Piñera, el candidato impresentable
Creo que coincidirá
usted conmigo, estimado lector, si afirmo que la corrupción, en todas sus
formas —falta de probidad, conflictos de interés,
tráfico de información privilegiada, caciquismo, nepotismo, amiguismo (o
“javiblanquismo”, como se le llama ahora), colusiones, cohechos, impunidad,
abusos de posición dominante y un larguísimo etcétera—, será uno de los temas centrales, por no decir el principal, de la
campaña presidencial y parlamentaria que se avecina. No podría ser de otra
manera dados los tiempos que corren, con una ciudadanía más despierta, mejor
informada, más consciente de sus derechos y, por eso mismo, mucho más exigente.
Desde dicha
perspectiva, trasparentar las yayas, los pecados, los deslices, las omisiones
en los que, en tan delicadas materias, han incurrido quienes
pretenden participar en las próximas elecciones, resulta insoslayable. Es, más
que una necesidad, una obligación ciudadana. Tenemos que conocer a fondo a los
candidatos para, con todos los antecedentes sobre la mesa, estar en condiciones
de seleccionar (¿se da cuenta de la relevancia de este verbo?) a los mejores solo entre aquellos que cumplan con tres requisitos
mínimos: no tener compromisos incumplidos pendientes, NUNCA haber participado
en un delito, ni como autor ni como cómplice, y JAMÁS haber faltado al
principio de probidad.
Lo anterior incluye, a manera de
ejemplo, nunca haber hecho mal uso de platas fiscales; nunca haber solicitado
ni recibido aportes empresariales por sobre lo permitido legalmente, aunque sea
para financiar postulaciones de dirigentes gremiales al Parlamento (y aunque
vergonzosas decisiones judiciales lo hayan dejado libre de polvo y paja); nunca
haber emitido ni hecho emitir “facturas ideológicamente falsas”; nunca haber
“perdido” convenientemente sus mails; nunca haber aprovechado el cargo
desempeñado para obtener o dispensar beneficios impropios (subirse el sueldo
injustificadamente, por ejemplo); nunca haber sido condenado por algún delito,
aunque sea con pena remitida; nunca haber escapado cobardemente de controles
policiales; nunca haber castigado a funcionarios públicos por cumplir con sus
obligaciones; nunca haber evadido impuestos ni haber sido cómplice de ello; y nunca
haber coordinado con dirigentes empresariales la tramitación de determinadas
leyes. Y la palabra nunca significa exactamente eso: jamás, en oportunidad
alguna, ni una sola vez. Usted, yo, cualquier persona puede transitar perfectamente
por la vida sin cometer delitos ni atentar contra la probidad. En el ámbito de la representación
ciudadana, no puede ser de otra manera, debe regir la tolerancia cero.
Los medios
periodísticos, que juegan un papel fundamental en este ámbito, ya comenzaron a
manifestarse al respecto. De hecho, hay algún reportaje por ahí dando vueltas.
Sin embargo, como podrá usted apreciar más adelante, su accionar resulta
insuficiente, limitado, más bien escueto.
El tema es tan trascendente que amerita, estoy seguro que usted estará de acuerdo
conmigo, que todos aportemos nuestro grano de arena.
Por esta razón,
como simple ciudadano informado, me permitiré exponer algunas yayas del casi
seguro candidato de la centroderecha, Sebastián Piñera, que, dada su
complejidad técnica, no han sido a mi parecer bien presentadas a la opinión
pública ni, en consecuencia, bien aquilatadas por esta.
Lo invito a
(re)descubrirlas.
1. Usar contratos civiles para manejar relaciones laborales
Tal vez usted
piense que estoy echando agua fuera del tiesto o que me equivoqué de candidato,
ya que esta es justamente la figura que, según denunció un reciente reportaje
periodístico de Radio Bío Bío, habría utilizado Alejandro Guillier, mientras
trabajaba en televisión, para cobrar los emolumentos derivados de su desempeño.
