¿Por qué le va mal al Gobierno en las encuestas?
Es
la pregunta de moda, la que todos tratan de responder por estos días: ¿cuál es
la causa de que en tan sólo ocho meses la Presidenta haya perdido parte
importante de su apoyo inicial y se encuentre, como dicen algunos con evidente
complacencia, en caída libre?
Los
analistas no se han puesto de acuerdo al respecto. Hay como una bruma que
impide ver el escenario con la claridad que se requiere para efectuar un
diagnóstico certero. Mientras unos hablan de malas ideas o cuestionan los
proyectos derivados de éstas, otros apuntan directamente a los ejecutantes. Problemas
de relato, poderes fácticos y campañas del terror también han saltado a la
palestra como posibles culpables. Todos los opinantes, sin embargo, coinciden
en que hay una caída. Pero, ¿es tan así?
Si
usted hace sólo un poco de memoria, menos de un año hacia atrás, recordará las
cifras del último censo político que se efectuó en nuestra larga y angosta faja
(una elección presidencial es, en la práctica, un censo). Según ellas, sólo un 25,6% de la población
electoral apoyó a Michelle Bachelet y un 15,6%, a su contrincante (y actual
crítica acérrima), Evelyn Matthei. El resto, ¡un 58%!, tomó palco, pasó (como
en su minuto lo hizo la Presidenta) o, simplemente, no estaba ni ahí con lo que
se estaba dirimiendo (acogiéndose a esa antigua máxima que dice: “sea cual sea
el resultado, yo pierdo igual”).
De
manera que Michelle Bachelet inició su mandato con ese precario apoyo (los “votos
duros”, le llaman). Un 25,6% y nada más.
Las
encuestas, sin embargo, mostraban porcentajes muy superiores hace algunos meses.
¿Por qué? Pueden existir variadas razones para explicarlo, desde problemas
metodológicos, pasando por esa tendencia que tenemos de intentar confundirnos
con los ganadores, hasta el apoyo poco comprometido, el “ojalá que le vaya
bien”, que muchos manifiestan en los inicios de un mandato, en especial si el
mandatario (o mandataria) tiene una personalidad y un discurso atractivos. Lo
más seguro es que la diferencia observada se deba a una combinación de esos
tres factores, y de algún otro no mencionado. Mi personal impresión, no
obstante, es que se debe principalmente al tercero.
Por
cierto, ese apoyo tibio, de la boca hacia afuera, tiende a desaparecer apenas
el ambiente se caldea un poco. Es tan endeble como un castillo de arena. Y
ocurre, como usted se habrá dado cuenta, que la marea está subiendo, y amenaza
con mojarnos a todos.
Michelle
Bachelet no ha perdido el apoyo de quienes la llevaron al sitial que ahora
ocupa. Ése lo mantendrá hasta el final, incluso hasta que ya sea demasiado
tarde. Lo que está perdiendo es ese espacio de tolerancia, esa observación
paciente a la que sometemos a quienes deben realizar una actividad destinada a
complacernos en los inicios de ésta. Tal como el cómico que sale al escenario y
dispone de algunos minutos antes de que comiencen las primeras pifias. Todos
queremos que triunfe, que nos haga reír a todos, pero si no lo logra, pobre de
él. No dudamos en apabullarlo.
Es
lo que está ocurriendo: Michelle Bachelet no ha estado a la altura, y ya
comenzaron las primeras pifias. ¿Será capaz de revertirlas? Está por verse.
De
todas formas, esto era algo previsible. De hecho, yo mismo lo anticipé en una
columna publicada el 19 de diciembre del año pasado (le dejo el link para que
lo compruebe: http://goo.gl/y8AmJf). Es el sistema político
completo el que está perdiendo ascendiente y legitimidad ante los ciudadanos,
en un proceso que se inició allá por el 2011 y que está lejos de terminar. La
ciudadanía se ha vuelto más exigente, y eso no terminan de comprenderlo los
políticos, que aún actúan como en los tiempos de la impunidad total. Michelle
Bachelet era uno de los últimos diques de contención que impedían el desbande
del apoyo al sistema partidario. Si ella fracasa, ¿qué quedará? Le encargo lo
que viene.
¿Tiene
remedio la actual situación? ¿Es reversible el proceso que está viviendo la
mandataria?
Desde
luego, pero ello requiere de que comience a hacer las cosas bien. No como hasta
ahora, donde cada proyecto que presenta parece haber sido confeccionado por su
peor enemigo.
¿Dónde
debe mejorar? ¿Son las ideas las que están fallando?
Por
cierto que no. En términos generales, son las adecuadas. Salvo que usted
pertenezca a la UDI (partido conformado por seres que habitan en una dimensión
paralela, donde un Gini de 0,521 es un gran logro), convendrá en que nuestros
sistemas tributario, educacional, de salud, previsional, laboral, de vivienda,
judicial y financiero (sí… no se salva ninguno) deben modificarse. Incluso me
atrevería a decir que deben cambiarse. También, desde luego, nuestro modelo de
desarrollo y, por cierto, la Constitución, no sólo por su origen, sino porque
no protege numerosos derechos civiles, porque limita al extremo la
participación y la capacidad de control del ciudadano común, porque permite que
existan leyes abiertamente inconstitucionales en nuestro ordenamiento (puedo
mencionarle al menos dos), y porque da vida a un Tribunal Constitucional débil,
carente de atribuciones y temeroso (entre varios otros puntos).
Entonces, ¿son
los proyectos los malos?
Pero,
¿le cabe alguna duda? Ahí está el queso, como dicen en el campo. En la
redacción de los proyectos. Allí hay un problema serio, un divorcio brutal
entre la idea original y su formulación legal. Si Michelle Bachelet quiere
revertir su baja en las encuestas, éste es uno de los ámbitos donde tiene que
hincar el diente. En forma urgente. Partiendo por las iniciativas que están en
trámite.
¿Y qué ocurre con los ejecutantes?
Ahí
no me pronuncio. Tengo, desde luego, mis dudas con Arenas y Jorrat (¿cómo es
posible que hayan impulsado un proyecto de reforma tributaria tan malo, hasta
con errores conceptuales?), pero en general no creo que sean el principal
problema. Si se pretende aserrar una tabla con un cuchillo de mesa, el operario
que se elija fracasará rotundamente.
¿Y
el Gobierno en general?
Pues
es el otro ámbito donde hay que centrarse. ¿No le parece a usted que, a la
fecha, más de la mitad del equipo gubernamental parece estar de vacaciones? Aparte
del de Educación, del de Hacienda y de la titular del Trabajo, que están permanentemente
en el centro de la noticia, ¿qué ocurre con los restantes ministros? ¿Lo sabe
usted? Somos un país con enormes carencias. Si ellos se aplicaran, podríamos
tener noticias positivas todos los días. Hay tanto por hacer, en especial si se
pretende reducir el flagelo de la desigualdad.
De
manera que así están las cosas. Michelle Bachelet puede, sin renunciar a su
idea matriz, a su concepto de sociedad, retornar a la senda de la aprobación
ciudadana, siempre y cuando mejore sus proyectos y consiga que sus demás
ministros, los que no están involucrados con éstos, avancen en mejorar el
desempeño de los servicios que están a su cargo. Así, desempeñará su cargo
hasta con gloria.
De
lo contrario, si no introduce los cambios requeridos, la cosa se tornará muy
negra, y a corto plazo. Para regocijo de unos pocos y pesar de muchos.
¿Quiere
eso doña Michelle? Quedamos atentos a la respuesta.
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