho flagelo, el peor candidato, por
muy lejos. De hecho, se vería afectado directamente por, al menos, siete de las
ocho medidas propuestas. Así, cada vez que estas se debatieran, su nombre
saltaría a la palestra. Inevitablemente. Si el combate contra la corrupción se
impone como el tema central de la próxima campaña, estas elecciones serán una
pesadilla, una tortura, para Sebastián Piñera. Se lo adelanto. Acuérdese de mí.
Alejandro
Guillier y Carolina Goic tienen, como personas naturales, mejor cara. No se les conocen, a la fecha, actos corruptos (ella se ve, sin embargo, en mejor
posición que él). No obstante, ellos no son el problema sino las coaliciones
que los acompañan. Piense usted, ¿qué dirían el PDC, el PS, el PR, el PPD y el
PC si se ambos atrevieran a plantear la eliminación de los cargos políticos? ¿O la
reducción de las dietas parlamentarias? ¿O la eliminación de la prescripción?
¿O la expulsión del servicio público para quienes hayan faltado a la probidad o
cometido delitos? De seguro, los ajusticiarían en una plaza pública. La verdad
es que en un escenario donde la corrupción es el principal enemigo, tanto a
Guillier como a Carolina Goic les veo un negro futuro.
Están,
por último, los candidatos del Frente Amplio, Beatriz Sánchez y Alberto Mayol.
A ellos, pienso, una campaña como esta les vendría como anillo al dedo. Además
de que les permitiría demostrar su temple, la madera de la que están hechos, y
su capacidad de liderazgo, condiciones cuya existencia, en ambos casos, es aún
una incógnita.
Así
que ahí lo tiene, estimado lector: el mejor tema central de la próxima campaña
electoral. ¿Habrá alguien capaz de esgrimirlo? De seguro, pronto lo sabremos.
Yo espero que sí, fundamentalmente porque la esperanza — esa porfiada e irracional sensación de que lo que ansiamos, por
lejano que esté, por inalcanzable que parezca, tiene alguna posibilidad de
realizarse— es lo último que se
pierde.
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