Es una figura elusiva, de acuerdo con algunos expertos; derechamente evasiva, desde
la perspectiva de otros —tanto así, que los
próceres de Chile Vamos, férrea e irrestrictamente comprometidos con la verdad
y la justicia, ya han solicitado al SII que investigue si en el accionar del
actual senador hay indicios de fraude al fisco—; pero, ¿qué tiene que ver Sebastián Piñera con ella?
Para contestar esta
crucial interrogante, apreciado lector, permítame establecer primero algo que
es archisabido pero que, por incomprensibles razones, parece haberse olvidado
en esta oportunidad: los contratos civiles a los que hacemos referencia… son
bipartitas.
No pretendo
sorprender ni maravillar a nadie con semejante revelación. La verdad es que es de
la más absoluta obviedad, aunque todo el mundo, incluyendo los autores del
reportaje mencionado y los heroicos integrantes de Chile Vamos, actúa como si
no la conociera. Hay, en los contratos mencionados, contrapartes. Por supuesto
que sí. ¿Quiénes? Pues, los canales de televisión.
Y ocurre que uno de
tales canales, uno de los que firmaba ese tipo de contratos al por mayor, era
nada menos que Chilevisión. ¿Me sigue?
Ahora bien, ocurre que entre los años 2005 y 2008,
mientras Alejandro Guillier prestaba —a través del mecanismo aludido— sus servicios en dicho canal, el dueño de este era…
Sebastián Piñera.
De manera que,
estimado lector, durante los años mencionados el ex presidente y actual precandidato conoció, autorizó y firmó, por intermedio
de sus representantes en el directorio y en la administración del canal, todos
los contratos que dicha empresa efectuó con sus rostros televisivos, en
particular aquellos que acordó con Alejandro Guillier.
¿Qué me dice?
Posiblemente usted
querrá saber, antes de formarse una opinión definitiva acerca de este espinudo
tema, si de verdad son criticables, como sugiere el reportaje ya aludido,
dichos contratos. Pues sí, pero no necesariamente por las razones que allí se
señalan. De hecho, aunque los expertos sostengan lo contrario, su solo uso no
significa que exista elusión o evasión. Estas dependerán de si la figura
televisiva retira posteriormente de la empresa los montos recibidos, pagando el
correspondiente global complementario, o no lo hace, eludiendo (ahí sí) el pago
correspondiente. Lo que sí es criticable a la primera, sin consideración
alguna, es que cuando se define dependencia y subordinación en una relación de
trabajo, que es el caso, el Código del Trabajo no permite contratos civiles. Estos
son mecanismos ilegales, diseñados para eludir (o evadir) el cumplimiento de la
normativa laboral.
¿Por qué existen,
entonces? Pues, porque les conviene a los canales de televisión (y a sus
dueños), que son quienes establecen las reglas del juego. Es algo parecido a
cuando una empresa acuerda con sus trabajadores subirles el sueldo a cambio de
evitarse el pago de imposiciones. Se trata, en otras palabras, de un vulgar e
inaceptable abuso.
Dimensionemos. Durante los cuatro años en que los dos
protagonistas de esta historia coincidieron en Chilevisión, ¿cuántos contratos con
dicho canal habrá firmado Alejandro Guillier? ¿Tres? ¿Cuatro? Y, ¿cuántos habrá
firmado, por intermedio de sus representantes, Sebastián Piñera? ¿Cuarenta?
¿Cincuenta? ¿Cien? ¿Cuántas veces mayor habrá sido el monto total de estos
últimos en comparación con el de los primeros? ¿Cuántas las infracciones
laborales? ¿Cuántos los eventuales fraudes tributarios? Ufff, ¿se imagina?
Agreguemos a lo
anterior que el ex presidente y actual precandidato no movió un solo dedo para
poner atajo a esta mala práctica de los canales de televisión, ni cuando era
dueño de Chilevisión ni cuando ocupó la primera magistratura, y tendremos el
escenario más o menos completo. ¿Qué le parece, amigo lector? ¿Es o no es una
yaya? Una de las grandes, más encima.
Lo que no está
completo de modo alguno, lamentablemente, es la denuncia de Chile Vamos.
Confío, no obstante, en que los íntegros paladines de esta agrupación política,
dada su inquebrantable voluntad de combatir los actos corruptos vengan desde
donde vengan, la ampliarán con este nuevo antecedente. Caiga quien caiga. Porque
a nadie se le ocurriría, al momento de denunciar por eventuales fraudes
tributarios a uno de los firmantes de un contrato, omitir al otro, ¿verdad?
2. Regalar recursos de todos los chilenos a grandes
contribuyentes 1: el goodwill tributario
Usted seguramente
habrá escuchado hablar de esta infame granjería tributaria —el goodwill tributario— diseñada con el exclusivo
propósito de permitir que algunos grandes contribuyentes ―Walmart, Cuprum y Provida, entre otros― puedan, en forma exclusiva (ellos y solo
ellos; ninguna otra empresa del país), eludir
centenares de miles de millones de pesos de impuestos. ¿Estoy en lo
correcto? Es difícil que le haya pasado desapercibida porque, a propósito de las escandalosas “fusiones” exprés de las citadas Cuprum y Provida
con AFPs fantasmas (que, de manera vergonzosa, fueron aprobadas por la SP),
estuvo por un lapso prolongado en las portadas de los medios de comunicación.
¿Cómo funciona? Permitiéndoles solo a las mencionadas compañías
considerar como gastos, activos intangibles que jamás han tenido ni tendrán esa
condición, y cuya rebaja de la renta imponible no está permitida por la ley de la renta para ninguna otra empresa.
El goodwill tributario es, en
consecuencia, un aberrante, descarado e injustificable beneficio
discriminatorio. Un indebido e inaceptable privilegio prohibido por el artículo
19 de nuestra Constitución Política. Un abuso de la peor especie (las incomprensibles
razones por las que el poder judicial, encargado por la Constitución de
resguardar los derechos ciudadanos, no tramita los recursos que se han
presentado a su consideración para ponerle término, son materia de otro
artículo).
Para que tenga una idea de su dimensión, le cuento que las tres empresas
mencionadas se ahorrarán, gracias a él, unos $ 400.000 millones en impuestos
durante los próximos diez años. ¡$ 400.000 millones! Equivalentes a 270.000
gratuidades o a 30.000 subsidios para la vivienda. ¡Solo esas tres empresas! Da
gusto así hacer negocios en Chile, ¿verdad?
Pues bien, ¿sabe usted quién es el autor de esa infamia extrema? ¿Sabe
quién es el causante de que permitamos que durante 10 años esas empresas
parásitas ganen gigantescas utilidades sin aportar un solo peso para financiar al
Estado chileno (salud, educación, previsión, vivienda, etc.) ni para pagar la
enorme cantidad de servicios públicos que consumen (aseo, pavimentación,
iluminación, seguridad, juzgados civiles, laborales y de cobranza, acceso al
mercado comercial y al mercado laboral, infraestructura y un larguísimo etc.)?
¿Lo sabe?
Sí. Está en lo correcto. Fue Sebastián Piñera Echeñique. Él ideó este
vergonzoso despojo y lo puso en práctica mediante la reforma tributaria que
implementó en su gobierno. Él es el que, con
dinero de todos los chilenos, otorgó ese monstruoso e injustificable regalo
al grupo de grandes contribuyentes del que forman parte las empresas
mencionadas (se las repito para que se le graben: Walmart, Provida y Cuprum,
entre otras).
¿Por qué lo hizo Piñera? Lo ignoro. Solo puedo elucubrar que, dado que
el goodwill no entrega beneficio
alguno al país y, por el contrario, lo perjudica abiertamente, las razones que
lo llevaron a hacerlo encajarían más bien en el ámbito privado. ¿Cuáles,
exactamente? Bueno… Piñera debe darlas a conocer. Es el momento para preguntárselas y para que
él las exponga. Este debería ser uno de los grandes temas de la campaña. ¿Por
qué Sebastián Piñera obsequió, con recursos públicos, cientos de miles de millones
de pesos a un escogido grupo de grandes empresas? Yo, y estoy seguro que usted
también, estoy ansioso por escuchar sus explicaciones.
3.
Regalar
recursos de todos los chilenos a grandes contribuyentes 2: la ley de Pesca
Cuando se habla de este vergonzoso cuerpo legal (¿por qué Bachelet no ha
hecho nada para derogarlo?; ¿no le parece sospechoso?), se tiende a
responsabilizar de él a Longueira (quien, por cierto, no es una inocente
paloma). Se olvida, no obstante, que quien lo presentó al Congreso, lo firmó y
lo promulgó, fue Sebastián Piñera. Él, y solo él, es el responsable final de
darle legalidad a semejante despojo (le recuerdo que la responsabilidad NO se
delega).
No debería llamarnos la atención, sin embargo. Después de todo, también
aquí, al igual que en el goodwill
tributario, se trata de entregar ingentes beneficios, con recursos que nos pertenecen
a todos, a un pequeño grupo de empresas. Es más de lo mismo. De todas formas,
ya que pretende repetirse el plato de la Presidencia, sería bueno escuchar de la
propia boca del precandidato las justificaciones que tuvo para efectuar tan
impresentable obsequio. Quedamos, usted y yo, atentos a la respuesta y
agradecidos de antemano.
4. Aprovecharse de los recursos de todos los chilenos: la dieta
de los ex presidentes
Sebastián Piñera
ocupa, según la revista Forbes, el tercer lugar en el ranking de las mayores
fortunas de Chile, con un patrimonio de USD 2.500 millones. Puede, en
consecuencia, mantenerse solo, sin ninguna clase de ayuda estatal. ¿De acuerdo?
Sin embargo, él recibió
durante 2016, sin el menor cargo de conciencia, una dieta de $ 109,5 millones,
una asignación de movilización de $ 20,2 millones y un aporte para el arrendamiento
de oficinas por $ 94,8 millones. Todo ello, desde luego, financiado por los
bolsillos de todos los chilenos, incluso los más pobres.
Permítame una breve
reflexión acerca de este inmoral financiamiento que reciben, con cargo a
nuestros impuestos, los ex presidentes. Su origen, supuestamente, estuvo en la
necesidad de asegurar a quienes han desempeñado tan alto cargo, una vida digna
una vez que terminan su mandato. Repito el concepto: una vida digna. En tal
sentido, el Estado solo debería complementar
sus ingresos propios para garantizarles una cifra que les permitiera vivir con
holgura, pero sin magnificencia. Unos $ 3 millones mensuales, a todo reventar.
Así, si el ex presidente tiene una jubilación de $ 1 millón más otros ingresos
por $ 500.000 al mes, el Estado solo debería girarles la diferencia. Y, por
cierto, a Sebastián Piñera no debería entregarle monto alguno. No lo necesita.
No existe justificación alguna para esos brutales beneficios que recibe mes a
mes.
Lo que ocurre en la
práctica, no obstante, es que la dieta y los beneficios que reciben los ex
presidentes les financian su estructura de campaña. Para eso fueron concebidos
(por Ricardo Lagos, le recuerdo), y por esa razón Piñera no intentó cambiarlos
durante su gobierno. No era una vida digna el objetivo, sino disponer de la
expectativa de una nueva aventura presidencial. Ahora bien, dado que tenemos
usos infinitamente mejores que ese para tan ingentes recursos, ¿no le parece
que sería hora de ir pensando en darles otro destino?
Pero volvamos a los
beneficios que se le entregan a Sebastián Piñera. Se ha manifestado que no
puede negarse a recibirlos debido a que están dispuestos en la Constitución.
Estaría, se dice, obligado constitucionalmente a aceptarlos. ¿Se da cuenta?
Admitamos, ¿le
parece?, tan discutible argumento (en privado, eso sí, para que no se rían a
carcajada limpia de nosotros). El punto es que sería obligatorio recibir la
dieta pero, ¿y las asignaciones? ¿Los $ 115 millones al año destinados a
traslados y a arrendamiento de oficinas? ¿También es obligatorio recibirlas? Parece
que no, ¿verdad? Entonces, ¿por qué los cobra Sebastián Piñera?
Pero el asunto es
más grave que eso. Si usted revisa la información publicada por el Senado, se
percatará de que Sebastián Piñera es quien más gasta por dicho concepto. Frei cobra
al año $ 109,6 millones y Lagos, $ 97,7 millones. Piñera, le repito, $ 115
millones. No solo los cobra, sino que además es el que más cobra. Quien mayor
fortuna posee, es quien más echa mano a recursos públicos. La naranja exprimida
al máximo. Si puedo sacar ventaja, por exigua que esta sea, lo voy a hacer. Sin
ningún escrúpulo. Ese parece ser el criterio que rige las decisiones de quien
pretende ser el próximo presidente de esta larga y angosta faja. Preocupante,
¿verdad?
Otro aspecto que
llama la atención en la información publicada al respecto por el Senado, son
los descuentos por concepto de previsión, salud e impuestos de los tres ex
presidentes. Mientras los de Frei y Lagos equivalen, aproximadamente, al
descuento obligatorio por concepto de salud y al impuesto único de segunda
categoría que les correspondería según tabla (31,4 millones entre los dos), el
de Piñera es notoriamente inferior. Tome nota: Frei, $ 32,3 millones; Lagos, $
32,7 millones; Piñera, 27,0 millones. ¿A ver? ¿Cuál es la justificación de tan singular
situación? Pensé que no se podía, pero, ¿paga Piñera menos impuesto único de
segunda categoría que el que le corresponde según tabla? Piñera, el N° 3 en la
lista de multimillonarios chilenos que publica Forbes, ¿está pagando menos
impuesto único que Frei y que Lagos? De verdad, amigo lector, espero que no. Sería
el acabose.
De todas maneras,
démosle al precandidato el beneficio de la duda y quedemos a la espera de nos
entregue, debidamente respaldada por documentos, alguna explicación lógica. Yo,
al igual que en el punto anterior, corto las huinchas por conocerla. Imagino
que usted también, ¿verdad?
5.
Usar
artimañas para obtener financiamiento ilegal desde las grandes empresas: las
facturas ideológicamente falsas
Discúlpeme, pero no puedo dejar de mencionarlas. En ese oscuro e infame
asunto, donde están involucrados los socios del grupo Penta y sus esposas,
Ponce Lerou y Jovino Novoa, entre muchos otros, también aparece mencionado
Sebastián Piñera. De ese toque. Y con el agravante de que aquí, según se dice, los
recursos obtenidos mediante facturas “ideológicamente falsas” emitidas por sus
empresas (a Aguas Andinas y a SQM, específicamente) habrían sido usados no para
financiar gastos electorales, sino para pagar compromisos contraídos por el
mismo Piñera. No sé si usted comparte esto conmigo, pero esa sutil diferencia
(no tan sutil, en realidad) podría ser la que ha dilatado el procesamiento del
actual precandidato en esta arista. Porque si los giros mencionados no son
financiamiento electoral por sobre lo permitido, ¿qué son? ¿Lo sabe usted?
A estas alturas, coincidirá usted conmigo, parece de vital importancia
que el precandidato haga plena luz sobre el tema. ¿Existieron las facturas
mencionadas? ¿Se usaron los recursos obtenidos para pagar compromisos del mismo
Piñera o de sus empresas? Y si fue así, ¿cómo justifica lo ocurrido?
Y, por cierto, parece indispensable que tanto el SII como la Fiscalía
aclaren por qué, si Piñera o sus empresas emitieron facturas ideológicamente
falsas, hasta la fecha el precandidato ha pasado colado. ¿Se tratará, como las
dietas, de algún especial privilegio otorgado a los ex presidentes? Es
imperioso conocer las verdaderas razones.
6.
Eludir
impuestos y sacar su fortuna del país: las inversiones del precandidato en
paraísos tributarios
Hay, por cierto, más paño que cortar respecto de Sebastián Piñera en el
ámbito de la probidad. Bastante más. Como ejemplos de ello, están el caso
Chispas y el pago de coimas por parte de Lan en Argentina cuando él era uno de
sus propietarios, entre otros. Sin embargo, ninguno de ellos retrata tan bien
la personalidad del precandidato, sus motivaciones, su actitud y su conducta,
como las inversiones que efectuó con un porcentaje significativo de su
patrimonio (se habla del 72%; la friolera de USD 1.800 millones) en uno de los
denominados “paraísos tributarios”.
¿Por qué hizo esto Piñera? Pues, dirá alguien, por razones tributarias. Se
cae de cajón. A nadie le gusta pagar impuestos, ¿verdad?, aunque son muy pocos
los que pueden darse el lujo de no hacerlo. El precandidato sería uno de ellos.
Detengámonos en esos USD 1.800 millones que Piñera albergó, según parece
por razones tributarias, en un paraíso fiscal. ¿Pagaron impuesto de primera
categoría?
No, aparentemente. El adecuado uso de la normativa vigente lo habría
evitado.
Ok, pero, ¿pagó Piñera el impuesto global complementario
correspondiente?
Pues, según parece, tampoco. El precandidato habría encontrado
vericuetos que le habrían permitido eximirse de él.
Reflexionemos al respecto. Las empresas deben sus utilidades, desde
luego, a los empresarios. Son ellos quienes invierten, corren los riesgos y
aportan parte importante de las ideas que las generan.
Solos, sin embargo, los empresarios no llegan a ninguna parte. Necesitan
del apoyo de su personal, desde luego, pero además les es indispensable el aporte
de ese ente abstracto, del que todos formamos parte, que denominamos “sociedad”.
La sociedad pone a disposición de los empresarios toda su compleja
estructura —mercados comerciales, laborales y financieros; infraestructura de
transporte y comunicaciones; seguridad; aseo y salubridad; tribunales de
justicia (entre ellos, los de cobranza); un sistema legal; mecanismos de
fomento; una economía funcionando; clientes, muchos clientes— para que efectúen sus
negocios y generen utilidades. Es un aporte enorme, gigantesco, pero además
imprescindible. Sin él, los empresarios no llegarían a parte alguna. No
ganarían, como dijo el Vicepresidente de Codelco, “ni un puto peso”. Imagine,
para darse una idea, a Piñera incomunicado, tratando de hacer negocios desde
sus oficinas situadas en medio de los campos de hielo de la undécima región.
Amigo lector, los empresarios —Piñera incluido— no son nada, económicamente hablando, fuera de
la sociedad que los cobija.
¿Cómo debieran retribuir los empresarios ese enorme aporte que la
sociedad —todos nosotros— les efectúa? De una manera muy sencilla:
pagando sus impuestos. En el caso de las empresas, el impuesto es una
retribución de la inmensa cantidad de servicios públicos que ellas consumen a
destajo de manera gratuita. En el caso de los empresarios, es el aporte que
deben efectuar, al igual que todo el resto de los miembros de la sociedad, para
mantener a esta funcionado de buena manera, y es también la retribución por esa
ingente ayuda que recibieron para obtener sus utilidades.
¿Qué ocurre, entonces, cuando una empresa o un empresario eluden
(evaden) el pago de impuestos?
Es muy simple: ellos siguen recibiendo la enorme cantidad de servicios
que les entrega la sociedad, pero no asumen los costos que significa
generarlos. Obligan a otros, a todo el resto de los chilenos, a financiarlos.
Se aprovechan de todos nosotros. Ellos, amigo lector, abusan. Un empresario que
elude (evade) el pago de impuestos es un abusador.
Ahora bien, ¿es lo mismo eludir el pago del impuesto de primera
categoría que el global complementario?
Pues, de ninguna manera. Eludir el segundo es mucho más grave que
hacerlo con el primero. Hay una norma, el artículo 107, que excluye
explícitamente los mayores valores obtenidos por la venta de acciones del pago
de impuesto de primera categoría. Por consiguiente, eludir dicho impuesto es
legal. Inmoral, impropio, una sinvergüenzura, pero legal. Sin embargo, no
existe ni ha existido en nuestro ordenamiento legal ninguna norma que permita a
los contribuyentes eludir el pago del impuesto global complementario. Las que hay
permiten POSTERGAR el mencionado tributo. En caso alguno, eximirse de él.
Y, ¿en qué
circunstancias se paga el impuesto global complementario? Pues, de acuerdo con
la anterior ley de la renta, cuando el empresario retiraba dinero de su
empresa.
Ahora bien, Piñera retiró de sus empresas con sede en
Chile los USD 1.800 millones que se llevó a paraísos fiscales. ¿Cabe alguna
duda de eso? Tuvo que hacerlo para llevárselos; si no, ¿de qué otra manera? Correspondía,
entonces, que hubiese pagado el impuesto global complementario correspondiente.
¿Me sigue?
Aquí es donde
aparece la duda; la terrible duda. ¿Pagó
el ex presidente y actual precandidato el impuesto global complementario sobre
esos USD 1.800 millones que retiró para invertirlos en el exterior? ¿Incluyó ese
retiro en sus declaraciones de renta? ¿Lo hizo? Esperemos que sí, porque si no,
su situación electoral podría tornarse muy compleja.
Veamos. Si
Piñera hubiese sacado USD 1.800 millones de Chile sin pagar el impuesto global
complementario correspondiente, sería porque de alguna forma logró postergar
dicho pago. Porque encontró por ahí algún vericueto que se lo permitió. Pero al
sacar el dinero de Chile y llevárselo a un paraíso tributario, lo que está
haciendo el precandidato es excluirlo del control de nuestra autoridad
tributaria. Y no por un período acotado. Lo está excluyendo para siempre. En
tal caso, la postergación del pago de impuesto global complementario se vuelve
indefinida. Esos dineros, si no pagaron dicho tributo en su oportunidad, nunca
lo pagarán. Nunca del verbo nunca. ¿Qué nombre recibiría una operación de ese
tipo? ¿Elusión o evasión?
Como siempre,
lo adecuado es darle el beneficio de la duda al precandidato. No obstante, coincidirá
usted conmigo, clarificar esta situación es imprescindible. Sebastián Piñera
debe —fuera de toda duda; mostrando sus declaraciones de impuestos, de hecho—,
comprobar que pagó ese tributo.
Porque de lo
contrario, ayayay.
Veamos. ¿Merecería ser presidente de Chile una
persona que hubiese legislado para otorgar gratuitamente enormes granjerías a
unas pocas grandes empresas; que hubiese hecho, a través de sus representantes,
uso masivo de contratos civiles claramente cuestionables; que, pese a su enorme
patrimonio, no hubiese trepidado en raspar la olla de la caja fiscal; que, además,
hubiese usado “facturas ideológicamente falsas” para financiar gastos propios o
de sus empresas; y que, como si fuera poco, también hubiese usado los
vericuetos de la legislación tributaria para eximirse, para siempre, de sus
obligaciones tributarias personales? ¿Lo merecería? Juzgue usted, apreciado
lector. Y, por favor, sáquese la casaca política antes de hacerlo.
Permítame una última reflexión. Nuestro país necesita inversión para
desarrollarse. Mucha. Eso lo sabemos todos. También Piñera. ¿Cómo se explica
entonces que, pese a ello, haya optado por invertir esa enorme fortuna —USD 1.800 millones,
recuerde— en negocios que generarán empleo y riqueza en otros países? ¿Es tan
fuerte su compulsión a no pagar impuestos que está dispuesto a favorecer a otras
naciones, perjudicando de paso a la nuestra, para conseguir ese objetivo?
Corren otros tiempos, amigo lector. Tiempos de mayor información y, por
ende, de mayores exigencias. El cedazo de la probidad, de una vez por todas,
debe quedar instalado, y debe ser aplicado a finish. Caiga quien caiga. Aunque
un sector político completo se quede sin candidato. Después de todo, tenemos
derecho a ser exigentes. Somos, aunque todavía no tengamos conciencia de ello,
los dueños de este país.
Y los dueños pueden fijarles pautas de conducta a sus empleados,
¿verdad?
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